Sé que no nos volveremos a ver, que nuestras miradas no se volverán a cruzar, que nuestros pasos no se volverán a sincronizar.
Pensar en ti es doloroso, pesado y angustiante.
Tu recuerdo es una pesada ancla que me arrastra hacía atrás.
Una voz que he olvidado con el tiempo me susurra que me quiere, unos ojos cuyo reflejo no puedo imaginar me miran y unas manos cuyo calor no siento me acarician la cara.
Me siento al borde de mi corazón y suspiro, recordándote, queriéndote.
Solo, abandonado, olvidado y desamparado.
Un corazón roto que navega en un oleaje tranquilo de una imaginación resignada.
Te tomo de las manos y te acerco, desesperado por abrazarte, pero no estás allí.
Con ojos tristes me miro las manos vacías y lloro, lloro por lo que nunca lloré, por lo que he de sentir, por lo que tuve que sentir y por lo que habré de sentir en el futuro.
El tiempo no ayuda, al contrario, lastima.
Dolor añejado con el paso de las horas, de los días, de las semanas, de los años.
Una daga que cala profunda, lento y sin prisa. Un dolor eterno que recorre mi pecho por siempre y que cala fuerte al reír.
Me miro al espejo y no me reconozco.
Te veo y no te recuerdo.
No queda nada, todo se fue.
Todo se lo llevo el viento.
Y yo le ruego al mismo que, solo un segundo, me deje verte una vez más.
Que me deje verte aun si con esas te vuelvo a olvidar.
Le dejo mi deseo al viento y ojalá lo encuentre.