PRÓLOGO

244 40 17
                                    

─El vuelo sale mañana mismo... Ya sé que todo esto ha sido muy precipitado, y también sé que debería de haberte avisado con antelación, y que lo que te estoy haciendo es una putada grandísima... pero el abuelo de Hina ha enfermado, y ella se ha ofrecido para cuidarlo. No puedo dejarla ir sola, Fuyu, el sitio donde vive queda bastante lejos de aquí, y tal vez pueda necesitar ayuda durante ese tiempo, porque... serán unos meses. ¡En serio, lo siento mucho!

Chifuyu suspiró ante el recuerdo de las palabras que, por desgracia, Takemichi le había dicho unas horas antes en la tienda. Y es que, ¿qué se supone que iba a hacer él ahora? Hanagaki era su mejor amigo y compañero de trabajo, juntos llevaban una tienda de mascotas que, si bien no era demasiado grande, necesitaba de un mantenimiento constante por parte de ambos. Había que reponer productos cada poco tiempo, alimentar a los animales todos los días y asegurarse de que estos no presentasen ningún problema de salud, recoger los pedidos, atender a los clientes, llevar las cuentas al día, limpiar el establecimiento...

Eran demasiadas tareas como para que se encargase una única persona.

Si Takemichi hubiese estado ausente durante una semana o dos, tal vez Chifuyu podría haber econtrado una forma más o menos efectiva de organizarse para así realizar todas las labores él solo, aunque eso significase renunciar a su tiempo libre. Pero Takemichi se marchaba por meses, ¡jodidos meses! ¿Cómo se supone que iba a llevar la tienda durante tanto tiempo una sola persona?

Estaba claro que no le quedaba de otra que contratar a alguien de manera temporal hasta que Takemichi volviese. Tal vez, si se lo proponía a Emma, ella estuviese dispuesta en eso de echarle una mano; obviamente le pagaría su correspondiente sueldo, y si aún así la chica no aceptaba, pues siempre le quedaba la opción de poner algún anuncio.

Aunque podrían pasar semanas hasta que algún interesado llamase...

Chasqueando la lengua con cierto hastío, miró la hora en su reloj de muñeca. Las finas agujas marcaban las ocho y unos pocos minutos de la noche. Relativamente temprano, teniendo en cuenta que era viernes y que, por lo general, solía cerrar la tienda a las nueve.

Sería la hora perfecta para recogerse en casa, calentarse unos peyoung yakisoba instantáneos y cenárselos en el sofá mientras escuchaba de fondo el murmullo de la televisión. Perfecta, sí, si no fuese por el hecho de que su compañero acababa de abandonarlo y además estaba lloviendo a mares. Y cuando usaba la expresión "a mares" no estaba exagerando ni un poco; incluso sus nuevos botines Bugatti se sentían ahora molestamente mojados y pesados a causa del agua, a pesar de que estaba resguardándose bajo un amplio paraguas.

Tenía que acelerar el paso. Aún faltaban alrededor de ocho minutos para llegar al complejo de edificios donde se encontraba su departamento, así que cuanto más se apresurase, menos tiempo tendría que pasar bajo la fría lluvia que daba la bienvenida al mes de noviembre.

Sin embargo, algo ─o más bien, alguien─ llamó su atención en el momento en que se disponía a hacerlo. Había una persona sentada en el suelo. Con la espalda recostada en la pared, y sin sombrilla alguna que lo protegiese de la intensa lluvia que estaba cayendo.

Chifuyu no podía distinguir demasiado bien sus rasgos porque ya había anochecido, y la tenue luz anaranjada que desprendía el alumbrado público no era suficiente como para permitirle vislumbrar con detalle, pero su cabello, largo y oscuro, estaba complemente empapado, al igual que sus ropajes. Sus ojos se mantenían cerrados, como si estuviese durmiendo allí mismo. Inconsciente.

