Por Ana
Beatriz Pinzón nunca supo como pudo cerrar las puertas de la sala de juntas sin hacer un ruido estruendoso. La rabia y la ira corrían por sus venas con una intensidad poco usual en ella. Acababa de hablar con Daniel Valencia, la persona que iba a asumir la presidencia de EcoModa tras su renuncia y la de don Armando apenas unas dos horas antes, y el tipo le acababa de informar que pensaba liquidar la empresa. Ese había sido su plan desde un inicio, y por lo visto lo pensaba llevar a cabo tan pronto le fuera posible. Nada le importaba excepto el dinero que pudiera sacar, ni que la empresa estuviera a punto de salir a flote, ni que muchísimas personas se quedaran sin empleo. Tampoco le importaba seres tan cercanos a él como sus hermanas o los Mendoza, ni siquiera el cumplimiento del legado que le dejó su papá. Que ese tipo tuviera tan poco respeto por otras personas que no fueran él mismo sacaba a Betty de quicio, y lo hacía de tal manera que incluso le había dicho que disfrutara de los minutos que tuviera como presidente, porque si estaba en sus manos, aquella presidencia iba a resultar la más corta en duración de toda la historia de EcoModa. Sin embargo, para que eso fuera así tendría que hablar con don Armando y el solo pensamiento de hacerlo hacía que le temblara todo el cuerpo.
Betty: ¡Sandra, localíceme a don Armando! pidió a la muchacha, que junto a todas las del cuartel aguardaban en el pasillo a que ella saliera del encuentro con el doctor Valencia.
Sandra: ¿Qué pasó, Betty?
La barbilla de Beatriz se tensó.
Betty: El doctor Valencia quiere liquidar la empresa.
Un murmullo de comentarios horrorizados provenientes del cuartel llenó durante unos instantes el pasillo.
Aura Maria: ¡Ay, Betty! gimió con angustia-, ¿y usted piensa dejar que lo haga?
Betty: No dijo con determinación-. Voy a impedírselo como sea. Sandra por favor solicitó de nuevo-, localíceme al doctor Mendoza. Él no dejará que Daniel Valencia acabe con EcoModa.
Sandra: Pero Betty... protestó con turbación-, tal vez don Armando ya se halle de camino al aeropuerto y no esté acá para pararle los pasos al doctor Valencia...
Betty tragó saliva, y no porque él no estuviera allá para detener las aspiraciones del actual presidente de EcoModa, sino porque, aunque ella no lo deseara, la idea de que don Armando se hubiera marchado para siempre hacía que ese lugar oscuro y frío que tenía en su interior creciera y se apoderara de la poca alegría y luz que le quedaban.
Betty: Inténtelo, llámelo al celular pidió mientras se mordía un labio-, y si está cerca por favor dígale que necesito hablar con él urgentemente, que lo espero en presidencia.
Durante un momento Betty contempló cómo la secretaria alzaba el auricular y marcaba el número del celular de don Armando. Unos segundos después la escuchó hablar con él, pero en lugar de quedarse a ver qué era lo que él contestaba, Betty caminó con pasos silenciosos hacia presidencia. De pronto necesitaba estar sola, tenía muchas cosas en qué pensar.
Cerrando las puertas tras de sí, Beatriz se sentó en el amplio sofá que había junto a la pared y dio un suspiro largo lleno de tristeza y confusión. Con descuido volvió a empujar las gafas por milésima vez hasta colocarlas correctamente sobre el puente de su nariz, y a continuación tomó el borde de su saco lila entre sus dedos y comenzó a acariciarlo lentamente mientras sus pensamientos volaban hasta una horas atrás, hasta aquel momento en que don Armando había entrado en su despacho alzando en la mano la carta de renuncia que ella había escrito.
Todo empezó con un ¿qué significa esto, Betty?, y a partir de ahí desembocó en lo más inesperado: en el anuncio de la marcha de don Armando de la empresa... del país... y de su vida.
Sabía que esta vez los propósitos del doctor iban totalmente en serio, porque jamás había lo había visto anteriormente con la actitud con la que esa mañana había entrado en presidencia, había roto su carta de renuncia y le había informado que ya no tenía que preocuparse por volver a verlo. El hombre que tenía ante sí era un hombre distinto al de la noche anterior. Este hombre sabía que había perdido, que ella nunca le daría otra oportunidad, aún así mantenía la cabeza alta con una expresión que indicaba que podría ser que lo hubiera perdido todo... excepto la dignidad.
