Hoy desperté con el estruendo de alarmas.
Terremoto a la vista, furor de animales en estampida,
caníbales gourmet y redoble
de primitivos tambores.
Y de pronto sentí que todo comenzaba de nuevo.
Un día para marcar, un punto de encuentro.
El corazón se avalancha contra el pecho
buscando derribar la puerta y encontrar salida
y terminar así con el encierro del ayuno obligado.
Yo soy el famélico señuelo,
debilitado por la espera que busca alivio.
La cabeza me da vueltas en espiral.
Es la señal verde de proceda.
La ansiedad está a tope
pero ahora respiro con la puerta abierta.
Ya no puedo soportar este animal circular
que me devora por dentro.
Cronos desayuna embutidos
y a sus hijos en un tazón de cereal.
El hambriento polluelo espera el momento
de ser lanzado al vuelo de prueba.
Presiento su cercanía,
siento que inhala a mi lado.
Pretendo beberlo sin prisa y con múltiples errores tragarlo.
A partirlo en dos con la lengua de un tajo,
o devorarle tal vez de un sólo bocado.
Una charla intrascendente,
un pequeño escarceo bastara
para aligerar el apetito felino
y calmar la ansiedad de ésta revolución estomacal
creciente por éste súbito almuerzo improvisado.
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