Astrid; 23 de mayo de 2027; 21:15 P.M
—Tenemos que parar en una gasolinera, no queda apenas combustible.
—Pensaba que ibas súper preparado. —dije vacilante a lo que él me miró como si me dijera "¿en serio?" con una ligera media sonrisa en su rostro.
—Claro que sí, solo que llevamos muchas horas y la gasolina no es infinita. —solo miré al frente.—
El camino no fue muy diferente al anterior, solo escuchábamos música y mirábamos hacia la carretera. Vi la gasolinera acercándose a nosotros, aparentemente vacía. Detuvo el coche frente a donde se reposta y salió de este. Yo estaba esperando con un brazo apoyado sobre la puerta que también aguantaba mi cabeza. Estaba mucho más tranquila aunque no podía decir que lo estaba del todo, pero me conformaba, sin embargo algo invadió mi paz. No pasó apenas un minuto desde que Arthur había salido pero abrió mi puerta de golpe.
—Coge la mochila y corre. —se le notaba agitado, no entendía nada pero obedecí, estaba claro quién era el experto aquí—.
Cogí las mochilas como pude, y mientras Arthur cogía y se colocaba la suya, miré hacia atrás donde vi un bosque aparentemente muy profundo. Cuando miré hacia el otro lado había un hombre arrastrándose con dificultad hacia nosotros, aún no tenía la piel destripada pero enseguida supe que era uno de ellos. Junto a él se acercaban tres hombres más, dos de ellos iban con un uniforme que tenía el logo de la gasolinera y el otro parecía un camionero que no se había cambiado de ropa en semanas. Me giré y comencé a correr, ya no importaba pisar el suelo con fuerza. Arthur corría al lado mío yendo hacia el mismo destino que yo; el bosque. Nos adentramos rápidamente en él, sin un rumbo fijo, solo huyendo. Me detuve por un fuerte pinchazo en la rodilla, que hizo que me inclinara hacia delante cansada e hiperventilando. Arthur también frenó, aunque no se le veía tan cansado.
—Podemos estar tranquilos, les hemos despistado lo suficiente. —dijo poniendo su mano en mi hombro, supongo que para calmarme—.
—¡No me toques! —me levanté a la vez que, de un manotazo, le aparté. El me miró inexpresivo, esperando a que hable—. ¿Por qué no te has metido en el coche y has arrancado?
—No había tenido tiempo de repostar.
—¿¡Y qué!? —dije aún más alterada, gritando. El dolor de la rodilla había vuelto, y eso me cabreaba aún más, aunque realmente no merecía que lo pagara con él, y yo lo sabía—. ¡Podrías haber arrancado y parar en la siguiente gasolinera, si lo hubieras hecho no estaríamos aquí en medio de un puto bosque y sin transporte!
—No habríamos llegado lejos y habría pasado exactamente lo mismo. Dormiremos aquí y mañana por la mañana volveremos, seguro que se habrán ido para entonces. —dijo calmado mientras recogía palos del suelo y sacaba cerillas, tratando de hacer una fogata—.
—¿¡Y si no se han ido qué piensas hacer, puto experto!?
—Tienes que calmarte, las cosas no podrían haber salido bien de otra manera.
—Además, tienes un puto machete guardado pero por lo visto es de adorno. —dije ignorándolo, esta vez sin gritar pero con tono firme, haciendo que se me notara aún el enfado—.
—Había tres tíos, así habría firmado mi sentencia de muerte. —ya había montado la fogata y se sentó en el suelo a encenderla. Yo guardé silencio llena de rabia, pero por el dolor de la rodilla me senté frente a donde él estaba sentado, justo delante de la fogata—.
Pasamos un largo rato en silencio, él había hecho al fuego unas latas que había en las mochilas. Tenía mucha hambre, estaba cansada, más estresada que nunca y para colmo mi rodilla iba a explotar. De vez en cuando sentía unos pinchazos pero esta vez vino uno mucho más fuerte que logró conseguir un quejido de dolor por mi parte. Arthur me miró.
—¿Estás bien? —dijo sin dejar de mirarme mientras me entregaba mi comida—.
—No. Me duele cada vez más. —él siguió en silencio mirándome— ¿Puedes mirarla, vendarla o lo que sea? Por favor. —Estaba pasando de mí completamente, pues después de decirle eso dejó de mirarme, se sentó y empezó a comer— ¿Arthur?