Por fin él había desistido de repetirle una y otra vez que la amaba y había tomado la decisión de seguir hacia adelante con su vida... Y ella debería haber sentido alivio por no seguir escuchando sus mentiras, ni soportando sus asedios, sin embargo... sin embargo, no lo sintió. Es más, cuando don Armando dijo Beatriz, yo le juro, y se lo juro por lo más sagrado, que a partir de este momento para su alivio y mi infortunio, renuncio a usted, pudo sentir cómo algo de resquebrajaba en su interior. Algo que dolió inmensamente y que le decía una y otra vez que si no hacía nada, ése era el último adiós entre ella y la persona más importante de su vida... Por un instante, por un loco momento había abierto la boca para llamarlo, para detenerlo, para decirle que no se marchara y la dejara sola, pero las puertas de presidencia se cerraron y ella nunca llegó a pronunciar la más mínima palabra, el más leve sonido que llenara aquel frío silencio que don Armando había dejado atrás.
Durante unos segundos sintió encogerse a su corazón, pero después, tras unas cuantas respiraciones que aligeraron el dolor, se dijo que era mucho mejor así. Él seguiría su camino y ella el suyo.
O al menos eso había pensado hasta que momentos después doña Marcela entró en su despacho y pidió hablar con ella.
Nada en su vida la había sorprendido tanto como que la anterior prometida del doctor Mendoza le confesara que él en verdad sí estaba enamorado de ella. Le contó una historia que ella no conocía... Una historia que sucedió cuando estuvo en Cartagena y de la que nunca supo... Una historia llena de culpabilidad, sufrimiento, desesperación y ganas de morir... Armando Mendoza había bajado a los infiernos por ella, y casi que no consigue salir de allí...
Pero lo consiguió, Marcela Valencia lo rescató o al menos eso pensó ella, porque una parte de él nunca salió de allá, y ni sus intentos por salvarlo ni los de la venezolana Alejandra Zing habían logrado sacarlo de aquel lugar en el que el alma masculina había decidido morar... Tan solo una persona podía hacerlo, y esa persona llevaba el nombre de Beatriz Pinzón.
A Betty se le volvió a formar un nudo en la garganta cuando recordó cómo aquella mujer, que hasta ahora la había odiado, había mencionado que amar a una persona era desear su felicidad por encima de todo, incluso si esa felicidad no era con ella, y aún a su pesar, doña Marcela deseaba la felicidad del doctor Armando aunque ésta estuviera en las manos de su mayor enemiga.
Haga algo por esta empresa, haga algo por él, se había despedido la ejecutiva antes de salir del despacho, dejando en su interior un auténtico cúmulo de nervios y de sentimientos contradictorios. Cúmulo de confusión que mantuvo durante el posterior encuentro con el doctor Daniel Valencia y que sólo ahora se atrevía a explorar en la tranquilidad y soledad del despacho de presidencia.
Beatriz continuó acariciando el borde de su saco distraídamente. Doña Marcela le había confirmado que don Armando la amaba, que en medio de aquel plan siniestro él cayó y se enamoró de ella siendo fea. Betty cerró lo ojos y sintió el cosquilleo de las lágrimas tras los párpados. Todos aquellos momentos especiales que compartieron los dos y que ella creyó que eran nada más que mentiras, en el fondo no lo fueron... tal vez algunos sí, pero aquellos en que ella lo sintió más cercano, aquellos en los que lo sintió más suyo, no lo fueron...
Un suspiro entrecortado, debido a aquel nudo que atenazaba su garganta, salió entonces de los pulmones femeninos y se llevó consigo el inmenso peso de la angustia y desilusión que había sufrido desde que leyó aquella fatídica carta que escribió Mario Calderón. Ya no tenía el porqué de vivir con la certeza de que lo más bonito que le había sucedido en su vida era una farsa... No, ya no... De repente se sintió más liviana, sus hombros, desde el engaño hundidos, se enderezaron y la primera sonrisa verdadera desde un tiempo atrás asomó a su cara y a sus húmedos ojos.
Betty: Te ama, Betty no puso evitar susurrar-, don Armando te ama.
Durante unos instantes se regodeó en aquella agradable sensación cálida que la inundaba. Se acordó del bésame de la noche anterior que el doctor le había dedicado así como de las palabras que también le había dirigido, y donde antes vio malicia y engaño, ahora solo veía desesperación y amor.
