prohibido prohibir

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Prohibido prohibir. El primer mensaje apareció un miércoles en la fachada de la escuela. La paradoja yacía pintada con aerosol negro, haciendo un bonito contraste con el desgastado color marfil del edificio. Era una letra horrible pero no tanto como para que fuese imposible entenderla.

Había un par de alumnos viéndolo con interés, Xiao Xingchen incluido. Sus zapatos perfectamente lustrados se ensuciaron con la tierra que el clima airoso paseó por toda la calle mientras escuchaba cómo la mamá de alguien, del perdedor —o del único chico afortunado, según como lo vieras— al que su progenitora todavía llevaba a la universidad en automóvil estaba haciendo un divertido escándalo.

La subdirectora trataba, entre nervios y enojo, de explicar algo que no tenía explicación y llamó de inmediato al pobre conserje, cuyo turno laboral recién comenzaba y ya se le había asignado la tarea de borrar el grafiti, lo más pronto posible. Xingchen pensó por un segundo que él también podría ayudar a limpiar. Y sin dudarlo se ofrecería, pero las palabras nunca salieron y entonces notó que, de hecho, no quería que desapareciera.

—Prohibir las prohibiciones no tiene sentido, es una contradicción. O quizá se me está escapando el chiste del mensaje —comentó Song Lan, que ocupaba el puesto de mejor amigo de Xiao Xingchen desde hace años, y el único con quien se sentía lo suficientemente cómodo como para expresar todas sus opiniones en voz alta (incluso las más tontas).

—Pero... ¿Por qué querrían prohibir todo? ¿Las prohibiciones no pueden ser buenas? Como por ejemplo: prohibido fumar, prohibido tirar basura... ¿Prohibido matar? —Lo último sonó a un mandamiento religioso, más que a un artículo del Código Penal, pero Xingchen lo dijo de todos modos.

El almuerzo de ambos se enfriaba mientras seguían debatiendo sobre el juego de palabras. Sus demás compañeros también lanzaron un par de comentarios serios y muchas bromas. Parecía que a los profesores se les prohibió hablar del tema porque ninguno pronunció una sola sílaba en sus materias. Al finalizar el horario escolar la pintura cubría casi por completo el mensaje y éste se desvanecía de la pared pero decidió quedarse en la mente de Xingchen por mucho, mucho tiempo.

El viernes, cuando las capas de pintura habían logrado enterrar el grafiti en su totalidad, como si jamás hubiera ocurrido, otro mensaje se presentó, exactamente en el mismo lugar, burlándose de aquel intento de silenciamiento. Esta vez decía: Rompe las reglas.

A Xiao Xingchen le hizo gracia. A Song Lan no tanto. Y lo que pudo ser un caso aislado entonces se convirtió en el comienzo de algo grande. O al menos eso era lo que un chico fanático de las novelas baratas de misterio y ahogado en la monotonía que traía consigo vivir donde nunca pasaba nada —como Xingchen— quería creer.

La furia de los administrativos subió hasta el cielo y la curiosidad del alumnado también. Era una universidad medio prestigiosa ubicada en un pueblo conservador con normas estrictas. En toda su historia, nunca nadie se había atrevido a manchar el pulcro edificio... hasta ahora.

Hubo un par de interrogatorios, estudiantes como Wei Wuxian (que era el tipo más rebelde y genial que Xingchen conocía, ese con la mirada soñadora y los pantalones rotos, arremangados) fueron los principales sospechosos, pero no podían incriminar a alguien sin pruebas así que lo dejaron ir.

Aprovecharon el fin de semana para limpiar la fachada y el lunes a primera hora Xingchen le sonrió al muro del que se hubiera decepcionado si se encontraba en blanco.

En esta ocasión era un mensaje más largo, un poco poético, con palabras que rimaban con libertad y le alborotaron su cabello en capas que había dejado crecer debajo de los hombros. La primera letra A estaba encerrada en un círculo y Xiao Xingchen no sabía qué significa pero pensó que se veía lindo, de una manera original.

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