La heladería

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Vale, eso ha sonado muy época de los 50 pero bueno, os pongo al día. Yo soy Abigail y el que se presentó frente a mi casa con ese ramo de flores (que aún conservo) es Mateo, mi amor de la infancia que no olvidaré nunca, ya que hemos vivido muchas experiencias juntos tanto buenas como malas.

En fin, volvemos, me voy a describir un poco para que os imaginéis como soy. De aspecto físico: castaño claro, ojos verdes y un poco de marrón en el centro, mido 1.67 cm (mucha gente descubrirá después porqué lo digo), no me considero con un buen cuerpo aunque si que admito que tengo curvas en las caderas. Mi yo interna: tengo mucho carácter pero a la hora de hacer amigos soy super amable con todo el mundo, me gusta hacer ballet y la poesía, y he pasado por tantas cosas que ya no me reconozco (tanto a mal como a bien).

Vale, bueno, ahora os quiero hablar de Mateo. Aspecto físico: ojos azules como una esmeralda, pelo negro como la noche, piel blanca parecida a la nieve y unas pecas muy adorables que se asoman bajo sus ojos (me he puesto muy poeta, pero es que me encanta). Su él interno aún no lo puedo describir ya que hace como 14 años que no estamos juntos.

PRESENTE

Al presentarse Mateo con las flores en mi porche, me invitó a dar una vuelta por nuestra encantadora ciudad, París, aunque ya la he visto tantas veces que me aborrece pero cuando voy a la Catedral De Notre Dame me ilusiono como una niña pequeña.

-          ¿Qué tal estás? – me pregunta Mateo.

Generalmente su físico no ha cambiado mucho aunque al estar 14 años sin hablar con él, he notado un gran cambio en su voz, ahora es muy ronca.

-          Bastante bien la verdad, ¿y tú?

-          Igual que siempre.

Le quería preguntar por qué se presentó en mi casa de esa manera pero no le dir...

-          Una pregunta, ¿cómo es que has venido a mi casa tan de repente? ¡Llevamos 14 años sin hablar! – mierda, a veces mi cerebro trabajaba demasiado suelto.

-          Es que echaba de menos nuestros paseos, desde los 2 años no hacemos ninguno.

-          Ya, desde la última vez que estuvimos juntos...

-          Sí, pero eso no quiere decir que ahora no esté dispuesto a retomar nuestra gran amistad.

-          Bueno, dejemos la nostalgia, ¡mira una heladería! ¿¡A qué podemos comprar un helado!? – demasiado emocionada estaba.

-          ¡Pues claro! Hace demasiada calor, necesitaba uno sinceramente.

-          No si yo también ¡CORRE QUE SE ACABAN!

-          Tranquila Abby.

Uf, ese sobrenombre me tenía harta, lo odiaba con todo mi ser, las personas que mas daño me han hecho en este mundo y que más quería me hicieron demasiado daño y las últimas palabras que les escuche decir fueron...

-          Abigail, ¿no tenías tanta prisa? ¡Corre! – sus palabras me sacaron de mis malos recuerdos.

Entramos a la heladería y todo estaba como recordaba aunque la dependienta no era la misma, ya que abuela Amélie murió hace un año.

-          Hola, ¿qué desean pedir? – juro que esa chica le miraba demasiado a Mateo y eso era malo para mi estabilidad emocional.

-          Pediremos un helado de fresa y... ¿qué helado quieres Abby? – me pregunta Mateo.

-          De chocolate blanco, por favor.

-          Vale, ahora les traigo, tomen asiento. – no me miraba para nada, juraría que se lo decía a Mateo.

Nos acabamos sentando en la mesa del fondo (era en la que nos solíamos sentar de pequeños) y la dependienta nos trajo los helados que pedimos, aunque me trajo tres distintos y ninguno era de chocolate blanco.

Estuvimos toda la tarde poniéndonos al día sobre las novedades de nuestros institutos ya que íbamos a diferentes aunque nos veíamos a veces por la ciudad y nos saludábamos pero nada más.

-          ¿Has superado ya el tema... - no le dio tiempo de acabar la pregunta ya que salté.

-          Estoy en ello y por favor, no hablemos de eso, para mí es un tema tabú como para ti lo de...

-          Vale, bien, lo pillo, lo siento.

-          No tienes que disculparte, todo el mundo comete errores y a parte que hace mucho tiempo que no nos veíamos, es normal que preguntes eso tranquilo.

La tarde fue yendo bastante bien, aunque ya era hora de que me fuera a casa, estar con él durante dos horas se había hecho más rápido de lo que pensaba, parecía que solo hubiésemos estado cinco minutos.

-          Me he alegrado de volver verte, ¿qué te parece si nos vemos otro día? – me encantaba cuando hablaba como un experto en lengua, él lo sabía.

-          Vale, mañana estoy libre, ¿a qué hora sales de clase?

-          Sobre las dos y media, ¿y tú?

-          Sobre las tres pero a veces antes incluso.

-          Vale, pues mañana te iré a buscar al instituto, nos vemos allí.

Nos despedimos y cada uno fue a sus respectivas casas.

El camino se me hizo demasiado largo, notaba que me fallaban las piernas, creo que eso es porque llevo una semana sin ir a baile, pero no pasa nada.

De repente, un grupo de cinco chavales de más o menos mi edad se acercan a mí.

-          ¿Dónde vas tan guapa tú, eh? – argh, reconocía esa voz, era de Sergi de mi clase de historia.

-          ¡Dónde no te importa! – le grito, eso le suele hacer mucho daño en los oídos aunque no entiendo el por qué.

Cansada de lidiar con esto, cojo la bicicleta más cercana que encuentro y dispongo a irme.

Una vez en casa, me tumbo en el sofá con el móvil. Este día me ha causado muchas emociones y he notado que al gritar a Sergi ha comenzado a retorcerse como un gusano, llevo cinco años con él en clase y tengo mucha curiosidad por saber el por qué de sus dolores de oído al gritar. Me enteré cuando en clase de biología, él no prestaba atención y no paraba de hablarme (éramos muy buenos amigos en aquel entonces), la maestra le decía que prestara atención cada vez en un tono más elevado hasta que noté como a la tercera vez que se lo decía, empezaba a estar pálido y con las orejas tapadas, avisé a la profesora para que no le chillara pero ella seguía hasta que Sergi se cayó al suelo y empezó a pedir ayuda. Me encargué de llevarlo al despacho del director y explicarle lo sucedido ya que cuando le rogaban a él que hablara, parecía estar sordo.

Aún recuerdo ese día como si fuera ayer, porque desde ese entonces, comenzó a cambiar muy exageradamente. Antes él era el típico niño tímido que es amable e inteligente, ahora se ha convertido en el popular y el chico más mujeriego y guapo de todo el centro. Yo aún tengo esperanzas de que vuelva a ser como antes, aunque costaría un gran trabajo o al menos que no se esté tirando a cada pobre chica que vea por la calle.

Yo tenía tres propósitos este año:

1.       Volver a retomar la gran amistad entre Mateo y yo.

2.       Descubrir lo que le pasaba a Sergi.

3.       Superar mi gran trauma.

Hay retos que no sé como conseguirlos, pero uno está muy fácil este año.

Las Poesías Que No Le Pude DedicarDonde viven las historias. Descúbrelo ahora