Sin embargo, su alegría se empañó un poco al notar aquel incipiente miedo que experimentaba en las entrañas. Aquel temor a que la volvieran a herir que le suplicaba que no se apresurara, que se tomara las cosas con calma, reconstruyendo pieza a pieza, ladrillo a ladrillo la confianza que él un día tuvo y que después perdió.
Betty: Poco a poco, Betty se dijo en voz alta-. Vamos a ir poco a poco...
Por lo pronto convencería a don Armando de que no se fuera y después ya vería.
Unos golpes repentinos sobresaltaron a Betty, sacándola de sus pensamientos. Con premura se puso de pie y esperó que alguna de las secretarias se asomara por la puerta, pero no era ninguna de las del cuartel a quien vio entrar y cerrar las puertas deslizaderas tras de sí.
Armando: ¿Quería hablar conmigo, Beatriz?
Los ojos femeninos parpadearon varias veces mientras Betty notaba como cada célula de su cuerpo reaccionaba ante la presencia de ese hombre. Las palmas de las manos comenzaron a sudarle, el corazón se le aceleró y su respiración se hizo más pesada y errática.
Armando: ¿Betty? preguntó al ver que ella no le contestaba y que sólo lo miraba fijamente en silencio-. ¿Desea hablar conmigo sobre algún asunto? Porque si no es así tengo un avión que me espera en el aeropuerto.
Betty: Yo... sí, perdóneme doctor se disculpó totalmente ruborizada al tiempo que se reprendía mentalmente por habérselo quedado mirando como una idiota-, es que me distraje.
Armando asintió y a continuación la observó con expectación a ver qué es lo que tenía que decirle.
Betty: Verá doctor repuso con la vista gacha-, me temo que no tengo buenas noticias.
Armando frunció el ceño.
Armando: ¿Cómo así?
Betty: El doctor Valencia ha asumido la presidencia y ha anunciado que quiere liquidar EcoModa.
El cuerpo masculino se tensó al recibir la mala noticia, pero unos segundos después se relajó.
Armando: ¿Y que hace usted aquí y no en la sala de juntas deteniendo los pasos de ese tipo?
Betty: ¿¿Yo?? inquirió con sorpresa señalándose con un dedo-. ¡Pero si es su empresa!
Armando: Y usted la presidente afirmó alzando una ceja.
Betty: No, ya no lo soy, renuncié, ¿recuerda? dijo con seriedad.
Armando: Y yo no le acepté la renuncia. ¿Recuerda eso también, Betty? inquirió, no sin cierta ironía.
Betty: Pero es que yo no la quiero, doctor repuso con terquedad-. Se la devuelvo.
Armando: No puede devolvérmela cruzó los brazos y puso sus manos bajo las axilas-, yo también renuncié.
Betty: ¡Entonces yo tampoco acepto su dimisión! dijo ella con expresión combativa mientras cruzaba los brazos al igual que él.
Llegados a punto muerto ninguno de los dos habló. Armando ladeó la cabeza y se quedó mirando largamente a esa mujer tozuda que tenía ante sí. Un ramalazo de ternura lo atravesó. Estaba tan orgulloso de ella. Betty se había convertido en una auténtica profesional, aunque a veces su inseguridad saliera en los momentos más inesperados.
Armando: Beatriz, yo ya no soy ni voy a ser más el presidente de esta empresa repuso con suavidad-. Ese cargo lo ocupa usted -Betty abrió la boca para protestar, pero un gesto masculino le indicó que lo dejara continuar-, y es su deber enfrentar al doctor Valencia. Sé que ese hombre la ha herido siempre con sus comentarios venenosos, pero no tiene que tenerle miedo. Si quiere yo lo saco de acá, pero no me devuelva la presidencia porque está en las mejores manos en las que ha estado jamás.
Betty no fue indiferente ante esas palabras que provocaron una agradable sensación de calidez en su interior. No obstante, él se equivocaba en cuanto a su miedo del doctor Mortis.
Betty: Don Armando, yo no puedo botar a Daniel Valencia de su cargo, y no es por las razones que usted piensa, sino porque puede que usted no admitiera mi dimisión, pero él sí que lo hizo.
El semblante masculino perdió toda su suavidad y se congeló en una dura expresión. Los oscuros ojos llamearon tras el cristal de las gafas. Esa mujer lo aborrecía tanto que había seguido con sus planes de dejar la empresa incluso aunque tuviera que hacerlo en manos de uno de sus peores enemigos.
