Prólogo.

49 10 25
                                    

¿Por qué hay preguntas sin respuestas? ¿Existen solo porque su único fin es el de sembrar el caos en nuestras mentes, torturándonos una, y otra, y otra vez? O, en cambio, ¿la respuesta nunca se da porque podría ser incluso peor para nosotros si preguntamos?

Me cuestionaba aquello mientras miraba por la ventana del asiento trasero del coche en el que me encontraba. El cielo estaba despejado... Tan bonito. O bueno, quizá no tan despejado (pero solo había alguna que otra nube blanca adornándolo, y pájaros volando hacia algún lugar). El único problema de aquello era que, si salías del coche (y por fortuna, a nosotros aún nos quedaban como dos horas para que eso sucediese), te achicharrarías del calor. Era el inconveniente de que fuese verano.

—Papáaaaaaa, ¿queda muuuucho? —preguntó una voz infantil.

Y bueno, uno de los inconvenientes de mi vida era aquel renacuajo de diez años que no dejaba de balancearse en el asiento de lo aburrido que estaba.

—No, cielo —respondió él desde el asiento del copiloto, dirigiendo la vista hacia atrás para poder sonreírle mientras respondía (o más bien, mentía)—. Diez minutos.

—¡Bieeen!

Y tranquilo se quedó. Resoplé y rápido vistazo le eché a mi móvil. Nada, seguía sin responderme, y yo empezaba a cansarme de hacerme preguntas filosóficas mientras miraba por la ventana. Se me habían olvidado los auriculares, así que tenía que soportar la música antigua y favorita de mi madre, y, además, a mi hermano pequeño siendo un pesado.

¿Y hacía dónde íbamos exactamente? Hacia un pequeño pueblo que iba a convertirse en nuestro nuevo hogar. A mamá la habían destinado a trabajar ahí, y a pesar de la ilusión del resto de mi familia hacia una nueva vida, a mí me desagradaba en su totalidad. Había tenido que abandonar a mis amigos y... Y a "ella". Pero dado que "ella" seguía sin responderme al mensaje, empezaba a replantearme que lo mejor era que me olvidase para siempre de su existencia. Por mucho que me costase.

Dejé de mirar hacia la ventana, y mirada fugaz le lancé a mi único hermano pequeño. Se había quedado tranquilo sin ninguna razón aparente, casi absorto. Ahora era él quien miraba por la ventana, vete a saber si porque admiraba el paisaje, o porque había visto una mosca. Cualquier cosa podía ser cuando se trataba de él. Por eso, aquel niño rubio de ojos verdes y pelo demasiado corto me ponía de los nervios.

—Por cierto, Iván —mi madre captó mi atención, y hacia ella miré. Como era quien conducía, no miró hacia atrás, pero sabía que yo tenía toda mi atención en ella—. ¿Has conocido ya a alguien de tu nueva clase? Como te pasé el contacto de la delegada de para que te metiera en el grupo...

—He hablado con unos pocos, pero parecen muy raros, mamá. Los típicos paletos de pueblo.

—Esos "paletos de pueblo" son los que permiten que podamos alimentaros a tu hermano y a ti —respondió ella, tan tranquila y cortante que lo único que quería era hundirme en el asiento y desaparecer. Pero era así. Mi padre soltó una risa corta por aquello—. Además, yo nací y me crie en un pueblo y soy una de las personas más listas que vas a conocer en tu vida.

—Ya, ya —murmuré vagamente a modo de respuesta. No quería que me regañase por pensar aquello—. Pero no tienen las mismas cosas que en la ciudad... Me aburriré.

—Cuando hagas amistades, pensarás en todo menos en el aburrimiento, créeme. Siempre se encuentra algo para hacer.

—Y cuando te eches novia, sí que vas a perder la cabeza —mi padre volvió a dejar escapar otra risa corta.

Sentí nauseas por breves instantes al oír lo de "novia". Se me vino a la mente alguien y automáticamente miré el móvil, pero nada. Seguía sin obtener respuesta. Me frustré un poco y bloqueé el móvil por completo.

La catástrofe. #CA2022 #PGP2022 #DAHER2022Donde viven las historias. Descúbrelo ahora