XII. SOLO TUYA, SOLO MIA

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Los veranos en Capri amanecían claros, el sol comenzó a filtrarse por el balcón a las cinco y media de la mañana.

Fue a esa misma hora que Ángelo despertó entre los brazos de Coraline sintiendo el calor de su cuerpo envolviéndolo y protegiéndolo del cruel frío de la oscuridad. Tras su larga charla de anoche y aquel beso inesperado la tomó de la mano hasta llevarla la cama sin segundas intenciones, solo quería dormir con ella y despertar con ella, tal vez fuera por instinto o costumbre que se acurrucó contra su pecho y segundos más tarde sintió como ella lo abrazaba protegiéndolo de todo mal nocturno.

Pero la noche se había ido y al parecer quería llevárselo también, se había despertado con la luz del cuarto sin embargo, nada más abrí los ojos, comenzó a sentir aquel vacío como si unas garras lo obligaran a bajar por el agujero del conejo lentamente.

Sus carceleros lo llamaban ordenándole regresar a su prisión inconsciente para así darle paso a alguno de sus otros reclusos internos.

Angelo jamás se había resistido cuando ese momento llegaba, se dejaba ir como una botella entre las olas pero ahora, viendo aquel rostro blanquecino relajado descansando contra él y sintiendo esos delgados brazos rodear su cuerpo de forma protectora le hacían desear querer aferrarse lo más posible a la superficie, por primera vez en años no quería irse.

Pero no podía ser tan injusto.

Coraline se lo había aclarado anoche, ella los quería a los tres e iba a casarse con los tres, el quedarse en la superficie sería ser egoísta con los otros dos hombres que también se peleaban por su amor.

Así que se levantó de la cama y desenredando los brazos y piernas que lo aprisionaba, el frío de la mañana le pegó en el cuerpo desnudo con rudeza traspasando hasta su corazón.

Se detuvo unos segundos, sentado en la cama, a admirar a la pequeña que dormía en ella, aquella que le había proporcionado calor por primera vez en años mientras lo cuidaba como a un niño de sus pesadillas.

Él estaba seguro de que no quería dejarla, que si aquel cuerpo fuera solo suyo la hubiera tomado anoche y la hubiera proclamado ante todos los cielos como su mujer, y si el casarse con un humano le hubiera condenado a más años en la tierra pues recibiría con dicha su condena.

Lamentablemente su cuerpo no era solo suyo, también estaban Pietro y Cesáro, por lo poco que Coraline le había contado anoche tras su beso es que Pietro la quería, a su manera posesiva y obsesiva, pero la quería sin embargo Cesáro no parecía sentir lo mismo.

Angelo prefería ver su castigo como una misión, una donde debía ser la conciencia de Cesáro, aquella que le abriera los ojos cuando hacía algo mal y lo protegiera de sus propios miedos.

Con un largo suspiro dejó la cama y caminó hacía el pequeño escritorio que Coraline tenía en la habitación y tomando una hoja reciclada y un lapicero y comenzó a escribir.

Querido Cesáro...

Fue casi al finalizar la carta que el vacío volvió a atacar, el agujero de conejo llamándolo a gritos que entrará en él.

Solo un poco más, solo déjame llegar a ella, rogó en silencio y caminó de regreso a la cama no sin antes guardar su carta en el bolsillo del pantalón que usó anoche.

Esta vez fue él quien la tomó entre su brazos y la acomodó sobre su pecho sintiendo el aliento caliente de su respiración acompasada y el agarre inconsciente sobre su cintura que se negaba dejarlo ir ahora que lo tenía de regreso.

— No te vayas jamás , piccola, siempre seré yo quien te deje, pero tu no nos dejes jamás — susurró contra su cabello — ahora si muchachos, es toda suya.

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