23. El anzuelo (parte I).

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Stefano.


   Entrada la madrugada, decido encaminarme hacia la tétrica oscuridad de los pasillos. Sosteniendo la antorcha que me guía hasta su alcoba, camino a paso lento por la inmensidad del lugar.

Ni siquiera sé por qué me sorprende su trato. ¿Qué creí que pasaría? Soy un imbécil.

Pueden pasar mil cosas entre ambos. Puedo apoyarla y ella a mí, podemos platicar, pasar los días y las noches juntos; disfrutar de la compañía del otro. Pero hay una sola cosa que jamás va a cambiar: ella es una ama y yo un esclavo.

Las últimas semanas nos han acercado bastante, o al menos, eso siento de mi parte. Aún me cuesta creer las cosas que hemos hecho juntos. Es decir, jamás me creí capaz de llegar a tanto con alguien. Siempre pensé que serían para cuando al fin encontrase a aquella mujer que formaría parte de mi vida.

Alexander me había hablado, incluso, cansado con aquello: déjate llevar por tus pasiones y sentimientos más oscuros, Stef. Al parecer, con la llegada al castillo y ella en mis días, lo estaba haciendo.

Todo se ha tornado muy confuso para mí. Creí que al hacerlo tendría miedo o inseguridades, pero ella en esos momentos me da confianza. Me hace sentir... especial. Sin embargo, está claro que ella lo ve de forma diferente.

Lo mejor es dejar hasta aquí las cosas. Tal vez, sea lo mejor.

Los guardias me dan la bienvenida y se encargan de sostener mi antorcha. Las manos me sudan y trago con dificultad cuando ingreso a sus aposentos.

Enfócate Stefano. Unos días más y Phoebe estará a tu lado. Luego veremos la forma de salir de este lugar.

—Con permiso, ama. Estoy aquí. Como me lo ha pedido, todos se encuentran dormidos. —Pronuncio con mis brazos por detrás de la espalda y cabizbajo.

Su figura descansa sobre el sofá. Se encuentra entretenida con un libro en sus manos.

—Perfecto, Stefano. Alista dos caballos, nos vamos de aquí.



    Hacía mucho no estaba tan emocionado. Cruzar los muros del palacio, hizo oxigenar mis pulmones y por un momento se sintió un acto de total libertad.

—¿Estás seguro de que esta era la mejor ruta? —Por un momento.

Ahora, me encuentro guiando a mi insufrible esposa camino a Berlehz, a través de los frondosos bosques de Forolg. Tenemos un par de horas antes del amanecer para regresar al castillo. Y por si no fuera poca cosa, Helena se encuentra bastante quejosa... para variar.

—No es la más llana, pero si la más rápida. No se preocupe, falta poco. —Indico con impaciencia.

Permanecemos por el camino en completo silencio. Sigo pensando que es un plan demasiado arriesgado. Los humos de las chimeneas comienzan a vislumbrarse por el horizonte. Decido disminuir la marcha de mi corcel, y me detengo para amarrar sus riendas junto al árbol más cercano.

—¿Por qué nos detenemos?

Me aproximo al final de la colina y corro las ramas de los arbustos que impiden la vista. Desde esta altura, es posible divisar la pequeña cuidad por completo. La enorme plaza y, frente a ella, la iglesia. Para mi sorpresa, al lado de la misma se ha construido una imponente estructura. Helena baja de Averno y se acerca hasta mí.

Siniestra (1) ✅Donde viven las historias. Descúbrelo ahora