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Una titilante luz amarilla proveniente de una bombilla vieja que amenazaba con terminar su duración de vida útil, era lo único que iluminaba de manera intermitente esa habitación de apenas unos tres metros cuadrados los cuales se veían reducidos por el espacio ocupado por algunos oxidados anaqueles con productos de limpieza de aspecto radioactivo y montones de escobas con mangos quebrados y trapeadores que parecían nunca haber sido lavados tras su uso.

Pequeños chillidos de roedores resonaban entre las paredes transportándose dentro de las tuberías del lugar y constantes goteos por fugas era la música sonora del deplorable establecimiento

Todo parecía estar fuera de foco, el retumbar de los cimentos del edifico al pase del transporte público había dejado de sentirse, el fuerte olor a cannabis que se colaba por la ventilación del callejón ya no lo mareaba y cualquier ruido proveniente de fuera de su cerebro era instantáneamente bloqueado, lo único que en ese momento parecía cobrar sentido era lo que su campo visual lograba observar en medio de la penumbra de aquella bodega, la pantalla de su teléfono celular la cual parecía haber absorbido su mente como si de alguna hipnosis se tratara logrando que se olvidara de todo el mundo exterior.

Dos pequeños golpes sonaron en la puerta de la diminuta habitación, pero no hubo respuesta ante estos, por lo que su fuerza y su continuidad se intensificaron hasta que la entrada parecía a punto de ser derrumbada sin embargo seguía sin mostrarse interés alguno. Un golpe en seco sobre su nuca fue lo que trajo al joven chico de vuelta a su realidad.

- ¡AH! ¿Cuál era la necesidad? – exclamo el chico frotando su cuello tratando de calmar el ardor que la mano de su compañero había dejado sobre el mismo

- Pasan de las diez debimos cerrar hace más de cinco minutos, pero alguien decidió encerrarse en el armario de limpieza a hacer dios sepa que. Deberías irte a confesar a la iglesia no sé qué clase de actos impuros realizabas ahí adentro - bromeo el chico de cabellera negra y largas pestañas

- No estaba "realizando actos impuros" - dijo de manera sarcástica – solo necesitaba un poco de privacidad

- ¿Para qué? ¿Para meditar? Una disculpa señor Dalai Lama por interrumpir su sesión de espiritualidad, ¿desea retomarla? Si es de su agrado podría traer hierbas aromáticas e inciensos

- Agh créeme que en este momento si necesito hacerlo para evitar meterte un golpe

- ¿Y eso lo tomo como un premio o como una sanción? - comento el pelinegro de manera coqueta

- Como quieras verlo guapo – se encaminó hacia el chico dándole una palmada en el trasero que fue respondida como un ligero gemido

- Ya basta de estupideces vallamos a casa Louis que las horas extra aquí son gratis

Salieron de aquel descuidado local que parecía a punto de caer a pedazos, trabajaban medio tiempo en una pizzería que estaba lejos de conseguir las tan anheladas cinco estrellas Michelin, la masa podría hacerse pasar fácil por cartón, la caducidad de la salsa de tomate era indefinida y el escaso queso probablemente no fuera algo más que plástico rallado en pequeños pedazos para aparentar, pero al estar ubicada un una de las zonas más pobres de Londres no se podía esperar más, eran baratas y el dolor de estómago que causaban se hacía pasar por satisfacción y eso era suficiente.

La luz de las farolas en su lecho de muerte no lograba alumbrar las aceras lo que hacia las peligrosas calles nocturnas de aquel barrio el escenario perfecto para ser asaltados y despojados de sus pertenencias, pero al caminar todos los días, a la misma hora por alrededor de dos años por el mismo tétrico escenario hacía que poco a poco esos pensamientos desaparecieran y el temor se minimizara.

Always in my heartDonde viven las historias. Descúbrelo ahora