Transhumano

3 0 0
                                    

Todavía podía oír debajo del incesante y agudo pitido que inundaba mis oídos el ruido de ruedas derrapando y del choque entre metal y metal. Mi conciencia empezaba a surgir poco a poco del mar de la negrura en que estaba, y cuando por fin abrí los ojos no fui capaz de discernir donde me encontraba. El mundo a mi alrededor estaba formado únicamente por borrones de distintas formas y colores que a duras penas podía reconocer, y cualquier sonido que pudiese servirme de guía era enmudecido por el pitido. Dos figuras vagamente humanas permanecían a mi lado, mientras que muchas otras pasaban tan solo para quedarse atrás y no volver a aparecer. Notaba un profundo dolor repartido por la mitad de mi cara, como si un ejército de hormigas se hubiera desplegado para morderme con vileza y arrancarme la piel, y también en los dedos de una mano y los pies, donde notaba como si me hubieran clavado agujas en las puntas. Las fuerzas me habían abandonado, pero aun así me moví instintivamente para escapar de mi reposo, tan solo para verme frustrado por unas tiras o cuerdas que me tenían inmovilizado. No tenía la energía para luchar contra mis ataduras, así que tan solo podía mirar a las borrosas figuras entre largos parpadeos para intentar descubrir donde estaba y pensar en cómo había llegado hasta ahí. Poco a poco recordaba lo que había pasado y los sonidos empezaban a tener la compañía de imágenes y sensaciones, como las de ingravidez y el tiempo moviéndose más despacio que siguieron al choque, como si todo se estuviera moviendo a cámara lenta mientras una fuerza superior dominaba mi cuerpo y me empujaba hacia delante, rodeado de afilados fragmentos de cristal que volaban junto a mí, hasta que el tiempo retomó su cauce y desperté en un nuevo lugar.

Con cada segundo que pasaba podía sentir como mi conciencia recuperaba sus fuerzas y pude notar por fin como durante todo aquel tiempo estuve siendo transportado apresuradamente a través de un pasillo hasta que entramos en una sala cuyas luces me cegaron nada más cruzar la puerta. Una mano sujetando una mascarilla apareció ante mis ojos, y me resistí, pero mis ataduras y falta de fuerzas solo me permitieron mover la cabeza a un lado, algo que las figuras solucionaron sin dificultad al levantarme la cabeza para colocar el objeto sin que ni siquiera pudiera protestar. Algo me llegaba a través de la máscara, algo que hacía que mis ojos me pesasen y contra lo que no pude luchar. Nada pude hacer cuando las garras de la oscuridad acudieron para llevarme de nuevo al negro océano que tenían por reino, alejándome cada vez más de la luz que ya apenas pasaba entre mis párpados. No sé cuánto tiempo pasó, pero cuando abrí de nuevo mis ojos estaba en una habitación de hospital, blanca y estéril. No tardó mucho en llegar un hombre con bata y una acreditación colgada de ella, sosteniendo entre sus temblorosas manos un espejo. Con una serie de gestos captó mi atención, y cuando ya estaba seguro de que le estaba observando empezó a hablar.

– Espero que se encuentre bien. – Dijo cortésmente sin verdaderamente esperar una respuesta por mi parte. – Como puede que recuerde, ha tenido un grave accidente y ha permanecido varias horas en el quirófano, donde hemos tratado sus heridas. – Sus ojos evitaron los míos y se mordió el labio en un gesto de ansiedad, por lo que empecé a imaginarme las peores consecuencias. – Ha perdido algunas partes de su cuerpo y hemos tenido que sustituirlas. Creo que es mejor que lo mire por sí mismo, aunque le recomiendo encarecidamente hacerse a la idea antes.

