Capítulo 9: Las cosas que cambian

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Luo BinGhe casi había hecho medio camino a la Preparatoria acompañado de Shen QingQiu, o mejor dicho acompañándolo, cuándo recordó el sms de Liu MingYan. Su mente se fue de vuelta a la pantalla iluminada de su smartphone donde brillaban todas las letras.

Tío Tian seguro te dijo. Acabo de llegar a la ciudad, te visitaré hoy mismo, no te preocupes aún tengo una llave, puedo llegar en cualquier momento.

Y luego también.

Te extrañé, Gege

Había recibido eso de madrugada, probablemente ella ya había llegado.

Luo BinGhe se frió los sesos intentando recordar de dónde se suponía que venía Liu MingYan, incluso ella tuvo que tomar un avión y demás. No lo hubiera hecho si el viaje fuera sencillo, porque ella era sencilla, generalmente callada y tranquila, y odiaba las entradas pomposas. Pero por mucho que pensó sobre ello, no lo consiguió.

Él mismo se sorprendió por la falta de interés que Liu MingYan le causaba actualmente. Si acaso, le molestaba que ella escogiera horarios tan molestos para viajar.

En resumen, que, si ella había llegado e incluso tenía una llave con ella, eso significaba tres cosas:

Primero: ella seguramente tenía intenciones de visitarlo primero, y él iría a recibirla porque a pesar de todo no quería tener a su padre encima por causar problemas con ella.

Segundo: tenía que encontrar una forma de hacerla volver de donde sea que viniera lo más rápido posible. Si tuviera unos diez años menos le encantaría tenerla alrededor, pero habían crecido y había llovido mucho desde que fueron niños.

Tercero: definitivamente, ¡pero definitivamente!, tenía que librarse de ella antes de que Shen QingQiu se enterara de que supuestamente se iban a casar. No podía haberle dicho tantas veces a su Shizun que pasaría con él toda su vida y de repente salirle con algo así.

Si bien era cierto que solía jugar con Shen QingQiu para conseguir lo que quería muchas veces, mentirle sobre este tipo de cosas lo iba a matar, pero esta vez tuvo que hacerlo. Luego de ponerle una excusa repentina para que lo dejara ir a su casa sin interesarse mucho y decirle que iría a la escuela más tarde, la mente de Luo BinGhe se quedó dando vueltas alrededor del segundo punto.

Si. Librarse de ella era la prioridad. Tenía que hacer todo lo posible para que Liu MingYan no quisiera quedarse más de dos días con él.

Caminó hasta su casa casi como si corriera, chocando incluso con dos o tres personas en medio de su ensimismamiento, estaba analizando detenidamente todas las cosas que Liu MingYan odiaba, iba a dejárselas caer todas hasta que ella se espantara y se fuera.

No se habían visto en años, no sería nada raro que él hubiera cambiado en un Luo totalmente distinto al que ella estaba acostumbrada. No podría culpar de eso a nadie, las cosas cambiaban. Si a ella ya no le gustaba, su padre no podría meter las narices. No podía influir sobre ella como hacía con él. Si, eso haría.

Y entonces Liu MingYan…Liu…Liu… ¿Dónde había escuchado…?

Justo estaba desenredando ese nuevo punto cuando se dio cuenta de que ya se había pasado su casa como por tres aceras. Se detuvo sorprendido por su propio despiste, se revolcó el pelo y retrocedió hasta el edificio.

Una vez entró por la puerta, dejó de pensar en nada más que no fuera ser todo lo que Liu MingYan detestaba. El desorden, el descuido, la irresponsabilidad, todo lo que estuviera mal. Liu MingYan era una señorita rica en toda ley.

En cierta ocasión, aún tenían seis o siete años y él todo inocencia se las había arreglado para revolcarse en un rosal de rosas blancas y llevarle unas cuantas. Era un arbusto enorme y bien cuidado, de los favoritos de su madre. Desde las rosas hasta las espinas, eran robustas y algo grandes. Pero olían estupendamente y a él le habían recordado a MingYan, así que luchó contra el rosal como si luchara contra un oso y logró arrancar dos o tres flores.

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