Foxy the Pirate

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Todos estábamos súper emocionados con el cumpleaños de nuestro amigo Freddy. Habíamos estado ahorrando un montón para poder comprarle un regalo; además, su hermano, Fred, había conseguido prepararle una fiesta de cumpleaños en el restaurante Freddy's FazBear Pizza. Parecía que iba a ser un día genial.

Clara, Vincent, Lee y yo quedamos con los dos Fred a la salida del colegio; íbamos a ir todos juntos al establecimiento. Antes de que llegasen los hermanos, los demás hablamos sobre el regalo; no estábamos seguros de si le iba a gustar tanto como esparábamos, así que discutimos un poco sobre cómo reaccionar. En aquellos tiempos éramos muy pequeños e inocentes.

Cada uno de nosotros llevaba algo que le gustase mucho, para divertirse más. Como no, yo iba con mi preciado traje de pirata, cantando canciones de bucanero y utilizando las mejores expresiones del mar.

Me sorprendió un poco que Fred no llevase algo, pero cuando le pregunté el por qué, me dijo que le sobraba con cuidar de nosotros. Él estaba muy emocionado de tener el permiso de nuestros padres y poder vigilarnos.

Tras un largo paseo, llegamos al restaurante. Era aún más increíble de lo que nos lo habíamos imaginado; estaba lleno de luces de colores, música, máquinas para jugar... Y tenía a los animatrónicos. Los caracerísticos empleados del restaurante, a los que todos los niños adorábamos, cantaban sobre el escenario o jugaban con las personas que ya estaban allí.

En cuanto los vimos, todos los invitados del cumpleaños, excepto el hermano mayor de Freddy, nos acercamos al escenario para verlos más de cerca. Su actuación era hipnótica, y en poco tiempo nos aprendimos la cancioncilla que cantaban.

- Nosotras nos vamos a jugar a la zona de recreativas -nos dijeron Lee y Clara cuando terminó el espéctaculo de los animatrónicos.

- Pues yo me voy a ver la sala del cumple, ¿te vienes, James? -me preguntó Vincent, con las mejillas rojas por el calor que hacía en el local.

- Vale -le respondí-, ¿y tú, Freddy?

Nuestro amigo estaba ensimismado mirando el oso animatrónico del escenario, el cual daba nombre al restaurante. Ambos sujetaban sus micrófonos mientras parecían mirarse; ciertamente, Freddy estaba muy contento por poder celebrar su cumpleaños allí.

- Yo me quedo aquí, quiero contarle a ese animatrónico que hoy es mi cumpleaños -me responíó sonriendo de oreja a oreja mientras señalaba al oso.

Antes de que pudiera decirle nada, Vincent me agarró de la manga y me dijo que era un marinero de agua dulce.

- No oses llamar eso al Capitán James, jovenzuelo -le amenacé yo, jugando, con mi espada de madera, mientras me colocaba el parche pirata.

Tras perseguir a ese embustero durante unos minutos, conseguimos encontrar a Fred en la sala de la fiesta. Todo estaba decorado con globos de colores y guirnaldas. También había un montón de dibujos por las paredes.

- Ala, ¿toda esta sala es para nosotros, Fred? ¡Es enoooorme! -exclamó Vincent, mientras esquivaba uno de mis espadazos. La verdad es que el lugar era bastante grande.

Pareció que Fred intentó despedirle, pero un tipo muy raro se le adelantó. El empleado, lo supuse por el uniforme, tenía una mecha morada en el pelo, y llevaba una camisa del mismo color. A mí nunca me ha gustado el morado, pero en aquel hombre me pareció que quedaba muy simpático. En aquel momento el hombre de morado me cayó muy bien, parecía un buen tipo que solo quería que nos lo pasásemos bien...

- Por supuesto pequeñín, qué menos para el amigo de un rockero tan famoso como tú -le piropeó al ver la guitarra roja de mi amigo. Nada más que lo dijo, Vincent se puso a hacer como que tocaba su instrumento, y yo me uní a él cantando una canción pirata. No quedaba muy bien, así que lo dejamos y nos fuimos a ver a los animatrónicos otra vez.

Como nos había dicho antes, Freddy estaba con los animales, observándolos casi sin pestañear. Pensábamos que iba a seguir a lo suyo, pero cuando le propusimos ir al tiovivo no se lo pensó dos veces. Tras preguntarle al hermano de nuestro amigo si podíamos ir, nos dispusimos a pasarlo genial.

Estuvimos jugando todos juntos, muy felices, incluso comiendo la pizza. Ninguno quería que ese día acabara...