Ante el último pensamiento, Chifuyu reaccionó de inmediato. ¿Realmente estaría inconsciente? Porque de ser así, no podía simplemente continuar su camino como si nada. Él no era esa clase de persona. No podía dejar a alguien tirado en medio de la calle con la lluvia que estaba cayendo, el muchacho acabaría pillando una neumonía, si es que no estaba ya enfermo o herido. Si Chifuyu fingía no haber visto nada entonces su conciencia iba a estar torturándolo durante el resto del día, tal vez, durante toda la semana.

Tenía que ayudarlo. Al menos, comprobar que estaba bien.

Decidió acercarse hacia él de manera prudente, algo desconfiado, porque, bueno, no solía encontrarse hombres tirados en plena calle todas las noches. Una vez estuvo enfrente suya se dedicó a analizarlo mejor. Vestía completamente de negro, a excepción de la camiseta grisácea que le asomaba por fuera de la chaqueta, y sus zapatillas Converse negras estaban aún mucho más arruinadas por la lluvia que los propios zapatos de Chifuyu. Sus labios entreabiertos se veían violáceos a causa del frío. La expresión serena en su rostro se mantenía imperturbable, eso sí; como si el agua no estuviese calándole hasta los mismísimos huesos en ese instante, como si estar allí, solo y mojado, fuese lo más normal del mundo. En su cuello, resaltaba un colgante plateado cuyo adorno principal se trataba de una gran cruz apuntada.

—Perdona, ¿estás bien?

¿Es en serio, Chifuyu? ¿"Estás bien"? Quiso golpearse a sí mismo por la estupidez que desbordaba aquella pregunta. ¿Realmente acababa de preguntarle a un tipo que yacía inconsciente en el suelo que si estaba bien? Por favor, qué idiota.

Pero para sorpresa de Matsuno, el hombre frente a él abrió los ojos. Parpadeó un par de veces, adaptándose al lugar, y enseguida, su cansada mirada café estaba clavada en el rostro de Chifuyu. Sus espesas cejas oscuras permanecían ahora fruncidas ligeramente, analizándolo con precaución, y por un efímero instante, Chifuyu creyó notar que el chico parecía realmente sorprendido de verlo allí.

Esa mirada inquebrantable y fija en su cara lo estaba poniendo nervioso, sentía como si estuviesen estudiándolo a fondo en cosa de unos segundos; como si aquel marrón intenso pudiese atravesarlo y, de alguna forma, fuese capaz de ver en su interior. En cierto modo era... inquietante.

—Pensé que te habías desmayado o algo —titubeó, intentando romper aquel pesado contacto visual—, ¿qué haces aquí tirado? Te vas a enfermar.

Por su parte, el pelinegro no mostró intención alguna de querer apartar la mirada, ni un solo momento, así como tampoco hizo ademán de responder a su pregunta. Chifuyu comenzó a sentirse algo incómodo con esa situación.

—¿Estás herido? —cuestionó al no obtener respuesta, esta vez un poco más fuerte que antes para que así la pregunta no se perdiese en el ruido del agua estrellándose contra la acera—. Vivo a unos minutos de aquí, si quieres puedes entrar hasta que se detenga la lluvia. Te prestaré algo de ropa seca —ofreció, inclinando su paraguas con el fin de intentar cubrir ambos cuerpos—. Soy Chifuyu Matsuno, por cierto.

Una vez más, silencio.

Bueno, ya está, Chifuyu había hecho su buena acción del día. Le había ofrecido su ayuda a ese extraño sujeto, y aunque este no hubiese reaccionado lo más mínimo, él podía quedarse muy tranquilo y satisfecho consigo mismo porque, diablos, lo había intentado. Incluso le había propuesto dejarlo entrar a su casa para que se cambiase esa ropa mojada por algo limpio, asumiendo con ello los riesgos de meter en su hogar a un completo desconocido, y el otro pedazo de idiota desagradecido simplemente lo había ignorado.

Estaba a medio camino de voltearse para seguir su trayecto a casa cuando la voz contraria resonó en sus oídos. Profunda y grave.

—Keisuke Baji.

Y aquella mirada café volvió a conectar con el cielo celeste que habitaba en la de Chifuyu.

Forbidden┊BajiFuyuDonde viven las historias. Descúbrelo ahora