Se suponía que era solamente entrar a la casa y salir, como gente civilizada.
Pero éramos un fracaso total.
Las alarmas sonaron, y mi pequeña Sorella tuvo que encargarse de apagarlas, bloqueando su sistema, como si nada hubiera ocurrido, como si no estuviéramos dentro de la casa del idiota embabosado que insistía en que algún día, ella se rendiría y lameria el suelo por donde pisara.
Zoe mantuvo una expresión seria mientras trataba de entrar la clave en la siguiente puerta, la que nos debería permitir entrar al diminuto bar, recoger lo que nos viniera en gana, y largarnos.
—Vamos, Sorella, date prisa —la apremió Jairo a mi lado, con un destello de anticipación y diversión, palpando con anticipación el disfrute de romperlo todo.
Zoe bufó con fastidio, todavía tratando con distintas contraseñas, y procurando no detonar nada con sus tantos intentos fallidos.
—Que me dejes de llamar así, idiota. No soy tu hermana —atinó por decir.
Revisé el panorama.
Jairo, con sus rulos enmarcando su rostro y sus varios anillos en los dedos, le dirigió una sonrisa burlezca, sabiendo cómo hacerla enojar, cosa que le fascinaba. Tocó el pelo negro de mi hermana y ella se removió con fiereza, ofreciéndole palabras vagamente violentas en Italiano, aunque él sabía varias lenguas, cosa que facilitaba mucho cualquier misión.
Massimo, su hermano mayor, lucía como siempre, aburrido, siguiéndonos la corriente, pendiente de que nadie estuviera cerca; en tal caso, solo nos topariamos con el dueño de la casa, y sería un honor pegarle un tiro y deshacernos de él.
Mi madre repetía: primero se dialoga, luego se actúa. Con ese no había manera.
Había perseguido a Zoe como un maldito demente, rayaba ya la obsesión; fotos en la calle, fotos en las carreras, fotos en cada maldito sitio, era simplemente asfixiante.
La oscuridad nos arropaba por completo, pero pude notar a Emily masticando en silencio el chicle y haciéndolo explotar por medio de una burbuja. Me quedé observándola con sus lentes de sol rosado que siempre le gustaba llevar donde sea y parecía como si yo no estuviera allí, pero entonces, dijo:
—¿Qué?
Negué, de brazos cruzados.
—¿Está bueno el chicle? —fue una pregunta retórica.
—No te voy a dar.
—No te lo pedí.
—Tampoco te pregunté por la información.
—Chicos, maduren —escupió Massimo rodando los ojos.
Alcé la ceja con absurda ironía.
—A ver, ¿acaso te parezco plátano o fruta?
—Un ñame —respondió Emily, con indiferencia.
Ay, Emely...
—La maldita puerta, Zoe —le dije a mi hermana, apremiándola.
Se echó su cabello negro hacia atrás, con enfado.
—¡No puedo descifrarlo! ¿Denme ideas, o están aquí de lujo?
—¿Desde cuándo te das gustos tan caros? —dijo Jairo con ese aire pícaro.
—Pensemos, no quiero que salga un perro o algo parecido.
—Están amarrados —Emely le restó importancia.
—Que tú sepas.
—¿Estás escuchando a algún perro?
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Pasados y balas
RomantikUna lluvia de meteoritos impactando contra ti, así se sentía el que te cambiara el rumbo la presencia de una sola persona. Damien Alvarado Castillo es el tan mencionado chico que se apodera de las calles en Italia, hijo de una de las corredoras clan...