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Astrid; 23 de mayo de 2027; 12:00 P.M

Abrí los ojos lentamente mientras movía ligeramente el cuello haciendo un semicírculo. Miré a mi pierna, tenía la rodilla vendada y un cubo de hielo encima que ya empezaba a quemar, lo retiré y traté de sentarme. A mi derecha había dos mochilas, una de ellas tenía a su lado el carcaj junto con el arco, que había visto la noche anterior, enganchado a ella.

—Buenos días, por fin despiertas. —podrías haberme despertado tú, en vez de dejarme descansar en medio de un apocalipsis—. Quería dejarte dormir, nos espera un viaje muy largo y no sé cuándo podremos dormir.

—¿Qué quieres decir? ¿A dónde vamos?

—Lejos de aquí, a un refugio seguro al que podemos ir. —sacó un mapa del bolsillo del pantalón y señaló el lugar—.

—Eso está muy lejos, moriremos. —tal vez estaba siendo demasiado pesimista, pero hay literalmente gente devorando a otra por la calle y todo está lleno de militares—.

—No, de eso nada. Nos defenderemos y llegaremos, los militares se habrán ido después de revisar la zona, mientras consigamos llegar al coche no tendremos problemas. —dijo acercándose a las mochilas. Cogió una y se la echó a la espalda, para luego darme la que tenía el arco y las flechas—.

Me quedé mirando la mochila sin saber si cogerla o no. No sabía si ese hombre me estaba dando la opción de acompañarle o si me obligaba, pero ¿qué otras opciones tenía? ¿Irme a casa? No, podrían matarme tanto algún militar como un zombi, y aunque consiguiera llegar no serviría de nada porque no sé sobrevivir sola, menos sin mi hermana. Le miré a los ojos y cogí la mochila para luego ponermela a la espalda. Me dijo que le siguiera, yo asentí levantándome como pude. Salimos por una especie de puerta trasera que daba a una calle vacía, lo único que había eran cubos de basura bastante grandes, supongo que será aquí donde tiran la basura de cada tienda. Comenzamos a caminar siguiendo la calle. No pasaban coches, ni siquiera se oía un ruido que no fuera el de las hojas de los árboles contra el viento.

—Hemos tenido suerte. Los militares ya se han ido y parece que las calles están limpias—dijo sin parar de caminar por delante mío—.

Caminamos durante diez minutos hasta que se paró junto a una camioneta gris no muy grande, era suya. Subimos, yo estaba a su lado de copiloto mientras él colocaba las mochilas en los asientos de atrás. Una vez arrancamos, se metió en la autopista. Parecía tranquilo, pero creo que más bien estaba concentrado, tenía un objetivo muy claro; sobrevivir y llegar al refugio. Miré por la ventana durante un rato, pero las vistas eran muy aburridas, solo carretera y cada vez menos edificios, se notaba que abandonábamos la ciudad. Me giré a mirarle.

—No me has dicho tu nombre. —le dije, si íbamos a hacer un viaje tan largo juntos teníamos que saber esas cosas—.

—No sabía que te tenía que dar toda mi información personal. —dijo algo serio, pero luego sonrió ligeramente—.

—Joder, no sabía que era algo tan perso...—me interrumpió—.

—Tranquila, era broma. —sonrió aún más de forma simpática y sin apartar la vista de la carretera, aunque yo seguía seria— Soy Arthur.

—Yo soy Astrid. —miré hacia delante sin saber qué hacer a continuación, hasta que vi la radio— ¿tienes discos de música?

—Coge el que quieras de la guantera y ponlo, nos vendría bien algo de música.

Eso hice, comenzó a sonar música antigua a mi parecer, no era de mi gusto pero no veía bien quejarme. No importaba, al fin y al cabo era música y era la que había. Arthur comenzó a tararear la canción y moviendo un poco los dedos en el volante, sin dejar de concentrarse. De vez en cuando se le escapaba una sonrisa, así que no pude evitar preguntarle.

—¿Cómo puedes estar tan tranquilo?

—Porque sé que todo irá bien, ponerme nervioso solo hará que pierda la cabeza y que todo salga mal.

—No vas a conseguir mantenerte feliz todo el tiempo.

