La sonrisa de Nishikata

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Un balde de agua fría, gotas de jugo de limón en una herida abierta, el descenso brusco de un ascensor, aire frío en contacto con un molar enfermo, un golpe eléctrico... 


Son un conjunto de desagradables sensaciones que sumadas no se asemejaban al sobresalto que Nishikata sintió cuando su tierno e inexperto amor no fue suficiente para mantener el interés de su pareja. Es complicado aceptar una realidad tan deprimente, la carencia total y absoluta de "sentimientos puros" en este mundo. 


Decidió dejar de llorar, derramar tantas lágrimas era un desgaste innecesario, pues "ella" no se lo merecía. Pensó que alejarse era lo mejor, prefirió el silencio que el paisaje rural le ofrecía; el pequeño pueblo escogido la recibió con alegría.


Una sola calle, larga y angosta era el recorrido obligatorio de todos los habitantes del pueblo. Una panadería, un restaurante, una botica, un bazar, donde se vendía desde zapatos hasta cigarrillos, chocolates, ampolletas, helados, entre otras cosas; una peluquería que compartía local con un centro de llamados, una iglesia y una pequeña plaza justo en el centro del pueblo, como el sol y a su alrededor todos los diminutos planetas girando, todos estos elementos conformaban el atractivo del lugar.


Nishikata se hospedó en una residencial, se acomodó en una habitación muy confortable, donde existía abundancia de colores, tanto en el cortinaje como en el cubrecamas, exactamente de la misma tela. Atravesó la antigua galería que conducía al salón de estar, donde sus pulmones se impregnaron del aroma a piso recién encerado, lo que le agradó mucho: "limpieza ante todo" – pensó – y una sonrisa se dibujó en sus labios.


Recorrió la calle larga, con curiosidad se acercó al vistoso y colorido bazar, que ofrecía un sin fin de productos. No pudo resistir la tentación de comprar unas sencillas pero llamativas zapatillas que, sin dudas, le servirían para muchos paseos por el pueblo. 


La vendedora, al ver el interés y amabilidad de la joven, le ofreció un café y conversaron largo rato. Luego caminó hacia la plaza, donde unos niños cantaban acompañados por los acordes de una guitarra; un hombre muy entusiasta dirigía al especial coro. 


Nishikata tímidamente se acercó y se sentó a escucharlos y no se dio cuenta cuando ya era parte del canto contagioso que iluminaba su triste corazón, al terminar la canción, los niños la abrazaron y le dedicaron las mejores sonrisas, se despidió de ellos con gran alegría y mayor fuerza para seguir recorriendo tan bello lugar. Tratando de olvidar todo lo que había pasado.


El aire limpio con aroma a álamos y flores silvestres le abrieron el apetito, entonces entró al único restaurante del pueblo de nombre muy singular, "La Picá de Nakai y Mano", y, atendida por su propio dueño, disfrutó de la comida típica argentina: empanadas de carne cortadas finamente a cuchillo, casi sin grasa, llamadas "salteñas". 


Cuando se retiraba, Nishikata fue sorprendido por el dueño Nakai, quien le obsequió un enorme vaso de jugo de frutas naturales:


- "Para el camino, señor, con todo respeto".


Nishikata, completamente turbado por la caballerosidad del fornido hombre, se sonrojó y agradeció con sinceridad tanta amabilidad y alegría.


Su paseo terminó en la iglesia. Definitivamente era el templo más hermoso que había visto; todas las imágenes finamente decoradas y adornadas con bellos arreglos florales. Un hombre ya anciano, sentado en la primera fila, era la única persona que albergaba el santo lugar. Francisca se sentó al lado de él, lo saludó respetuosamente y se arrodilló para orar. 


Perdió la noción del tiempo, le sucedía a menudo cuando rezaba, pero el anciano permanecía a su lado, la miraba y le sonreía con mucha ternura. La joven sintió algo especial por él y sin timidez se presentó y le relató todas las alegrías que había vivido en tan pocas horas en el pintoresco pueblito y le dio mucha importancia a la felicidad que sintió cada vez que alguien le sonrió. 


El anciano se levantó con lentitud y cierta dificultad, miró piadosamente a Nishikata, luego la bendijo y en sus suaves movimientos se dejó entrever un humilde crucifijo pendiendo de su cuello, y con suma delicadeza se despidió de la joven diciendo:


- Alégrate, hijp mía, porque todo lo que viste y viviste en lo profundo de tu corazón fue la sonrisa de Dios. Alégrate.


- ¿La sonrisa de Dios? - pregunte confundido.


Repitió emocionado él joven que presurosa caminó al lado del anciano sacerdote y, tomada de su brazo, lo acompañó por lo que sería un largo camino de fe, de bellas historias y de auténtica amistad.


Olvidando aquella joven, que tan mal le hizo . . .

One-Shots de KJNTSDonde viven las historias. Descúbrelo ahora