Capítulo 3

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Al llegar a casa, lo primero que le ofreció Manjirō a su hija fue un baño, pero esta aclamó que ya había tomado una ducha en casa de Mirai

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Al llegar a casa, lo primero que le ofreció Manjirō a su hija fue un baño, pero esta aclamó que ya había tomado una ducha en casa de Mirai. Midori estuvo fantaseando con el buen rato que había pasado dos largos minutos, hasta que se percató que estaba hablando de más y se tapó la boca. No era su culpa, Mirai era un jodido ángel en tierra, obvio tenía mil puntos positivos que resaltar en ella.

Mikey observaba el comportamiento de su hija mientras tomaba los dos ramens instantáneos que había comprado de antemano y los comenzaba a preparar. Tal y como pensó, Mirai era la indicada para cuidar a los niños, tenía buena mano con ellos y era muy amable. Al menos era un problema menos preocuparse por Midori hasta que le encontrara un colegio.

Hablando de eso...

—Si tengo tiempo el lunes voy a matricularte en una escuela —comentó, rompiendo el silencio que se había formado.

Midori, que se había trepado sobre una silla para poder ver en primera fila lo que hacía su padre, alzó la vista con la boca abierta. Se podía apreciar en sus ojitos el desagrado que le provocaba aquella idea, aunque haya tratado de disimularlo después.

—Vale —murmuró, agachando la mirada.

Manjirō dejó los fideos hierviendo y se volteó a ver a la pequeña. Se apoyó en la encimera y la vio del otro lado, preparando para bajarse de su silla.

—No pareces muy convencida con la idea —dijo, dando la vuelta para ayudarla. Tomó a la rubia y la depositó en el suelo segura para luego cruzarse de brazos.

—Nunca he ido a una escuela —confesó la pequeña, mirando al piso, incapaz de sostener la vista a su padre.

El semblante inquisitivo de Mikey se ablandó por completo y se convirtió en uno de pena. El joven tuvo que agacharse para estar a la altura de su hija. Alzó el mentón de la menor buscando ese atisbo de tristeza que sabía encontraría en aquellos orbes negros. En ese instante notó que en la mejilla de Midori había una cicatriz realmente llamativa, no podía creer que no se hubiera percatado antes; pero no solo era eso, como no traía su habitual abrigo y en cambio portaba un pullover mucho más fresco —que seguramente le había regalado Mirai—, Manjirō también pudo notar que el cuello de su pequeña había otra marca horrible.

El autocontrol obligó a ese hombre a tragar en seco. Quería preguntar. Algo en su interior se revolvió y le dieron unas inmensas ganas de golpear la primera cosa que se encontrara en su camino, siempre había sido una persona muy impulsiva. Pero calmó estos impulsos de la forma más falsa y eficiente que encontró. Se moría por saber que había provocado todas esas heridas en el pequeño cuerpo de alguien tan chiquito como ese ser, ¿habría sido un accidente o simplemente alguien había abusado de ella? De cualquier forma sabía que todavía no tenían confianza suficiente y que evidentemente Midori le restaría importancia o mentiría.

—Podemos esperar unos días a que te acostumbres a esta nueva vida y a esta casa para buscarte un colegio —propuso él, separando su mano del mentón de su hija para revolverse el cabello. No había mucho más que hacer.

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