—Has dicho que no te toque. —miraba su comida mientras hablaba, como si no quisiera mirarme a los ojos—.
—Arthur sé que no debería haberme puesto así y que no podrías haber hecho nada, pero estaba muy nerviosa y reaccioné mal. —seguía sin mirarme— Lo siento, de verdad, pero por favor ayúdame. —esta vez me miró otra vez y se acercó a mi rodilla—.
—Solo quería una disculpa, gracias. —sonrió mientras seguía mirando. Normalmente en una situación así me habría enfadado, pero no valía la pena, ese hombre me estaba ayudando demasiado y yo lo había tratado muy mal, así que me tragué mi orgullo—. Es simplemente que has corrido mucho cuando necesitabas reposo. Te pondré una venda y te tomarás un antiinflamatorio que cogí en la farmacia, ya verás que mañana estarás mejor.
Eso hizo, primero me dio el antiinflamatorio, y luego, mientras me colocaba la venda, agachado y apoyado sobre una rodilla pero sin llegar a mirarme, me habló.
—¿Qué te pasó aquella noche?
—¿Qué?
—Ya sabes, la noche en la que empezó todo, ¿qué te pasó? Te vi súper agitada llorando, ¿es que viste a uno de ellos comerse a alguien?
—No sabía que tenía que darte toda mi información personal. —sonreí y él hizo lo mismo y, después de ponerme la venda, se sentó donde estaba antes—.
—Entiendo que no te sientas cómoda, no pasa nada, esa noche pasó de todo. Sé que no entenderás nada, un hombre extraño te recoge de la calle y de repente te ayuda a sobrevivir mientras te lleva a un refugio. Es un poco raro y mucho más en una situación así, donde todo el mundo suele actuar de forma egoísta. Y sé que a pesar de todo seguirás sin fiarte de mí del todo, soy un desconocido para ti, pero quiero dejar de serlo, nos espera un largo viaje y mereces conocer con quién vas. —lo miré atentamente, hablaba muy fluido y muy bien, me provocó mucha curiosidad por saber de él, pues llevaba todo el viaje preguntándome cosas pero no le había dicho ninguna por no molestar—. Me llamo Arthur y tengo cuarenta y nueve años. Nací en este país y aquí moriré. A los veintitrés años me metí en el ejército, grácias a la influencia de mi padre que por su enfermedad degenerativa nunca pudo entrar. En el ejército me entrenaron y por eso sé manejar armas, tanto cuchillos como pistolas o incluso arcos, por eso podré enseñarte a pelear y a usarlos. —Le escuchaba atentamente mientras intentaba ir enlazando todo lo que decía, todo comenzaba a tener más sentido—.
—¿Y el refugio? ¿Es alguna especie de refugio militar o algo así?
—Bueno, no. —lo miré extrañada, era lo que más sentido tenía— Como ya te he dicho mi padre nunca entró en el ejército pero sabía muchas cosas, sobretodo de supervivencia por si alguna vez ocurría alguna catástrofe. Vamos al refugio que él construyó en nuestra antigua casa, aunque posiblemente no estemos solos. —ahí sí que aluciné, se me debió de notar en la cara porque soltó una breve risa y, sin dejar de sonreír, habló— Mi ex mujer y mi hija.
—Vaya, hombre de familia. Aunque, ¿cuánto llevas sin verlas?
—Más de tres años, se mudaron de ciudad por trabajo y aquí me quedé, solo y con una tienda de cómics. —Hubo un breve silencio. Dio por finalizada la conversación y empezó a recoger—. Deberías dormir, vigilaré, por la mañana puedes vigilar tú y luego empezaremos con el arco.
No lo decía como una opción, sino más bien como un hecho y yo no rechisté. Me había demostrado que sabía controlar esta situación, aunque no me quedaba otro remedio. Me tumbé usando la mochila como almohada, no sin antes haber sacado el cuchillo y poniéndolo en mi cinturón, solo por si acaso.
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Cuando el mundo vuelve a nacer
HorrorTodos sabíamos que este momento llegaría. El mundo ha muerto y ha vuelto a nacer devolviéndonos todo el sufrimiento que le hemos provocado. Pero, tal vez aún sea posible sobrevivir, ¿verdad?