Coraje

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—¡Apagá eso que nos vas a matar a los dos!

—¡A los tres!—retruqué, señalando la cucha de Coraje.

—Ese perro de mierda, deberíamos sacrificarlo.

No contesté nada. Giré la perilla y apagué la hornalla. No hubo caso, algo funcionaba mal.

—¿Qué te dije? ¡Mirá la baranda que hay ahora!—gritó—. ¿Hablaste con el gasista?

—Sí, viene mañana temprano. Me dijo que hoy no podía. Es domingo, Sergio.

—¡Un chanta! Después dicen que no hay laburo. Sobra laburo, lo que falta son ganas—dijo, estirando mucho la ese final—. ¿Y pediste los sánguches?

—Sí...

—Y el mío con ma...

—Sí—lo interrumpí—. Lo pedí con mayonesa, Sergio.

—Menos mal, son una cagada esos sánguches sin mayonesa... muy secos.

Estábamos en la mesa terminando de comer. Solo se lo escuchaba masticar fuerte, muy fuerte. Siempre odié ese ruido exagerado, por eso prendí la tele.

—Apagá esa mierda. Quiero estar en silencio.

Seguro estaba enojado por lo del gas. Igual siempre encuentra una excusa para putearme.

De pronto, cortó el silencio:

—Es en serio lo del perro, eh. Estuve pensando... hay que hacerlo cagar. Tiene la pata hecha mierda, es viejo... está reventado. Ya no se mueve de ahí —dijo, señalando el sillón.

Después, apoyó la lata de cerveza en la mesa y la aplastó con el puño, reduciéndola a una fina lámina metálica. Se calzó las ojotas y trastabillando se fue para la pieza a dormir. Me quedé en shock, no quería perder a Coraje. Me tiré en el sillón, pero no pude pegar un ojo. A las 2 de la mañana, me levanté a fumar un pucho. No prendí la luz de la cocina porque el tubo vibra y hace mucho ruido. No quería despertar a Sergio. Coraje abandonó la comodidad de su sillón y me siguió. Sabía que la hornalla andaba mal, pero no aguanté y la prendí para hacerme unos mates. La llama estaba naranja, demasiado naranja. Sergio me había explicado que tenía que estar azul, que cuando tenía otro color había pérdida. La imagen de Coraje muerto no me dejaba concentrar. Agarré el celular para mandarle un mensaje al gasista. Escribí y borré. Escribí, tomé un mate y volví a borrar. Me agarraron ganas de hacer pis. Fui al baño y recogí la musculosa sucia que Sergio había dejado en el piso. Su olor me asqueó. Mientras hacía pis, me acordé de Coraje cuando era cachorro, cómo corría y jugaba en la placita que estaba a la vuelta de la casa de mis viejos. Me asustó un ruido, pero más me asustó pensar que ese ruido había despertado a Sergio. Chequeé y todavía roncaba. Volví rápido a la cocina, Coraje había tirado el mate al piso y no quedaba más yerba. Había mucho olor a gas, me había olvidado prendida la hornalla. Fui a la habitación, me calcé y me puse una campera arriba de la bata. Ya empezaba a sentirse olor a gas en el living. Cerré todas las ventanas, "no vaya a ser cosa que Sergio se enferme", pensé. Manoteé las llaves, la billetera, el celular y salimos. Primero, dejé salir a Coraje que empezó a correr como si no existiera ningún clavo en su patita izquierda. Cerré la puerta, agarré el celular y le escribí al gasista:

—No venga, Sandro. Al final lo pudimos arreglar. Disculpe la molestia.

CorajeDonde viven las historias. Descúbrelo ahora