- Oye, pequeño piratilla, ¿te gustaría conocer en exclusiva a nuestro nuevo animatrónico? -me preguntó el hombre de morado cuando vino a ver qué tal íbamos. Por supuesto que no iba a mentirlo, así que antes de que Fred pudiese decir nada me fui corriendo con el simpático hombre...

El tipo me llevó hasta una sala algo apartada del restaurante. Tenía dos pisos y unas escaleras de metal por las que bajamos a ver al animatrónico: << Se llama Foxy the Pirate >> me contó el hombre de morado por el camino. Estaba tan emocionado que no pude evitar soltar una exclamación pirata en voz alta:

- Por las barbas de Barbanegra, este animatrónico es súper chulo.

Eso fue lo que dije, y lo último que el Hombre de Morado me dejó decir. Lo que continuó a penas logro recordarlo con claridad...

Un brillo metálico. Quemazón en el pecho. Yo corriendo para huir. Dolor. Un goteo escarlata proveniente de la herida de mi pecho... Y oscuridad, mucha oscuridad...

¡Fue el maldito Hombre de Morado! ¡Él me hizo desaparecer! ¡Él no me dejó seguir jugando como el niño que era!

Cuando mi alma infantil fue consciente de lo que había ocurrido rompió en un llanto desesperado; pero ya nadie me podía oír... O eso pensaba.

- Eh, chaval, no llores -una voz metálica proveniente del fondo de la habitació parecía dirigirse a mí; yo ya no podía moverme ni hablar con mi cuerpo, así que me limité a que la voz continuase hablando-. Siento mucho lo que te ha pasado, en serio, pero que llores ya no te va a servir de nada. Yo también odio a ese tipejo. Él fue quien hizo que me encerraran aquí abajo, con falsas acusaciones sobre mi comportamiento. ¿Sabes? Yo también lloré, pero me di cuenta de que era inútil, por eso te lo digo.

Yo no quería seguir escuchando a quien se supusiese que me estaba hablando, solo quería seguir llorando e imaginar que todo había sido un mal sueño. No dejé de sollozar ni cuando oí los pasos de esa cosa metálica acercándose a mí. Ya me daba igual todo, tan solo esperaba que el dolor terminase...

- Yo te puedo ayudar a hacer que... Más o menos vuelvas a vivir -pensaba que mentía y continué llorando-. Entiendo que no quieras escucharme, pero la oferta podría gustarte. Tarde o temprano me volverán a poner a trabajar, y podré seguir haciendo lo que realmente vine a hacer a este restaurante: proteger a los niños. ¿Ves? Si yo hubiese estado ahí arriba no te habría ocurrido esto, pequeño -parecía que la voz estaba muy apesadumbrada y me di cuenta de que mis lloros no la ayudaban, así que contuve las lágrimas, invisibles para el resto-. Pero tampoco puedo culpar a mis compañeros, todos estamos igual...

Intenté apartarme al ver el rostro del zorro animatrónico cerca de mi cara; estaba algo estropeado, pero era obvio que lo que destacaba en ese rostro era la tristeza. Intenté moverme, aunque claro, no podía, así que el animal pirata me cogió en brazos sin ninguna dificultad, teniendo cuidado de no clavarme su afilado garfio.

- Bueno, pequeño, mi oferta es esta: tú podrás seguir viviendo dentro de mi cuerpo, moviéndote, cantando, corriendo... y ambos protegeremos a los niños, incluso, si quieres, defendiéndoles de quienes les hagan daño; ¿te parece? Si tenemos la oportunidad, hasta podremos vengarnos del tipo de morado que nos hizo esto.

Sé que en aquel momento Foxy notó toda la felicidad que había dentro de mí, porque él también sonrió. Él se sentó en el mismo sitio que estaba cuando entré a la sala, pero esta vez se colocó abrazando mi pequeño cuerpo. Mientras él me dejaba ocupar poco a poco su cuerpo pudimos ver cómo el odioso Hombre de Morado hacía daño al resto de mis amigos; sin embargo, Foxy me dijo que sus compañeros iban a hacer lo mismo que lo que estábamos haciendo nosotros juntos.

Y me sentí feliz.

Clara, Lee y yo vimos cómo Fred intentó vengarnos, incluso sin el cuerpo animatrónico, y por ello le dimos las gracias cuando fue vencido. Ya no nos importaba la cara de satisfacción del tipejo al haber acabado con nosotros, porque todos sabíamos que, tarde o temprano, íbamos a acabar con él.

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