suspiro único

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Este es un regalo para mi divina encantadora berbleck *w*, por ser tan paciente, maravillosa y adorable <3, cariño, simplemente no habría llegado hasta aquí sin tus hermosos comentarios e incondicional apoyo. 

Sé que mereces más, sin embargo es todo lo que puedo ofrecer por ahora uwu...

* * *

Holmes acarició la mejilla de Watson usando un delicado y sutil toque, ojos verde pasto brillaron al sentirlo, los dígitos fríos en la piel mallugada perfectamente bienvenidos. El detective sonrió, aun sabiendo que el corte en su mejilla volvería a arder como los mil infiernos, el dolor prometido, recuerdo tácito de su aventura, menguaba en peso su valor comparándose con mostrar su emoción a Watson. Mismo que, a pesar de sus cejas encorvadas de preocupación, se tiñeron de dulzura al imitar los labios sonrientes.

Palabras dichas en su secreto idioma viajaban susurradas entre parpadeos suaves, contactos cálidos y el cuidadoso reducido espacio entre los dos. Holmes, usando el brazo derecho para servir de almohada a la vendada cabeza de su doctor, enredaba sus dedos del mismo brazo en los revueltos cabellos rubios, su siniestra entretenida en delinear cuantas ofensivas marcas surcaban el bello rostro. Con el índice bajó a peinar el bigote en que tanto tiempo pasó retirando toda mancha escarlata y usando pequeñas tijeras buscando la perfección que su dueño siempre imponía. Agradecía el detective la falta de esa clase de ayuda, agradecía encima de eso el que su amado le concediera el permiso de hacerlo por él; quedaba en el saber de ambos cuánto Holmes ansiaba de la cercanía, el saberse útil, de imprimir en su piel el calor, la vida del hombre a quien tanto amaba.

Watson suspiró quedamente al recibir la punta de su dedo medio en la mandíbula, mirándolo casi atontado, a un paso de perder su preciados pensamientos, Holmes advirtió los párpados cerrados. Volvió a sonreír, el escozor todavía inútil contra su entusiasmo. Se guio hacia el costado del cuello, subió al sensible lóbulo antes de bajar a las clavículas indecentemente desprovistas de camisa o bata. Revelando de nuevo las terribles marcas purpuras de un grueso cable en la piel a la que tan adicta era su lengua, un golpe en la puerta lo interrumpió.

—Señora Hudson, por favor —dijo Holmes, la voz apenas elevada—, estamos ocupados.

—Tan terriblemente ocupados —murmuró Watson, su detective sonriéndole a plenitud.

Holmes atrajo hacía sí el cuerpo de su amante, sujetándolo su mano izquierda de la cintura, tuvo cuidado de los moretones en el pecho y las costillas de ambos, siendo el mismo doctor quien se acurrucó lo máximo posible contra él, supuso no habría problema, cierto es que él no escondía ninguno. Aunque el espacio en el sofá ya imponía un límite, fueron aquellas heridas las que contuvieron el acercamiento absoluto, ahora, tan próximos, podía incluso sepultar su nariz entre los delicados hilos dorados y quizá, si se lo permitiera, plantar en ellos un par de besos.

—Eso es lo que traté de decirle al jovencito. —Holmes la escuchó abrir la puerta, cerró los ojos y aplazó los besos para después. Watson enredó sus pies descalzos, empujando su rostro en el hueco del cuello y hombro del detective, de repente no hubo entre sus cuerpos partes que no se tocaran. La puerta se cerró, se oyeron pasos enmudecidos sobre la alfombra—. El señor Holmes ha sido lastimado gravemente en su último caso, le dije, y el doctor Watson se está encargando de él, así que ninguno de los dos estará disponible pronto, le daré su recado si quiere dejar uno. ¿Sabe qué es lo que hizo ese chico insolente?

—Le ofreció unas cuantas libras y prometió más si conseguía ponerme en su caso.

—Me ofreció un par de libras y... —Un pequeño servicio de té cayó en la mesa desde un par de centímetros arriba.

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