𝐏𝐫𝐨́𝐥𝐨𝐠𝐨

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Cuando la primera arcada azotó su garganta, él estaba en una reunión con importantes directores ejecutivos de posibles empresas aliadas, así que tuvo que tragársela como pudo y disimular su repentino ataque de tos con un leve carraspeo que, de no ...

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Cuando la primera arcada azotó su garganta, él estaba en una reunión con importantes directores ejecutivos de posibles empresas aliadas, así que tuvo que tragársela como pudo y disimular su repentino ataque de tos con un leve carraspeo que, de no ser por su secretaria y su idea de repartir vasos de agua, hubiera llamado vergonzosamente la atención.
Y, mientras uno de los CEO explicaba su punto de vista conforme al futuro plan de alianza y sus respectivos beneficios, él aprovechó para aclarar mejor su garganta y así poder seguir con la reunión, olvidándose de aquel pequeño incidente.

Sin embargo, la segunda arcada traspasó su esófago cuando estaba revisando unos documentos y, esta vez, no pudo hacer más que taparse la boca, llegando al cuarto de baño de la planta por los pelos, arrodillándose al lado del váter y cerrando los ojos antes de dejar escapar todo lo que había contenido, sintiendo como la vena en su cuello palpitaba furiosamente y su paladar ardía con intensidad, obligándole a agarrarse a la taza con fuerza, mientras notaba como dos lágrimas calientes recorrían sus mejillas.

Una vez que todo pasó, tiró de la cadena mientras se secaba la cara sudorosa con un pañuelo. “Esto es extraño”, pensó mientras abandonaba la pequeña habitación y se dirigía hacia su despacho para volver a encerrarse allí, ignorando la mirada preocupada de su secretaria cuando pasó por al lado de su mesa.

Pocas habían sido las veces en las que, en sus 43 años de vida, había podido decir que estaba realmente enfermo; quizás, algún resfriado pegajoso o esa corta temporada de varicela cuando era muy pequeño.

Pero eso era todo.

Nunca había vomitado, nunca se había quedado en la cama porque la fiebre o la fatiga no dejaban de hundirlo entre las sábanas; había cambiado parte de sus hábitos —por consejo de su médico—, comía sano y hacía ejercicio siempre que podía.
Nada en él daba señales de malestar, pero, entonces, ¿qué eran aquellas ganas casi irresistibles de vomitar, aquel ardor constante en su garganta y esa presión en su pecho, que apenas lo dejaba respirar?

Quizás todo aquello había empezado por lo que pasó el día anterior.

Al principio había ido todo bien, había disfrutado —a regañadientes— de su día libre, incluso se había alegrado (tan solo un poco) de recibir la visita sorpresa de su mejor amigo y ex compañero de universidad, Akagami Shanks, el cual había ido para pasar el rato y presentarle a su novia, Makino... Y todo había seguido increíblemente bien, disfrutando de pasar la tarde juntos entre copas de vino y anécdotas y había podido conocer más a fondo a la mujer de la que tanto le había hablado el pelirrojo desde hacía dos meses.

Pero en cuanto el pelirrojo cruzó la puerta de su casa, despidiéndose con la mano mientras Makino le agradecía encarecidamente el haber aceptado aquella visita tan poco planificada, algo en su pecho se había hundido con fuerza, como si alguien le hubiera pegado un martillazo justo en el corazón, y su garganta empezó a cosquillearle con la suavidad de uñas rascando una pizarra, obligándolo a toser con fuerza.
No obstante, no había ido más allá, y él, no dándole mayor importancia, lo había solucionado con un poco de leche con miel antes de irse a dormir.

Qué ignorante había sido.

—De todas formas, no importa —se dijo, mientras observaba los documentos que se apilaban en su mesa y dejaba caer su espalda en el mullido respaldo de su asiento—. Me tomaré algo para el dolor de garganta cuando vuelva a casa e iré al médico para que me recete cualquier cosa —resolvió, apuntándolo en su agenda mientras suspiraba con hastío. Al hacerlo, algo salió de algún lugar de su paladar y empezó a revolotear por su boca y él, frunciendo el ceño, no dudó mucho antes de detenerlo con la lengua y cogerlo con dos dedos, pensando que sería algún asqueroso trozo de su desayuno que había subido por culpa del vómito.

Qué equivocado estaba.

—¿Qué demonios...? —susurró atónito, mientras sus ojos, abiertos de par en par, se clavaban en aquel pequeño pétalo de iris, cuyo intenso azul cobalto era únicamente opacado por la sangre que le manchaba la punta de sus dedos.

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⏰ Última actualización: Sep 10, 2022 ⏰

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𝐎𝐮𝐫 𝐩𝐚𝐢𝐧𝐟𝐮𝐥 𝐈𝐫𝐢𝐬Donde viven las historias. Descúbrelo ahora