Capítulo 1

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Las almas son eternas. Los cuerpos, momentáneos. Vell Starreid lo sabía perfectamente.

Miraba fijamente a su compañero de clase despotricando sobre la inmensa cantidad de tarea que la escuela les estaba mandando, mientras tomaba de a sorbos una bebida energética que nunca probó en su vida, solo para impresionarla a ella.

Vell nunca había tomado algo así tampoco, ni se acordaba del nombre de su colega. Quizá era Jack o John. De igual manera, había llegado a su casa por culpa de un trabajo práctico sobre algo que no le interesaba en lo más mínimo. Posiblemente matemática, al fin y al cabo había números escritos en todo su cuaderno.

—Hey... —lo interrumpió, dándole una suave sonrisa falsa—. Sé que es algo repentino, pero...

Vell agarró lentamente la lata que Quizá-Jack-o-John tenía en sus labios y la colocó arriba de la mesa, obteniendo una mirada confusa de su compañero. Rápidamente, su confusión se volvió en lujuria. Comenzó a acercarse a ella, olvidándose completamente sobre la tarea para el día siguiente. Y sin despegar su mirada de sus ojos de un hermoso color ámbar...

Cayó como presa fácil.

Jack-o-John había dejado de moverse por un segundo, ahora apreciando el increíble color rosado de los ojos de Vell. Sonrió bobamente, sin ningún otro pensamiento en su cabeza más que ese.

Vell lo empujó lejos de ella, y se levantó de su asiento, dándole a sus mejillas un descanso de sonreír tanto. Antes de irse, miró lo que había logrado: un chico perdido, completamente en transe, suspirando por un poco más de atención de su diosa. No tenía que preocuparse más por su nombre, por lo menos.

Con un delicado movimiento de manos, Vell se cubrió de una espesa niebla fucsia que dejó impregnado un fuerte olor a quemado. Pudo escuchar como la alarma de fuego comenzaba a sonar, y al siguiente segundo se encontraba en su propio hogar, cambiando drásticamente su temperatura de cálido a helado.

Se encontraba a metros y metros bajo tierra, sin salida ni entrada. No era realmente extensa, pero era suficiente para ella. Las paredes pedrosas estaban repletas de rodocrosita que iluminaban la cueva en su totalidad. Sus únicas pertenencias eran un calderón que calentaba una sustancia desconocida, una extravagante silla mirando hacia un espejo, un estante con finos frascos de cristal con diferentes líquidos, y un mueble donde guardaba sus más preciados tesoros:

Corazones.

Vell pudo ver como se materalizaba su nueva victoria, llenando un espacio vacío en una repisa, con el nombre "Jake" tallado en el centro. Bueno, algo con J era.

Sonrió, esta vez genuinamente, sintiéndose vitalizada; hasta que pudo escuchar una grave voz dirigiéndose a ella.

—¿Era necesario activar la alarma de su casa?

Vell volteó hacia el espejo del cual provenía, al cuál se acercó con regocijo viendo su reflejo en el vidrio. Tenía su rubio cabello perfectamente recogido, sin ningun pelo fuera de lugar. Usaba maquillaje todos los días sin falta, y su ropa dejaba su marca a cualquier lugar que iba. Sin embargo, si tuviera que elegir su parte favorita de su cuerpo, serían sus ojos. Pintados de un tono como la azucar quemada, podían captar hasta la atención del menos romántico.

Se amaba, tanto que le hubiera gustado llamarse Narcisa y morir viéndose a ella misma. Sin embargo, su verdadera belleza estaba debajo de su piel humana.

Cerró los ojos, y se dejó envolver por las suaves nubes que producían sus manos, dejando a la vista su auténtico ser. Sus pies comenzaron a despegarse del suelo, y su cabellera empezó a flotar, como si estuviese bajo el agua. Al abrir los ojos, pudo admirar el deslumbrante blanco que emitían. Su curvilínea figura se veía mayormente expuesta, dejando a la vista el color rosado de su cuerpo.

La Bruja de CorazonesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora