Capítulo 2

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Estados Unidos, Oregón. 1886

Danis Christie miró con interés la agitación de su alrededor sentado en una de las butacas de su tienda. Era una noche muy oscura, y pareciera que el bosque en el que se encontraban ayudaba a hacer el ambiente más lúgubre. Apenas podía distinguir a algunas personas cuando se acercaban a algún foco de luz: William, borracho como siempre, buscaba a tientas su tienda para irse a dormir; los cuatro chicos, no mucho más jóvenes que él cuando formó la banda, seguían hablando alrededor de la hoguera, animados; las niñas hacía ya tiempo que estaban acostadas; y el resto se preparaba para ir a dormir.

Cerró los ojos, cansado. Llevaba meses en tensión y no sabía cómo seguían manteniéndose a flote. Las cosas se habían puesto más serias con respecto a las bandas en el país, y tenía pinta de que iba a ir a peor. Hundió la cabeza entre las manos y aspiró fuerte para intentar suprimir la sensación de ahogo.

-Tienes pinta de estar tenso- oyó decir a su hermana. La mujer se recolocó el chal sobre los hombros y se sentó a su lado.

- ¿Se me nota mucho? - preguntó con ironía. –Tuppence, estamos en la cuerda floja y la gente parece no darse cuenta. Al principio era divertido, ¿sabes? Todo ese cúmulo de adrenalina, nervios y mil cosas más que hacía que te sintieses vivo.

-Claro que lo sé, querido- lo reconfortó, apoyando la cabeza sobre su brazo -, pero nadie dijo que esto fuese fácil. Danis, llevamos a cargo de la banda quine años. Hemos podido con cosas peores.

-Sí-. Sonrió para sí y rodeó a su hermana con el brazo.

- ¡Dan! -gritó un hombre desde la otra punta del campamento.

Algunas personas gruñeron desde sus catres. Avanzó a grandes zancadas mientras sacudía en el aire lo que parecía ser un periódico. Danis no pudo reconocer al hombre hasta que no hubo llegado junto a él.

-Danis, mira esto. –Michael le lanzó el periódico para que leyera la noticia marcada.

Tuppence se separó de su hermano y se encaminó hacia su tienda, haciendo un leve gesto de despedida a los dos hombres. El recién llegado le lanzó una mirada mientras se alejaba de ellos. Michael se sentó en el lugar que ocupaba la mujer y observó a su amigo mientras leía, impaciente.

- ¿Qué? -preguntó una vez hubo terminado. –No sé qué quieres que lea.

-Lo que te he marcado.

-Ya, lo he leído. Pero, ¿qué pasa con eso? Es un riesgo innecesario, Michael.

-Danis, por el amor de Dios, estaríamos hablando del mayor asalto de nuestra historia, así que te pido por favor que no lo eches a perder con tu pesimismo, ¿de acuerdo?

-No, de lo que estamos hablando es de un tren lleno de mercancía de lujo que va a estar lleno de guardias. No podemos hacerlo, sería demasiado peligroso. No quiero que corramos un riesgo innecesario.

- ¿Acaso me vas a negar que no babeas por todo lo que podemos hacer con lo que vaya dentro de ahí? Piensa a lo grande por una vez. Si te lo hubiese propuesto hace años lo habrías aceptado sin dudarlo ni un segundo.

-Porque hace años era un inconsciente, y porque hace años las cosas no estaban como ahora. Ya corremos suficiente riesgo haciendo lo que hacemos, y sabes que nos colgarían por mucho menos que robar. No pienso hacerlo. Y nadie de esta banda- añadió apresuradamente al ver que su compañero abría la boca para replicar- va a participar. Fin de la discusión.

-Lo que tú digas. Quería hacer algo grande antes de marcharme.

Danis, que iba a levantarse en ese momento, se desplomó de nuevo sobre su asiento y miró sorprendido a su compañero.

Mi infiernoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora