41. "Te dije que te traería a..."

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Jazmín.

Me sentía en una especie de paraíso, lleno de impresión y alegría. Aun no podía creer en donde estaba pisando. Mi corazón dio un vuelco, recordando lo que este lugar significaba para él y que tuviera la intención de compartir algo conmigo con tanto significado emocional, significa aún más para mi.

Él entró a la casa, arrastrando mi equipaje y el suyo. Los dejó en la sala de estar y rápidamente devolví mi mirada.

Desde atrás, él se posicionó para abrazar cuerpo al suyo, dándome un beso en el hombro derecho.

—Te dije que te traería a Venecia —murmuró.

—Lo recuerdo perfectamente —admití, ensanchando mi sonrisa y dejando los dedos hundidos en sus antebrazos.

Cuando recién comenzábamos a ser novios -dos años y medio atrás- él me había dicho que le gustaría que viniera con él y heme aquí.

Estábamos en su país natal y en la ciudad de su infancia.

Sí, leyeron bien, ¡Estábamos en Venecia! Y nos quedaríamos en la casa en donde él había crecido.

El vuelo había tardado tanto que me había quedado dormida sobre el hombro de Dante la mayor parte del tiempo. Sobre todo porque no sabía a donde iríamos, resultaba que a Dante eso de hacer viajes sin decir a donde se le estaba haciendo costumbre, aunque no me quejaba para nada.

Dante me tomó de la mano, llevándome a un recorrido. Había ido a casas hermosas antes, pero esta era simplemente asombrosa. El piso de mármol pulido brillaba bajo las luces amarillas y tenues en la sala de estar, complementados con sofás grises y paredes blancas, un televisor que sostenía la pared y varias esculturas históricas -que parecían reales-. Lo siguiente que me mostro fueron las habitaciones. La casa contaba con tres pisos en total.

—¿Eso qué es? —quise saber, señalando la habitación al final del pasillo.

—Es la de Chiara —Sacudió la cabeza, un hilo de dolor colándose por su voz—. Era —corrigió—. Nadie quiso desocuparla después de su muerte. No tuvimos el valor para hacerlo.

Apreté sus dedos.

—Si más adelante quieres hacerlo y necesitas a alguien que esté a tu lado, puedes contar conmigo —ofrecí siendo honesta.

Dante giró su cabeza hacia mi dirección, dándome un vistazo que terminó de derrumbar cualquier muro que pudo haber estado dentro de mi. Sonreí, señalando la otra habitación.

—Esta era la mía —indicó, haciéndome una seña para que empujara la puerta y entrara.

Era un espacio con dos grandes ventanales con cortinas blancas y una cama al lado de una repisa de libros y discos.

—No sabía que fueras muy fan de la música —confesé, leyendo los títulos.

—Sí, todavía me gusta, pero no tanto como en mi adolescencia. Mis padres discutían a menudo o a veces mamá pasaba por ataques, entonces Dorian y yo veníamos a mi habitación y subíamos el volumen intentado ignorar lo que pasaba —admitió, esbozando una sonrisita nostálgica y rozó los discos con sus dedos.

Las cartas de Dante © Donde viven las historias. Descúbrelo ahora