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La familia Mendoza hace algunas semanas había retornado a París... El señor Mendoza atizó el fuego de la chimenea; Carol, la única hija de los Mendoza, se encontraba inmóvil frente al ventanal y observaba la nevaba muy pensativa...

—Papi, ¿qué es el amor? —preguntó sin siquiera verlo.

—Mmm, ¿a qué se debe la pregunta? —cuestionó curioso.

—Creo que me e-na-m...

—¡Que te enamoraste! —interrumpió el señor Mendoza—, y supongo que es un chico que conociste en Guatemala, ¿verdad? —concluyó deductivamente.

—Sí, pero no estoy segura de lo que siento —comentó dudosa.

—Mmm... ¡Cada vez que me preguntas acerca del amor, crees que lo has encontrado, Carol! —zanjó el señor Mendoza—, pero te equivocas una y otra vez.

—¡Siempre dices lo mismo, que en todo me equivoco, nunca te parece lo que hago o pienso! ¡Nunca me dices nada al respecto! —La joven se quebró por un instante, no se movió...

Ella, su pequeña como él solía decirle, se ha «enamorado» y de alguna manera él se sintió impotente... vulnerable. Se acomodó en el sofá, cerca del ventanal... cerca de ella.

—Carol... Lo siento —susurró—. Sabes perfectamente que el amor nace en el corazón de las personas...

—Papi, eso lo sé, quiero saber qué es el Amor para ti...

—Mmm... —Dudó el señor Mendoza en responder, pero unos segundos después retomó el tema—. Está bien, siéntate aquí conmigo... por ejemplo, la Biblia hace referencia de que, si la fe fuese como una semilla de mostaza, al cultivarla con el tiempo llegará a ser un gran árbol y dará su fruto. Pues, de esta manera que le dediquemos tiempo a las personas un sentimiento crecerá en nosotros y que debemos demostrar o brindar.

—¿Eso es el amor? —cuestionó la joven.

—Carol... el amor no lo podemos definir como tal, simplemente no existe.

La joven no soportó escuchar decir a su padre que el amor es un fruto y que no existe, y se marchó a su habitación. Era joven e inexperta en estas cosas del amor... y de un momento a otro su padre le decía que no existía. «Tantas letras lo han vuelto insensible», pensó.

—Tú y tus pinches acertijos —dijo la señora Mendoza, entró a la sala con unos tragos de whisky y él tomó uno.

—Gracias...

La señora Mendoza se acomodó en el sillón que quedaba frente a él.

—Ciertamente, nos frustramos muchas veces cuando el amor no es recíproco, Joa —intervino la señora Mendoza.

—Sabes, Soledad, en cierta ocasión leí en el periódico que el amor no existe, que es un acto de amar y que se aprende... pero creo que nuestras acciones son las que determina nuestros sentimientos... —Ambos se quedaron silencio hasta terminar con la primera copa.

«Aún recuerdo la última vez que me enamoré, me llamaron estúpido por amar a quien conocía...

Y, a veces no es necesario conocer a las personas de toda la vida, para saber que lo que hay en ellas te atrae, te encanta o que te pueda enloquecer, al final lo importante es cómo nos sintamos, al momento de compartir con los demás».

—¿Recuerdas cuándo nos conocimos, Joa?

—Por supuesto... —contestó el señor Mendoza, pensativo. Se levantó del sillón y recorrió el lugar hasta el ventanal—. Una perfecta ilusión.

—Je je je... Éramos unos pendejos, ja ja ja —dijo la señora Mendoza un tanto divertida, al rememorar. Ambos rieron—. Creo rotundamente, que amar es solo un acto que refleja lo que deseamos.

—Mmm... ¿Y qué deseas de mí, Soledad?

La señora Mendoza buscó las palabras en el último sorbo de su trago.

—Supongo que depende de las circunstancias o simplemente me gusta estar contigo, ¿y tú, Joa?

—Ja ja... No creo amarte de la misma manera que tú me amas... —dijo viéndola desde el ventanal—, al final cada quién ama como desea.

Aarón Marshall ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora