Part 2

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Y allí estábamos, sentados en el corto pasto de aquel pequeño parque.

No podía mirarlo a los ojos. Sentía un nudo inmenso en la garganta, como si hubiera tragado una píldora enorme y se me hubiera quedado atorada ahí.

Lo abracé con todas mis fuerzas. El nudo comenzaba a convertirse en lágrimas. Lo miré a los ojos y pude ver la tristeza en los de él.

-Te quiero mucho, ¿sabías? -me dijo.

Lo abracé. Lloré.

Volví a mirarlo a los ojos, no sabía cómo decirle. Miles de pensamientos cruzaban mi cabeza: "Todos los regalos que te hizo hace una semana; estuvo pensando en vos mientras los elegía", "Tomate un tiempo y piensa con claridad; la solución en vos está" (este último es una frase de una canción que había escuchado hace poco).

-Yo también te quiero, y mucho, pero no sé...

Me sequé las lágrimas.

El nudo cada vez se volvía más grande y mis palabras apenas podían atravesarlo. No entendía por qué me estaba pasando esto, por qué lo estaba haciendo.

Él me besaba. En los labios, en las mequillas. Me abrazaba.

Me abrazaba y me rompía cada vez un poco más el corazón.

-Creo que quiero estar sola -las palabras me salieron antes de que yo pudiera atajarlas.

-¿Sin mí? -me miró a los ojos y esquivé la mirada.

Miré hacia el frente: "Sí".

-Creo que quiero un tiempo.

Lloré.

-¿Un tiempo o ya nada? -seguía abrazándome.

Las lágrimas seguían cayendo de mis ojos.

-Un tiempo...

La última sílaba apenas se me escuchó. Apenas pudo pasar por el gran nudo que se me había formado en la tráquea.

Seguí llorando. Las lágrimas caían de mis ojos y no podía pararlas. Me las secaba, las apartaba de mis mequillas, pero seguían deslizándose por mi rostro.

-No quiero que llores -dijo con un tono dulce como era su corazón. Secó las lágrimas con su dedo pulgar.

Lloré más. Estrujaba mi corazón.

Me dolía la cabeza. No entendía. No podía creer que yo, la persona que (tal vez) más lo quería en el mundo, le estuviera pidiendo espacio.

¿Espacio para qué? Estaba confundida.

Volvimos caminando hacia mi casa en silencio. Él caminaba a mi lado y de vez en cuando sentía su mirada sobre mí. No quería mirarlo, sabía que rompería en llanto otra vez.

-No me gusta que estemos así, en silencio -me dio un beso en la mequilla.

Traté de sonreír, pero fue más una mueca, y miré hacia la calle.

Al llegar a mi casa, abrí la puerta y ambos entramos. (Él había dejado su longboard en la escalera). La tomé y se la di sin siquiera mirarlo a los ojos. Él la apartó y me rodeó la cintura con los brazos.

Me dio algunos besos en la boca y otros en las mequillas.

-¿Me voy? -me preguntó.

"No. No te vayas. No me sueltes. No me dejes sola, que sin vos no sé qué hacer"

-Sí -apenas podía respirar.

-Bueno -seguía sin mirarlo a los ojos -Te quiero mucho.

-Yo también -beso en los labios.

Salió por la puerta y me tiró un beso -como hacía cada vez que se marchaba, pero esta vez en sus ojos no había felicidad como siempre, sino tristeza y decepción-, me rompió el corazón en miles de pedazos que me dañaban el pecho con sus puntas afiladas.

Cerré la puerta y me desvanecí.

Lloré hasta subir las escaleras de mi casa.

No podía entender por qué a la única persona que últimamente me hacía sentir bien, feliz, cómoda, le había pedido espacio.

Y ese día, lloré todo el día.

Monólogo de hoyDonde viven las historias. Descúbrelo ahora