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Y ahí estaba ella, descalza, enojada, con frío y, como si todo lo anterior no fuera suficiente, perdida. Siguió caminando con lentitud entre las crecientes sombras, el sol se había convertido en un recuerdo más allá del horizonte. Frotó sus manos sobre sus brazos para crear calor. No exageraba al decir que se estaba muriendo de frío, el vaho que se creaba con cada exhalación lo confirmaba.
- Lección del día, Keerah (Ki•raj): la caridad es para idiotas, ¿En qué estabas pensando cuando le regalaste tu abrigo a ese niño? ¡Es Octubre! – se reclamó con pesar. Sus huellas se marcaron en la arena húmeda. - ¿Cómo terminé aquí? – se cuestionó, mirando cómo las olas del mar se deshacían a corta distancia de ella. Era un ocaso hermoso, pero su quejumbrosa situación no le permitía disfrutarlo como le habría gustado. – Creo que es hora de tragarme mi orgullo y llamar a mamá. – reflexionó, llevando su mano al bolsillo trasero de su pantalón.
- Si eso hará que te calles, entonces deberías. – escuchó decir. Un grito de sorpresa abandonó sus labios, mientras daba un respingo y dejaba caer el celular sobre la arena.
- ¡Oh, maldición! – exclamó, llevando una mano a su pecho y arqueándose un poco para respirar mejor.
Cuando logró calmar su respiración, miró hacia el lugar del que supuso, provino la voz. Vio un montón de rocas y, sobre una de ellas, una difusa figura masculina, coloreada por las sombras y poco reconocible. Era alto, musculoso, sin ser fornido, o al menos eso dejaba ver su silueta bajo el suéter y la capucha, un cigarrillo encendido permanecía entre sus largos dedos, apoyados sobre su rodilla.
En aquel momento, no sabía si sentirse asustada por la presencia del extraño, o agradecida.
"Es un pueblo seguro, al menos eso dijo mamá antes de obligarme a venir."
- Casi me matas del susto. – le reclamó antes de inclinarse para tomar su celular, intentó encenderlo, pero este se negó rotundamente a cumplir sus demandas. – Genial, no tiene batería. – se quejó, devolviéndolo a su bolsillo.
Cuando volvió a encarar al fumador, este se estaba bajando de las rocas, con intención de marcharse. En un crudo arranque de nerviosismo, ella corrió hacia él.
- ¡Espera! No te vayas. – pidió, anclándose a su brazo. Él se tensó y quedó inmóvil ante el contacto. – Necesito tu ayuda. – solicitó con más calma.
En aquel momento, quizá por el creciente pánico a quedarse sola en aquel lugar desconocido, no se había percatado de que aquel chico era mucho más alto de lo que había previsto, no pudo evitar sentirse intimidada.
Cuando giró hacia ella, sintió el momento preciso en que su respiración fallaba, dejó caer su mano a su costado, sin apartar la vista de su rostro. Su piel era pálida, tenía la mandíbula pronunciada, nariz perfilada, labios rellenos y rosados, sus cejas se encontraban ocultas bajo la mata de ondas negras que era su cabello, haciendo destacar aún más su intensa mirada azul grisácea.
Parecía que ambos habían quedado petrificados observando al otro. Una extraña sensación de nervios y adrenalina recorrió su cuerpo.
- ¿No te enseñaron a mantenerte lejos de los extraños? – respondió con neutralidad. Su voz era ronca e intimidante, iba perfectamente con su apariencia. Desprendía el característico aroma del humo, junto al de alguna loción maderosa con especias.
- Sólo quiero volver a casa. – indicó. – Soy nueva aquí, no conozco el lugar. – agregó, retirándose la abundante melena color caoba del rostro. Un movimiento que él siguió con la mirada. Sacudió ligeramente la cabeza y volvió a prestarle atención a sus palabras.
- Eso lo explica. – murmuró. Ella frunció el ceño en confusión. – Debiste tomarlo en consideración antes de hacer turismo interno. – respondió, retomando su camino. Ella maldijo por lo bajo para volver a seguirlo, caminaba muy rápido.
- Por favor. – profirió abrazándose a sí misma.
Quizá fue su apariencia asustada, que era infernalmente hermosa ante sus ojos o que estaba tiritando de frío lo que lo hizo detenerse y hacer un ademán con su cabeza para que lo siguiera.
Exhaló de alivio y apresuró su paso para alcanzarlo.
Caminaron en silencio hacia las afueras de la playa, ella con cuidado de no lastimarse los pies descalzos. Luego de unos minutos, vio que se acercaban a un Jeep Wrangler negro, estacionado junto a la carretera.
Tuvo un arduo momento debatiendo si debía subir al vehículo con cristales polarizados de un extraño o si prefería seguir vagando descalza por la calle hasta encontrar a un buen samaritano que no tuviera apariencia de secuestrador.
Sin embargo, luego de que una piedrecilla se incrustara en la carne blanda de su pie derecho, todas sus dudas se despejaron.
Él retiró el seguro y se precipitó directamente al asiento de piloto. Ella se mantuvo frente a la puerta del copiloto, sin saber muy bien cómo proceder. Luego de un instante, el cristal bajó, quedando frente a ella el perfil de aquel chico, mantenía una mano sobre el volante y su cabeza ligeramente girada hacia ella, le dio una mirada con el rabillo de su ojo.
- ¿Vas a quedarte ahí? – cuestionó sin mucho esmero.
- ¿Vas a subir a una extraña a tu auto? – indagó. No había reparado en su pregunta hasta que él enarcó una ceja en su dirección y una pequeña sonrisa pícara se dibujó en sus labios. Agradeció a la noche por evitar que sus mejillas sonrojadas fueran visibles.
Sin esperar por una respuesta, abrió la puerta y subió al asiento. El aroma de su loción era más intenso, agradeció silenciosamente por la calefacción encendida. Se acomodó mejor en el asiento y se abrochó el cinturón, todo bajo su atenta mirada.
Nuevamente sacudió la cabeza, enfocó su mirada al frente y apretó sus manos sobre el volante.
- ¿Conoces la dirección? – indagó. Ella carraspeó antes de responder.
- 38 de la calle Elgrin. – dijo. Él asintió y arrancó el vehículo.
Esta vez, ella se aseguró de prestar atención al trayecto. El camino se mantuvo en silencio, siendo vagamente interrumpido por alguna canción indie en la radio. Se encontró a sí misma tarareando en voz baja una de The 1975.
Había muchas cosas que quería saber del chico sentado a su lado, pero no se animó a romper la calmada atmósfera que los envolvía. El camino fue significativamente más corto.
"Él sí conoce estas calles." Se dijo.
- Es aquí. – avisó, reconociendo la Volvo de su madre estacionada junto a la calle. Le costaba acostumbrarse a la apariencia medieval del pueblo. Londres era una ciudad muy antigua, pero Crimson Hills, el pequeño pueblo escocés al que se habían trasladado, parecía estancado en el siglo XIII, con sus grandes edificaciones de piedra y calles estrechas. Detuvo el motor y se estacionó frente a la entrada.
Él volvió a asentir en respuesta mientras ella se retiraba el cinturón de seguridad. Sin embargo, al momento de abrir la puerta, no tuvo tanta suerte. Tiró de la manija varias veces, sin ningún resultado. Estaba tan ocupada en su labor, que casi saltó del susto al sentir cómo él se recostaba peligrosamente sobre ella para llegar a la puerta.
Nuevamente, la respiración le falló ante el calor que su cuerpo emanaba. Pudo sentir como su cabello le hacía cosquillas en la barbilla. Se quedó estática en su lugar, sin saber cómo reaccionar. La puerta cedió ante él, quedando perfectamente abierta. Con lentitud, él se reincorporó hasta volver a su lugar tras el volante.
Se aclaró la garganta y salió del auto.
- Gracias. – dijo con rapidez y la mirada en cualquier otro lugar que no lo incluyera.
- Adiós, Keerah. – creyó escucharle decir mientras cerraba la puerta.
Su nombre nunca había sonado tan bien en la voz de alguien más.
Sacudió la cabeza mientras lo veía desaparecer en la calle.
No tuvo más remedio que convencerse de que lo había imaginado, porque ese tipo de cosas, no sucedían en la vida real.
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Slein & Bryce [Español]
Roman pour Adolescents[PARTE DE LA COLECCIÓN: A-TYPICAL LOVE STORIES] Keerah Bryce y su madre se trasladan desde Londres, Inglaterra a Crimson Hills, Escocia en búsqueda de un nuevo comienzo. En este pequeño y antiguo pueblo, lleno de historias, leyendas y chismes local...