Prólogo

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El pequeño Arturo disfrutaba buscándole formas de animales a las nubes en el cielo.

No era una tarea fácil, teniendo en cuenta que estaba en un auto en movimiento y que no tenía permiso para bajar la ventanilla, ahumada, de manera que tenía que entrecerrar los ojos para detallar bien la silueta de éstos pedazos de algodón flotantes (como a él le gustaba llamar a las nubes) que de manera perezosa se paseaban por el cielo.

Pero aún así logró reconocer la forma de un elefante, de un conejo, de una tortuga y, su favorito, también de un zorro.

Ante este último hallazgo, giró rápidamente su cabeza a la izquierda en busca de su compañero de asiento, para así mostrarle la nube con forma de zorro antes de que el carro la dejara atrás como a todas las demás nubes que él había estado observando. Pero su emoción fué opacada por la clara imagen de su padre leyendo algo en su portátil con el ceño fruncido de manera exagerada.

Arturo supo inmediatamente lo que éso significaba: Estaba ocupado en asuntos del trabajo y no quería que nadie lo molestara, como tantas otras veces él mismo se lo había explicado antes, cuando Arturo se acercaba a él para pedirle lanzar la pelota en el jardín o para que lo ayudara con su tarea de álgebra. Ésto último realmente no lo necesitaba porque aunque no era el mejor de su clase, siempre aprobaba sin problema todas sus asignaturas;

Pero era una de las pocas excusas a las que podía recurrir para poder pasar más tiempo con su papá. Y es que, las pocas veces que le decía que sí, él simplemente era el niño más feliz del mundo y hasta agradecía, como cosa demasiado extraña para un niño de casi 10 años, el que a su profesor le encantara mandar un montón de tarea para el fin de semana. Éso sólo significaba pasar más tiempo con su papá y para él era lo mejor, teniendo en cuenta que por su trabajo sólo lograba verlo un puñado de veces al mes.

El doctor Kennedy, como estaba acostumbrado escuchar a los demás referirse a su padre, viajaba cómo mínimo dos veces al mes a Rusia para asuntos de trabajo de investigación, y cuando regresaba a casa, no salía de su despacho en dónde pasaba todo el día con el ceño fruncido observando la pantalla de su ordenador.

Cuando Arturo era más pequeño, pensó que se trataba de investigación policial y le dijo a todos sus compañeros de clases que su papá era un súper detective como el de las series de televisión; se decepcionó un poco cuando se enteró de que en realidad se trataba de investigación científica.

Y ése era justo el día en el que le tocaba volar a Rusia. Por eso George los estaba llevando al aeropuerto de la ciudad. Arturo casi chilló de felicidad cuando su papá aceptó que lo acompañara hasta allá, para después regresar se con George.

Aunque sabía que no debía, no pudo evitar estirar su mano para agarrar a su padre por el abrazo, buscando llamar su atención. Le hacía ilusión enseñarle la nube con forma de zorro, ya que sabía que también era el animal favorito de su padre. El Doctor Kennedy levantó la vista al instante y sus ojos marrones se encontraron con los ojos verdes (herencia de su mamá) de Arturo.

El corazón de Arturo se aceleró un poco y sintió como se le tensaban un poco los hombros, no sabía que reacción iba a tener su papá ya que nunca se atrevía a interrumpir su concentración mientras trabajaba. Pero se relajó al instante en que vio una pequeña sonrisa asomarse en los labios de su padre.

- ¿Qué pasa, campeón? ¿Nervioso por la presentación de ésta tarde?

Le desordenó un poco el cabello negro completamente liso (ésta vez, herencia de su padre), a lo que Arturo puso una mueca de desagrado. Pero lo cierto es que en realidad a él le encantaba que lo hiciera, aunque siempre se quejaba.

Secretos Que MatanDonde viven las historias. Descúbrelo ahora