—Repetiré la pregunta: ¿por qué estaba usted allí, señora?
La pregunta, hecha con tanta frialdad, hizo que Caroline tensara los labios, molesta. Para su
desgracia, el primo de su difunto marido y actual lord Wynn había ido a visitarla, y aunque ella
llevaba meses evitando verle, no había tenido otro remedio que recibirle finalmente. Dado que el
parecido familiar era enorme, estar cara a cara con Franklin siempre le producía un pequeño
sobresalto, como si un fantasma se hubiera materializado frente a ella.
Un espectro de lo más inoportuno, además.
Estaban sentados en el salón de las visitas, con los grandes ventanales abiertos a la cálida
atmósfera del mediodía. El mobiliario, una elegante combinación de tonos crema y dorado, era un
reflejo de su gusto personal y de la re-decoración que había emprendido tras la muerte de
Edward. Sofás de brocado, dos encantadoras butacas importadas de Italia junto a la chimenea,
una serie de atractivas acuarelas en las paredes tapizadas de seda. Un jarrón precioso y muy
costoso que Caroline había encargado, contenía un ramillete variado del jardín de atrás, y el
perfume era un baño de delicias florales, sobre todo en un día tan bonito. Erradicar todas las cosas
que le recordaran la presencia de Edward fue un placer. El habría odiado la feminidad de los
toques personales, leves y delicados, pero por lo que ella sabía, él había odiado un gran número
de cosas si no eran idea específicamente suya.
Franklin había reaccionado ante la nueva decoración con una mueca y un destello de frialdad
de sus ojos claros. «La casa de la ciudad debía haber sido mía», decía esa mirada, y el coste del
nuevo mobiliario procedía de la fortuna que él creyó que debía heredar. No es que a Caroline le
importara la opinión de Franklin, ya que era su dinero, y si deseaba barrer el gusto de su marido
de la casa, habitación por habitación, eso haría.
—Fui a ver las carreras de caballos, naturalmente, milord. Por suerte hizo un día magnífico, de
modo que disfruté muchísimo. —Caroline mantuvo en todo momento un tono frío y distante,
intentando que él dejara de interesarse por sus actividades sociales. —Lamento no haber estado
en casa cuando vino usted la semana pasada. Me temo que últimamente he estado bastante
ocupada.
—La semana pasada, la anterior... sí, ya me he dado cuenta. Espero que sea consciente de que
no es recomendable ir sola a un lugar como las carreras. Allí suele congregarse una multitud
compuesta en su mayoría por hombres. Las damas decentes no van por ahí sin acompañante. La
próxima vez que desee usted asistir a un espectáculo público de ese tipo, hágamelo saber y yo
organizaré las cosas para estar a su lado.
«Dios bendito, se parece tanto a Edward, con esos mismos fríos ojos azules...»
Tenía la cara de un halcón, completamente angulosa con una nariz algo aguileña, y el pelo
ESTÁS LEYENDO
Una apuesta indecente
RomanceARGUMEEENTTTO::: Una disparatada apuesta entre dos galanes dará lugar a una deliciosa historia de amor muy poco convencional… Es la comidilla de la ciudad. En plena Regencia, dos aristócratas londinenses: el Duque de Rothay, Nicholas Manning y el Co...