Armando: ¡MALDITA SEA, BETTY! explotó con furia agitando los brazos-. ¿POR QUÉ ES TAN TERCA, AAHHH? ¡LE ASEGURÉ QUE NO IBA A ENCONTARME MÁS POR LOS PASILLOS, QUE YA NO LA IBA A MOLESTAR MÁS! ¿ES QUE NO ME CREYÓ? inquirió con desesperación.
Betty: S-sí, l-lo creí musitó nerviosa ante el exabrupto del doctor.
Armando: ¿Entonces, por qué siguió adelante, ah? dijo bajando el tono de voz-. ¿Por qué renunció? ¿Qué más tengo que hacer para que usted se quede? ¿Desaparecer del planeta? la miró dolido-. ¿De la galaxia? Porque del país se ve que no le vasta...
Betty: Nooo negó consternada.
Armando lanzó una carcajada amarga. Sentía tanto sufrimiento en su interior que no sabía otra manera de reaccionar ante él que de transformarlo en rabia e ira dirigidas en parte contra ella y en parte contra sí mismo, porque él era en el fondo el culpable de que esa mujer ahora no pudiera ni soportar su sola presencia.
Armando: ¡Sííí, Beatriz! siseó con tono ácido-. ¡Si por usted fuera ni el universo sería una distancia lo bastante lejana entre usted y yo!
Betty: No negó varias veces con la cabeza-, eso no es así.
Armando: ¿¿No?? ¡Oh, vamos, Betty exclamó con mordacidad-, sea sincera! ¡Admítalo! ¡Confiese que le repugno hasta límites insospechados!
Betty tragó saliva. Las manos le temblaban levemente. ¿Cómo podía pensar eso de ella?
Betty: Nooo volvió a negar-. Eso no es así... no es así repitió mientras notaba la humedad invadiendo sus ojos-. Por mí no tiene que marcharse, de veras que no trató de convencerlo-. ¡Ni siquiera del país! ¡Ni de EcoModa!
Armando lanzó un jadeo de incredulidad.
Armando: Perdóneme, Betty, qué pena con usted pero no la creo musitó con amargura.
A continuación se hizo un silencio. Un silencio largo, tenso, en el que los dos se contemplaron heridos. De pronto el doctor Mendoza cerró los párpados con fuerza, tensó la mandíbula y apretó los puños a sus costados. Sin embargo, tenía los hombros hundidos, lo que le confería un aspecto tremendamente vulnerable y frágil al que Beatriz no se pudo resistir.
Betty: Míreme doctor... pidió con un susurro y cuando él volvió a abrir los párpados y fijó la vista en ella, le dijo-: No tiene porqué irse... no se vaya...
Él no tuvo más remedio que creerla, había una tranquila franqueza en su rostro y en su tono de voz que decían sin la menor duda que Betty no mentía. Una calma que hacía mucho no sentía llenó el pecho de Armando y éste suspiró con alivio. Ella no lo detestaba.
Armando: Y si yo no dejo EcoModa, ¿usted seguiría acá trabajando? preguntó con un murmullo grave-. ¿Como presidente?
Betty lo meditó unos instantes y finalmente asintió con timidez.
Betty: Eso si podemos recuperar la presidencia...
Una sonrisa luminosa asomó entonces en la cara masculina, una sonrisa que le derritió el corazón a Betty por ser como aquellas que le dirigía al principio.
Armando: Podremos aseguró sin titubear-. Estoy seguro de que podremos.
Un nuevo silencio se instaló en la estancia. Pero esta vez el espacio de tiempo no fue tenso ni hiriente, sino apacible y cálido. Betty notó cómo don Armando la acariciaba con la mirada de una manera tan tierna y dulce que consiguió que pequeños escalofríos recorrieran su espalda. Ella le devolvió la sonrisa, y la de él se amplificó en respuesta, pero un instante después algún pensamiento turbador ensombreció los ojos de don Armando y su sonrisa se fue desvaneciendo poco a poco hasta no quedar el mínimo rastro de ella en su rostro.
Armando: No murmuró como para sí-. Esto no va a funcionar...
Betty: ¿Doctor? preguntó con desconcierto e inquietud.
Armando: ¿Sabe? dijo a continuación con triste ironía-, hace tan solo unos instantes pensé era el hombre más feliz del mundo porque usted no me aborrece y porque me pidió que no me fuera, ¡incluso ha aceptado que sigamos trabajando juntos! ¡Ja! ¡Casi un milagro se burló-, si lo miramos desde ayer por la noche cuando usted me dejó bien claro que me odiaba y que no quería saber nada más de mí! ¿No le parece?
