A sus 19 años, Lisa debería estar apoyando a su banda favorita, yendo a centros comerciales a mirar la ropa de temporada que ha llegado, o estar juntando dinero para su graduación de preparatoria. Pero no, a sus cortos -o largos- 19 inviernos, Lalis...
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—¿Estás lista?
La voz de la alfa suena a sus espaldas. Es gruesa y siente su olor intensificarse con cada segundo que pasa. Lisa tiembla con sólo oírla. Voltea a verle y está sin camiseta, solo con su brazier, con el torso marcado al aire.
—Y-yo —Jennie alza una ceja, totalmente impaciente—. S-sí, está bien.
Con los ojos vidriosos, la coreana se le acerca y los latidos de Lisa se aceleran. Le quita la camiseta con mucho cuidado, besando su hombro desnudo.
—Tienes que estar segura.
—Lo estoy —aclara con voz quebrada.
—Puedo hacerlo sola si no estás segura.
—Te dije que sí.
Rondando los ojos, la alfa la recuesta en la pequeña cama de su habitación. Lisa gime al sentir el calor de la castaña cubrirle, se siente segura ahora.
—Jennie —chilla al momento de que la nombrada pasa sus labios por su estómago plano.
Los besos que le da por todo el cuerpo, hace que se pierda, fijándose únicamente en lo bien que se siente.
—Je-Jennie —vuelve a decir su nombre, en un gemido ahogado.
Jennie ha comenzado a prepararla con los dedos, evitando gemir cuando toda la húmeda entrada de la omega. Muerde su cuello suavemente, tratando de no romper la piel, por más que quiere.
—¿Lista? —Lisa asiente—. ¿Segura?
Traga saliva, pero vuelve a asentir. Jennie sisea, entrando en Lisa, y ella quiere gritar de tan bien que se siente. La omega sólo abre los labios en grande, nada saliendo de ellos.
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Rosé seca las lágrimas de su rubia amiga, sonriendo triste.
—Tienes que decirle, Lis.
La omega niega, repetidas veces.
—Me da miedo.
—No debería. Es su hijo. Es una alfa, no sabes como se va a poner cuando se entere de que no le dijiste.
