Libertad

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Libertad

La noche caía sobre la ciudad, manchando de una oscuridad arrasadora. El viento frío del otoño me revolvía los cabellos, inundando mi olfato del dulzón olor a bosque, la cacofonía de lo salvaje sonando alrededor.

Ajusté mis guantes de cuero y subí a mi caballo de acero. La motocicleta negra parecía una verdadera bestia a punto de dejar el letargo del sueño, instantes después mi fantasía se volvió realidad cuando giré la marcha y el motor rugió. Tras de mí se escuchó el eco, un eco salvaje, un gemido animal. EL cachorro de tigre estaba despertando del efecto del sedante.

En verdad se llevaría una buena sorpresa cuando despertara y viera lo que había a su lado. Sacudí la cabeza y arranqué la moto, alejándome del bosque. ―Estúpido animal ―susurré. El pequeño remolque en el que iban mis presas me seguía de cerca, siendo tirado por mi motocicleta.

A media hora de ahí me esperaba un buen negocio.

***

Hola de nuevo, amiguito. Saludé cuando la oscuridad se apoderó del entorno. Yo ya sabía lo que sucedía, desde luego. Mi amo, el señor Salvatore quería jugar.

Yo quiero mucho al señor Salvatore, eso lo pienso siempre.

Pero a veces a él se le olvida buscarme, por días incluso, aunque aun así lo amo. Y cuando él no está para jugar conmigo sé que puedo tenerte a ti, pequeño amigo interno. Sé que tú eres mi diario confidente, aunque estés dentro de mi cabeza.

Comienzo a rasguñar el suelo de madera, quizá así logre escucharme el señor Salvatore y le sé más fácil encontrarme, solo espero que no se enfade de buscarme y me quede aquí encerrado, por alguna razón la puerta siempre se cierra cuando me escondo aquí, en ocasiones por días enteros, y yo solo tengo un filete en el suelo.

Me gusta recordar la primera vez que vi al señor Salvatore. El me rescató, el me dio libertad, y por eso lo amo.

No recuerdo mucho de esa noche, pero un segundo estaba jugando y al siguiente desperté, con los ojos pesados y la boca reseca. Mis patas sintieron algo húmedo y me alegré por un instante, creyendo que era agua, pero entonces la luz invadió el pequeño espacio en el que estaba. A mi lado dos cuerpos descansaban, durmiendo, o eso pensé hasta que vi la mancha roja en el suelo.

Me estremecí y quise salir corriendo de ahí, pero las paredes ¡las malditas paredes de madera! Yo estaba ahí, encerrado, con los cadáveres de mis padres, olfateando la sangre fría, la maldita sangre que en una ocasión le atribuí el olor más hermoso y placentero. Pero ya no, no más.

Me alejé lo más que pude de ellos, restregando mi cuerpo contra la madera.

―Ven pequeño ―dijo alguien. El cabello negro le ondeaba contra el aire.

Él me dio libertad, y un nuevo hogar, y yo le amo.

Esa noche el me lavó el pelaje con agua tibia. Yo aún podía ver la sangre frente a mí. Podía ver como la sangre se iba junto con el agua y con ella mi vida. La tristeza hace eso con las cosas alegres, se las lleva a lugares recónditos y solo logras llegar a ella después de cruzar caminos sinuosos.

Desde entonces mi querido señor Salvatore me ha cuidado, me ha dado comida y ha jugado conmigo. En ocasiones es un poco torpe, pero no me importa, porque juega conmigo y me da un hogar aunque yo no lo merezca.

Recuerdo que la primera vez que jugamos fue porque yo tenía hambre.

Estaba buscando comida por la casa, y encontré este cojín rojo que tanto le gustaba pero no sabía eso, como tampoco sabía que eso no se comía. Así que en cuestión de segundo comencé a rasgarlo con mis garras, intentando sacar la carne de esa cosa, pero mis garras se atoraban en algo esponjoso y por más que tiraba no salía carne de ahí, solo más de esa cosa esponjosa.

Para cuando él llegó la cosa esponjosa  estaba esparcido por el suelo. Me miró a los ojos, con una mirada tan penetrante que no hice más que acurrucarme en el suelo, intentando escapar sin éxito.

Entonces me señalo, me sujetó por el detrás del cuello. Yo daba vueltas una y otra vez ¡te lo juro! Era lo más divertido que había hecho en mi vida.

Comenzó a acariciarme, quizá un poco más fuerte de lo que debería, pero al fin estaba jugando conmigo. Sus manos tocaron mi cabeza, mi pansa, mis patas. Sus caricias comenzaron a doler un poco, pero no me importaba porque él no jugaba mucho conmigo.

Nuestros juegos se fueron repitiendo cada vez más, hasta que comenzó a hacerlo casi todos los días, y yo jamás había sido tan feliz en toda mi vida, después de todo mi querido señor Salvatore jugaba conmigo. Tenía un nuevo hogar, comida, agua y con quien jugar ¿Qué más podía pedir?

Ya han pasado varios años desde que él señor Salvatore me rescató, hoy me encuentro en ese cuarto que misteriosamente se cierra solo, la verdad sigo sin saber por qué se cierra solita la puerta siempre que entro. Ya van varios días que estoy aquí, mi amo no ha vuelto por mí, e rasguñado la puerta una y otra vez sin respuesta alguna, me he quedado sin comida, supongo que ha salido de viaje y ha pensado que estaba por ahí merodeando, por eso no me buscó, o, será que le paso algo al amo, ¡no!, nunca me perdonaría que le haya pasado algo y que yo no hubiera estado allí para ayudarle, después de todo el a hecho tanto por mí.

***

Hoy es por fin el gran día, el día que me quitare ese gran peso de encima, esa cosa asquerosa que ha vivido en mi casa durante los últimos años, pero era eso a que otro bueno para nada lo casara primero, lamentablemente no se pueden vender cachorros, ahora sé porque, pero bueno eso no importa mucho, ya que hoy será el día que me volveré rico gracias a esa cosa. Ya van varios días que no he ido a la casa, me pregunto dónde estará, solo espero que no allá destrozado la casa porque si no se le va a adelantar su hora de morir.

***

Por fin escucho un ruido, veo que entra una gran luz desde la puerta, ¡oh! tanto tiempo sin verla que mis ojos tardan en acostumbrarse, intento levantarme del sueño, cuando veo a mi amo entrar, tiene un objeto afilado en su mano. Entra delicadamente, me imagino que es para no despertarme, cada vez está más cerca, intento hablar, pero lamentablemente no puedo, simplemente siento como ese objeto punzante irrumpe en mi piel cada vez más profundo, me siento impotente, intento pedir ayuda, intento levantarme pero es inútil: nada da resultado, tantos días sin comer han hecho que pierda fuerzas, sin embargo lo único que vi fue como se hacía una mancha roja a mi alrededor, en ese momento recordé el día que mi amo me había rescatado, el día que vi a mis padres tirados a los lados en ese pequeño lugar de madera, ese pequeño lugar, que impedía que me fuera de esa escena tan trágica para mí. Y simplemente pensé, que mi amo enserio, me había dado “Libertad”.

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