Betty no pudo más que asentir. El doctor la observaba con melancolía, con triste anhelo.
Armando: También pensé, Betty continuó diciendo-, que el que usted me aceptara otra vez cerca de usted era una buena señal, que era un gran paso adelante... Pero... ¿adelante hacia dónde? ¿Hacia una amistad como mucho? ¿Adónde más sino?, si usted no confía en mí y yo tengo muy claro que no me va a dar ninguna oportunidad para que retomemos nuestra antigua relación.
Los labios femeninos no lo contradijeron, ¿acaso no era eso lo que ella tenía previsto por ahora? ¿Ir poco a poco, primero amigos y luego ya vería?
Armando: Perdóneme, Betty, pero yo no quiero su amistad.-Los ojos femeninos parpadearon con dolor ante el hiriente anuncio-. No, no quiero ser sólo su amigo, quiero ser mucho más... ¡quiero ser su TODO!... su compañero... su amigo... su amante también... Quiero ser la primera persona a quien sonría por las mañanas... quiero que me diga una y otra vez que me ama... ¡Dios mío! ¡Quiero hacer el amor con usted todas las noches... y los días!... ¡¡¡Lo quiero TODO, Betty!!! Y ahí está el problema... anunció con dulce tristeza-. Sí, ahí está el problema, en que yo lo quiero todo y usted no me lo va a dar...
Armando se mordió el labio pensativo. Beatriz lo observaba indefensa.
Armando: Es curioso... musitó con voz grave-, esta mañana pensé que me marchaba del país para evitarle el karma que yo soy para usted, para dejarla libre... y sin embargo acabo de darme cuenta que no me iba por usted, sino por mí... Porque así como yo soy un karma para usted, usted también lo es para mí, y estar acá a su lado todos los días, trabajando juntos y compartiendo solo una relación de trabajo, o de amistad si lo prefiere, me hubiera matado. Poco a poco se me hubiera ido marchitado el corazón hasta acabar siendo una persona en la que estoy seguro que no me quiero convertir...
Una humedad caliente y salada se instaló en los ojos masculinos.
Armando: ¿Sabe, Betty? -preguntó con la mirada gacha-. A veces desearía poder volver atrás en el tiempo... Sí, me gustaría volver atrás, pero no para evitar el plan siniestro que Mario y yo concebimos para que usted no nos robara la empresa, porque estoy seguro que sin la existencia de ese plan yo nunca habría mirado más allá de la persona que trabajaba para mí y no hubiera caído rendido bajo su encanto... Me gustaría regresar para impedir que aquella carta que escribió Calderón cayera en sus manos, Beatriz... Si usted nunca la hubiera leído ahora seríamos la pareja más feliz del planeta, y tal vez, lo más importante... aquella mujer dulce e ingenua de la que me enamoré nunca hubiera desaparecido... no se hubiera muerto por el dolor causado por la traición y el engaño... La echo de menos... la echo mucho de menos... susurró con la garganta contraída antes de alzar la vista y mirarla directamente a los ojos-. Perdóneme, Betty volvió a pedir-. Perdóneme por todo el daño que le hice, ¿sí?
Las lágrimas resbalaban mojando las mejillas femeninas, los oscuros ojos estaban anegados, sin embargo podían discernir sin lugar a dudas la necesidad que mostraba el semblante del doctor de que ella lo perdonara. Una necesidad enorme, acuciante, que decía que si ella no emitía la palabra correcta él seguiría torturado toda su vida por lo que hizo.
Betty: Sí asintió débilmente-, lo perdono doctor...
Armando dejó ir el aliento que durante los últimos treinta segundos había contenido, y junto con todo ese aire expulsó de su cuerpo toda aquella culpabilidad que nunca lo abandonaba.
Armando: Gracias, Betty le dijo con el alma.
Después carraspeó un par de veces tratando de recuperar su tono normal de voz y se pasó las manos por las mejillas para secar las lágrimas que él también había llorado.
Armando: Vea, con su perdón ya me voy más tranquilo... me duele el corazón, eso sí hizo una mueca y luego rió levemente-, pero es algo normal en estos casos.
Con pasos lentos Armando se acercó hasta el cuerpo de Betty, después con una mano alzó el mentón femenino como tantas veces antes había hecho y sonrió para ella.
Armando: Le deseo lo mejor, mi amor... murmuró con la voz ronca-. Cuídese, ¿sí?