El médico tendió el espejo sobre mi regazo y seguí su consejo, preparándome para el reflejo que esperaba al acecho. No pude evitar pensar en los rostros deformados por las guerras y los accidentes y estaba temblando ante la posibilidad de que me uniera a sus filas, pero pronto me hice a la idea de que no podía escapar de ello y moví mi mano derecha hacia el objeto, ignorando el dolor que todavía sentía en las puntas. Aquí fue cuando la realidad me dio una fría y dolorosa bofetada, mi brazo había desaparecido y en su lugar había un aparato de aspecto similar, que incluso en el color intentaba imitar a mi carne, pero tan sólo lograba acentuar las diferencias y me repugnaba. Lo miré durante unos largos minutos hasta que por fin comprendí que era una nueva y alienígena parte de mi cuerpo, aquello a lo que el médico se refirió cuando dijo que tuvieron que sustituir. Sin ningún control por mi parte, empecé a respirar agitadamente y el corazón me latía tan rápido que dolía y pensaba que estaba a punto de explotar dentro de mi pecho, y me di cuenta de una extraña sensación abrazaba la mitad de mi cara. No podía manejar con precisión mi nuevo miembro, así que cogí el espejo con la otra mano, desesperado por saber qué demonios le sucedía a mi rostro y qué cambios había sufrido, tenía que saberlo. Fue verlo y lancé el espejo con rabia y lágrimas cayendo de mis ojos, horrorizado por como las heridas de mi cara habían sido tratadas con una maquinaria similar a la de mi brazo, creando una nueva composición que era familiar y desconocida, espantándome en cada fibra de mi ser con su carácter antinatural. Gran parte de mi mandíbula era artificial y del mismo color que mi brazo, al igual que todo mi flanco izquierdo con la excepción del ojo. Mi cara no era horrenda de por sí, pero, aunque reconocía parte de la imagen delante de mí, no podía evitar sentir que otra porción de lo que me miraba de vuelta no era yo. Me negué a aceptar lo que acababa de ver y mi respiración se volvió todavía más violenta, intentando satisfacer sin ningún resultado una necesidad de aire imposible de cumplir, como si estuviera debajo del agua con mis pulmones totalmente vacíos y la superficie se encontrase a escasos metros. El médico me intentó calmar con palabras tranquilizadoras, pero en un arrebato le empujé a un lado con mi miembro artificial y salté de la cama, abandonando cualquier raciocinio previo para huir de este mal sueño en el que estaba atrapado, porque aquello tenía que tratarse de un mal sueño, no podía ser real. Hui de la habitación como alma que lleva el diablo, corriendo sin rumbo por los pasillos en busca de una salida, deseando escapar como fuera de esta nueva realidad contra la que acababa de chocar. Llamé la atención del personal y el resto de los pacientes, y me parecía que con cada mirada con la que cruzaba la vista se juzgaba mi terrible y monstruoso aspecto. Sentía que avanzaba en círculos, incapaz de encontrar una salida de los idénticos pasillos de aquel blanco e impoluto laberinto por mucho que mirase por todos lados, desesperado por escapar. Seguí hasta que me topé de bruces con un espejo que ocupaba toda una pared, y si el pequeño objeto que había tenido antes entre mis manos había causado que quisiera escapar, este me pisoteó el alma y me obligó a caer rendido y sin ánimo sobre mis rodillas. No solo un brazo y mi cara habían cambiado, sino también una pierna al completo y la mitad de la otra, y el metal de mi extremidad se extendía hasta mi pecho. No me resistí cuando el personal me dio alcance y me levantó con gentileza por los brazos para llevarme de nuevo a mi habitación. En su lugar había aceptado forzosamente esta nueva realidad y no tenía más remedio que adaptarme a ella y al extraño cuerpo que ahora habitaba, propio y ajeno al mismo tiempo.

Después vino lo más difícil, vivir esta vida y lograr que día tras día fuera un poco menos extraña. Cada vez mi cuerpo me era un poco más natural, una parte más de mí mismo, pero tardé mucho tiempo en aceptarlo como tal, en sentir que de verdad aquellos objetos de metal me pertenecían y obedecían las órdenes de mi cerebro. El hospital se convirtió en mi hogar durante mucho tiempo, un tiempo que temía que terminase, porque cuanto menos horror sentía por mi transformación, más sentía por el mundo de fuera de aquellos muros y como sus habitantes reaccionarían ante mi aspecto. Temía convertirme en un moderno monstruo de Frankenstein, odiado y temido tan solo por mi rostro deforme y obligado a sufrir un exilio de la sociedad, solo y rechazado por todos. La sola idea me llenaba de un profundo horror, ya que necesitamos ser sociales, y me invadía todas y cada una de las veces que me veía en un espejo. Pero llegó el día en que ya no me podía quedar más en este refugio y debía aventurarme al exterior, sin más remedio que zambullirme en los rayos del sol. La puerta me resultaba terriblemente intimidante, pero caminé hasta ella y, cuando se abrió, di un paso fuera.

TranshumanoWhere stories live. Discover now