Prologo

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Carreras de Ascot, 1812.

Los caballos entraron como un trueno en la recta final entre los gritos y los vítores de la

multitud, y poco después Nicholas Manning, sexto duque de Rothay, se alzaba nuevamente con la

victoria gracias a su espectacular zaino. De hecho, su cuadra había arrasado en las carreras hasta

el momento ese día. Lo que no era una gran sorpresa.

No había ninguna duda al respecto; ese hombre tenía un toque mágico cuando se trataba de

caballos y, según se decía, una habilidad aún mayor cuando se trataba de mujeres.

Lo que era fácil de creer. Caroline Wynn le vio dirigirse hacia su palco privado en la tribuna, con

su legendaria sonrisa centelleando al recibir los parabienes de sus amigos. El duque poseía un tipo

de atractivo especial y evidente, que unía la pura masculinidad a una espléndida estructura ósea

clásica, un cabello oscuro y una tez morena. También era alto y atlético, y se movía con una gracia

natural mientras subía la escalera deseoso, sin duda, de celebrar sus victorias. Vestía con

desenfadada elegancia una chaqueta azul marino, pantalones de montar beis y unas botas

lustrosas; su cabello color ébano contrastaba con el blanco resplandeciente de su corbata muy

bien anudada.

—Verdaderamente Rothay parece encantado consigo mismo —murmuró Melinda Cassat,

mientras se abanicaba con energía para mitigar el calor vespertino. Cada vez que movía la muñeca

sus ricitos castaño oscuro revoloteaban alrededor de su rostro. Estaban sentadas a la sombra de

un pequeño toldo de rayas, pero apenas corría algo de brisa. El cielo, limpio de nubes, era de un

azul cobalto claro e intenso.

—Ha ganado, así que ¿por qué no debería estarlo? —Caroline sintió un leve temblor en la boca

del estómago al ver aquella esbelta silueta desaparecer en el interior del palco.

«¿Qué estoy haciendo?»

—No es que necesite el dinero. Ese hombre es tan rico como Creso. —Melinda se apartó un

mechón de pelo rebelde del cuello y frunció los labios. —Claro que apostar en una carrera de

caballos es mucho menos escandaloso que los últimos rumores sobre sus aventuras. ¿Te han

llegado?

Agradecida porque el calor del sol justificaba el rubor de sus mejillas, Caroline mintió

abiertamente.

—No. ¿A qué te refieres?

Melinda, ávida chismosa, pareció encantada ante la pregunta. Se inclinó hacia delante y

entornó sus ojos castaños con expresión conspirativa. Inspiró con rapidez y su prominente busto

se agitó.

—Bueno, parece ser... según dicen, en fin... que el guapísimo duque y su íntimo amigo lord

Manderville, quien, como ya debes de saber, ha heredado la reputación de su padre de ser una

calavera de primer orden, han hecho una apuesta escandalosa sobre cuál de los dos es mejor

amante.

—¿En serio? —Caroline confió que su expresión fuera de lo más anodino.

La cara de su amiga exhalaba emoción e intriga.

—¿No te parece increíble?

—¿Estás segura? Lo que quiero decir, querida, es que esto es Londres y que se trata de la alta

sociedad. No todos los rumores son ciertos. Sabes tan bien como yo que la mayoría son auténticas

falsedades o, como mínimo, exageraciones.

—Ya, pero tengo entendido que ellos no lo han negado. El envite aparece debidamente

registrado en el libro de apuestas de White's y las apuestas sobre quién ganará están alcanzando

cifras nunca vistas. Ese par siempre roza el escándalo, pero parece que esta vez se han superado a

sí mismos.

Caroline vio que los jinetes tomaban posiciones para la última carrera.

—¿Cómo puede alguien probar una cosa tan absurda? En último término el resultado siempre

será subjetivo. Al fin y al cabo, si la apuesta es cuál de los dos es mejor amante, ¿quién va a

juzgarlo?

—Bueno, querida, esa es la parte más escandalosa. Necesitan un crítico imparcial. Toda la

buena sociedad especula sobre quién será ella.

—Es una barbaridad, ¿no crees? Ella tendría que estar de acuerdo en mantener relaciones

íntimas con... bueno, con los dos, imagino. ¡Dios del cielo!

Melinda la miró con manifiesta ironía.

—Con lo mojigata que eres ya imaginaba que dirías algo así. No sé si es una barbaridad

exactamente pero desde luego que es pasarse de la raya, aunque hablemos de unos granujas

como ese par. Sin embargo, aún hay más apuestas sobre lo rápido que encontrarán a alguien que

se avenga a probar lo que cada uno tiene que ofrecer. Es una maldad, lo sé, pero dos de los

hombres más apuestos de Inglaterra harán todo lo posible para complacer a la elegida. Imagínate

lo que le espera a la dama que acepte.

Bien, Caroline era bastante consciente de tener fama de fría y distante, pero aun así, oírse

llamar mojigata la puso a la defensiva.

—No soy ninguna matrona vieja y marchita. Puedo entender muy bien que una mujer sucumba

ante un hombre atractivo y encantador, capaz de seducirla sin esfuerzo. Cualquiera de esos dos

cumplen de sobra con los requisitos, ya que, dicen, tienen bastante práctica.

—Desde luego que la tienen, y en ningún momento he querido decir que seas vieja y marchita;

más bien lo contrario. —Su amiga suspiró con exagerado énfasis. —Pero no eres demasiado

accesible, Caroline. Sé que desde que te casaste, y sobre todo tras el fallecimiento de Edward, has

levantado muros para protegerte, pero francamente deberías permitirte vivir otra vez. Si quisieras,

querida, tendrías a medio Londres a tus pies. Eres joven y preciosa.

—Gracias.

—Es la verdad. Los hombres harían cola con flores y sonetos. No hay razón para que

languidezcas en una soltería solitaria.

—No deseo volver a casarme. —Era absolutamente cierto. Con una vez había sido suficiente.

Con una vez había sido más que suficiente.

—No todos los hombres son como Edward.

Caroline observó distraída cómo se alineaban los caballos y oyó el pistoletazo de salida. Bien,

esperaba que no todos los hombres fueran como su difunto marido, pensó mientras los

magníficos animales se lanzaban a la carrera, porque aquel licencioso duque no tardaría en leer su

nota.

Una apuesta indecenteDonde viven las historias. Descúbrelo ahora