—Solo soy positivo, lucharemos y llegaremos, pero para eso hay que mantener la cordura, no pienses tanto y vive más.

—Eso me va a costar... —susurré echando mi cuerpo hacia abajo en el asiento— pero yo no sé pelear ni usar armas, ni siquiera sería capaz de matar a nadie.

—Lo que matarás ya no serán personas nunca más, ¿qué más da? Y sobre las armas y pelear, ya me encargaré yo. —me quedé en silencio sin saber qué decir, ¿es que antes había sido profesor de artes marciales o algo así? ¿O esperaba enseñarme a matar con lo que sabía de los cómics? Interrumpió mis pensamientos. —También hay que buscarte ropa más cómoda, ahora pasaremos por un pueblo, podemos coger algo de ropa y lo que necesitemos de allí.

Era lógico, aún llevaba puesta la ropa de ayer y no era muy cómoda, ahora que lo pienso no sé cómo pude correr. Al cabo de no mucho, paramos el coche en la carretera, pues ya no habían coches en las carreteras, la mayoría habían huido. Salimos y bajamos por una especie de montaña que aguantaba la carretera hasta llegar al pueblo. Había casas muy sencillas, pero lo más importante; había tiendas. Vimos una tienda de ropa, que estaba cerrada completamente, pero él se acercó con una especie de clip y abrió la cerradura, permitiéndonos la entrada.

—Coge unas pocas mudas y luego iremos a coger medicinas y lo que necesites. —dijo señalando con la cabeza a una farmacia, la cual estaba en frente nuestro, mientras entraba—

Era una tienda con ropa tanto para mujer como para hombre, pero en la sección de mujer, por alguna razón, no había ropa cómoda. Todo eran vestidos ajustados o camisetas de la misma forma con estampados horteras. Me acerqué aguantandome de cada columna que había para no caer, aunque cada vez me dolía menos la rodilla. Cogí los zapatos más cómodos que vi, parecidos a unas converse pero sin serlo. Luego llegué hasta la sección de hombre, donde cogí una camiseta de tirantes, una chaqueta y unos vaqueros largos, aunque también cogí un cinturón. Fui al probador y me cambié poniéndome todo lo que había cogido. Todo me quedaba gigante pero no importaba, los pantalones no me quedaban tan largos y podía correr si era necesario. Cuando se me curara la rodilla, claro. Salí y cogí una camiseta de cuadros verde oscura y me la guardé en la mochilla, pues era muy ligera. Vi que Arthur me estaba esperando en la puerta mirando hacia todos lados, vigilando, así que aproveché y cogí algo de ropa interior, después salí.

—Todo despejado, por suerte. —dijo mientras avanzaba hacia la farmacia—.

Avanzamos hacia allí. Intentó ayudarme a caminar pero negué con la cabeza y seguí cojeando sola, pues ya apenas me dolía, si no la apoyaba era porque quería que terminara de doler del todo antes de hacerlo para que no tardara de más en curarse. Lo vi leyendo botes y cogiéndolos, incluso vendas. Yo me limité a coger tan solo dos paquetes de tampones, no tenía nada más que coger.

Ambos salimos de allí dirigiéndonos hacia el coche, me coloqué la mochila bien, lo que me hizo pensar en qué podría haber dentro a parte de lo que yo acababa de meter. No me había parado a mirarlo ni iba a hacerlo ahora, así que le pregunté.

—Por cierto, ¿qué hay en las mochilas?

—Latas de comida, cerillas, cosas así. También tienes una copia del mapa y un cuchillo multiusos. Yo tengo lo mismo pero un cuchillo más grande dentro de una funda y, por si acaso, una pistola. —lo miré asombrada, no me esperaba que un simple dueño de una tienda de cómics tuviera una pistola, aunque era una ventaja. Este hombre era una caja de sorpresas—.

Guardé silencio y simplemente seguí caminando, cuando llegamos a la cuesta, esta vez me apoyé en su hombro y subí cojeando como podía. Entré al coche y, mientras él lo rodeaba por delante, yo puse de nuevo el disco que habíamos puesto antes. Se sentó a mi lado mientras yo trataba de acostumbrarme a la música y relajarme, pero esa paz no iba a durar mucho tiempo.

Cuando el mundo vuelve a nacerDonde viven las historias. Descúbrelo ahora