Y sin decir tan siquiera adiós dio un paso atrás, se giró y se dispuso a salir de presidencia y de la vida de Betty de nuevo.
Pero esta vez ella no se quedó quieta, no lo dejó marchar así sin más...
Cuando Armando alzaba la mano izquierda para abrir la puerta corrediza notó como otra mano más pequeña y suave, le tocaba la mano derecha, primero con duda, pero luego con firmeza. Uno a uno los dedos femeninos se fueron entrelazando con los suyos al tiempo que uno a uno se iban derribando los ladrillos de la resistencia que Armando había tratado de construir.
Armando: ¿Betty? inquirió con la voz estrangulada por la emoción.
Betty: Lo amo, doctor... dijo ella a su espalda-. Por favor no se vaya... quédese acá conmigo y sea mi novio...
Betty pudo sentir como la mano y la espalda masculina se tensaban. Durante un momento de incertidumbre no supo qué reacción iba a tener don Armando y se angustió, pero la angustia duró apenas un segundo. Con una rapidez que la sobresaltó él se volteó hasta quedar de frente a ella. Los ojos masculinos brillaban llenos de esperanza y de una emoción tan grande que le robó a Betty el aliento.
Armando: ¿TODO, Beatriz? quiso confirmarlo antes de nada-. ¿Me vas a dar TODO lo que te pido?
Betty: Sí asintió ruborizada y con el corazón latiéndole a mil por hora.
Armando gimió de felicidad antes de acercarse a ella y abrazarla contra sí con una fuerza que amenazaba con cortarle la respiración a Betty.
Armando: Mi princesa le murmuró al oído con ternura-. Te amo... te amo...
Betty se hundió entre sus brazos con placer. Hacia tanto que no lo sentía así, tan cercano, rodeándola con los brazos, protegiéndola. Aspiró el aroma picante y masculino característico del doctor y se deleitó con él. Pero pronto el abrazo no fue suficiente para Armando...
Separándola un poco de sí, Armando tomó la carita de Betty entre sus manos al tiempo que la contemplaba con toda la dulzura del mundo. Ella inclinó la cabeza hacia atrás, cerró los ojos con anticipación y abrió ligeramente los labios sabiendo qué era lo que venía después.
En el instante en que sus bocas se encontraron su destino quedó sellado. Nada podía igualar la maravillosa sensación que los traspasó por entero. Un hormigueo que se originó en sus labios y que recorrió cada una de las células de sus cuerpos hasta llegar a la punta de los pies. La boca de Betty era suave y húmeda bajo la suya y sabía tan bien... tan bien...
Ella jadeó cuando Armando introdujo su labio inferior entre sus dientes y luego lo lamió con la punta de la lengua. Despacio Betty se puso de puntillas y subió sus manos hasta alcanzar los hombros y poco después la nuca masculina en donde se aferró al pelo oscuro con la intención de no dejarle escapar... ¡como si él fuera a hacerlo!
Los dedos de Armando temblaban cuando acariciaron las suaves mejillas. El sabor de los labios femeninos era intoxicante, pero el de su lengua lo era aún más... Armando profundizó el beso, sus lenguas se enzarzaron en una batalla íntima, intensa, húmeda y extremadamente placentera. Él gimió y pegó el cuerpo de Betty al suyo, el cual se moldeó como si estuviera hecho para él.
Sin meditarlo un segundo Armando se inclinó para tomarla en brazos y llevarla a...
De repente y percatándose de dónde se hallaban él separó su boca de la de Betty, y posteriormente apoyó una mejilla sobre la frente femenina.
Armando: Me temo repuso con la respiración entrecortada-, que este no es el mejor lugar ni momento para hacer lo que tenía en mente.
Las mejillas de Betty se ruborizaron y ella escondió la cara en la camisa masculina. Armando prácticamente se derritió ante el gesto.
Armando: Te deseo mucho le murmuró picarón junto al oído-, pero antes de disfrutar de ti, tenemos que deshacernos de Daniel Valencia.
Con desgana los dos se separaron, se miraron durante un momento fijamente a los ojos y después tomados de la mano salieron a enfrentar al varón de los Valencia.
FIN
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LA RECONCILIACIÓN (MI VERSIÓN) POR ANA
RomanceHistoria de ANA , mi intención no es apropiarme de ésta obra ni de ninguna otra. Disfruten la lectura. Beatriz Pinzón nunca supo como pudo cerrar las puertas de la sala de juntas sin hacer un ruido estruendoso. La rabia y la ira corrían por sus vena...