¿Quién ha dicho Quito?

7 1 0
                                    

Todavía era de noche. Estaba a punto de amanecer. Las luces de las farolas se colaban en la habitación del motel creando sombras de esas que te acojonan porque parece que hay alguien ahí. También iluminaban unas revistas porno que había sobre una silla y dejaban intuir el título de una novela cutre del oeste que estaba desparramada por la mesa. La televisión estaba encendida pero el volumen apenas permitía oír los susurros del narrador de un documental sobre la historia de la teletienda. Lo que no dejaba ver claramente la luz de las farolas era la suciedad acumulada en la habitación, el olor a sudor y a rancio –la mayoría de olores no se pueden ver, pero estos sí–, las cortezas de pizza tiradas por el suelo o el color de las sábanas que cubrían una cordillera que atravesaba la cama de norte a sur. En el norte, donde se situaba la almohada, había reposada una cabeza con una calva estilo plaza de toros. Esta cabeza se conectaba con el resto del cuerpo, como es natural. Las sábanas cubrían un cuerpo orondo y sudoroso que se encontraba inmóvil porque estaba dormido. Era el cuerpo de Paul. La cabeza también era suya.

El móvil empezaba a vibrar, primero, y a sonar, después. No había música sino un ring ring de lo más clásico y sosainas que tuvo que ser sofocado por la mano de Paul, que buscaba a tientas el puto teléfono. No era la alarma sino una llamada.

–Bamford –respondió Paul.

–Detective Paul Bamford –corrigió la voz al otro lado de la línea telefónica.

–El mismo.

–Pues haga el favor de presentarse en condiciones. ¡Maldita sea!

–Tranquilícese, anda. ¿Quién coño es usted que me llama a estas horas?

–¿No me has reconocido, gordo de mierda? –hizo una pausa por si a Paul se le ocurría alguna idea. Ni de coña. –Soy tu puto jefe –dijo al fin.

–¡Ah, Joder! Vaya putada... –suspiró el gordo Paul.

–Yo tampoco me alegro de hablar contigo, pero tenemos la situación bien jodida. Ya sabes que la gente suele aprovechar el fin de semana para matarse, ¿no? Pues este fin de semana se han pasado.

–¿Qué tiene de especial este fin de semana? ¿Algún derbi? ¿Se inauguraba alguna exposición de Yoko Ono?

–No había nada de eso –por el tono de voz, el puto jefe parecía estar un poco hasta los huevos y le molestaba tener que explicarse–. Por los últimos informes del Departamento de Narcóticos parece que hay diversas bandas metiéndose en el trapicheo de mandanga. Ya sabes, como esos hijos de puta sólo saben competir a base de tiroteos y navajazos al final nos dejan la morgue llena de gilipollas muertos.

–Entiendo. ¿Y se sabe con que andan...?

–No me preguntes, joder. No tengo tiempo para contarte ninguna película a estas horas –cortó tajante el puto jefe–. Lo único que te interesa saber es que vas a dejar ese asqueroso cuchitril que tienes por despacho y vas a dejarte de papeleo por unos días. Vuelves a la acción, detective.

–¡Mierda! ¿Otra vez a la calle? –Paul estaba visiblemente molesto tirado en la cama. Él prefería dedicarse a su papeleo y a comer donuts en su coqueto y acogedor despacho por mucho a su puto jefe le pareciera asqueroso–. ¿Y por qué no asciendes a Rodríguez y que se encargue él? Yo creo que lo merece.

–¿Pero quién cojones es ese Rodríguez? –preguntó indignado el puto jefe.

–Pues el hispano ese que trabaja en Homicidios.

–No me toques los huevos, detective Bamford. El Departamento de Homicidios es completamente ario. Allí no hay ni hispanos, ni musulmanes, ni chinos, ni...

¿Quién ha dicho Quito?Donde viven las historias. Descúbrelo ahora