Eran las 3 de la mañana cuando un golpe fuerte en la ventana, despertó de un susto a Isabella.
Ella, acostumbrada a esos extraños ruidos en la madrugada, se levantó de su cama y se dirigió a su ventana con una notable somnolencia.–Otra vez se abrió está porquería!– dijo entre murmullos.
Isabella sabía que sin importar cuántas veces cerrara el pestillo, esté volvía a abrirse, como si de magia se tratase.
Se recostó en su cama y quedó mirando hacia el techo de su habitación.
Otra vez, como tantas noches atrás, había perdido el sueño, por culpa de esos ruidos incesantes.– Tengo solo 10 años, esto es Normal?– pensaba mientras intentaba cerrar sus ojos para dormir.
Entré sus intentos de conciliar el sueño, recordó la primera vez que llegaron esos ruidos a su vida.
Tenía tan solo 3 años, cuando jugando en el patio, veía la hamaca moverse sola, cuando sentada en la cocina tomando la mierda, escuchaba el sonido de unas uñas golpeando la mesa.
Isabella no tenía miedo de lo que escuchaba, ella temía el no poder ver que era lo que causaba esos ruidos molestos.
En todo ese tiempo de su corta vida, jamás pudo saber con exactitud, que eran lo que estaba pasando, y aún así, no sentía miedo, fuese lo que fuese que estaba ahí, no parecía querer lastimarla, o al menos eso pensaba cuando cumplió los siete años, y empezó a escuchar una melodía que aparecía en las noches para hacerla dormir.
Pero cuando cumplió sus 10 años fue donde las cosas se tornaron molestas, cuando el canto que solía aparecer en la noche, se convirtió en murmullos y en golpes en su ventana.No supo muy bien en qué momento pasó, pero al cabo de unas hora, Isabella ya estaba sumergida en un sueño profundo.
Ella no lo sabía aún, pero esa noche, esa tranquila y brillante noche, sería el comienzo de su peor pesadilla.