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Eris no se consideraba una diosa rencorosa.

No, ese adjetivo describía a Afrodita, Hera y Atenea. Eris solo estaba aburrida. Aburrida por dioses como Apolo que siempre se salían con la suya. "Mi sol no tocará tus dominios" Le dijo con el mentón alzado y esa voz melodiosa. Todos estuvieron de acuerdo, pobre quien se atreviera a contradecir al bastardo de Zeus. Eris miró los desiertos grises que reinaba, donde los pocos árboles que se animaban a crecer, eran de ramas negras y frutos venenosos. Ni hombre ni animal habitaba esos páramos, la diosa estaba sola en la oscuridad. Allí donde todos le daban la espalda.

Eris había obtenido sus pequeñas venganzas. Contra Hera y Atenea. Sabía que ese mortal terminaría eligiendo a Afrodita. Sabía la guerra que se entretejía en el mundo mortal gracias a ello. Y, si de paso podía quemar un poco al mismísimo Zeus, no perdería la oportunidad. El Juego de la Manzana ya había concluido, la sangre se había secado en sus manos y era hora de revivirlo. Tenía al dios perfecto para que se enrede en ello. Tan solo hacía falta una mortal y una pequeña mordida de una manzana dorada.

—Nadie puede enterarse de esto —declaró Hipnos con mirada severa—. Podríamos ser martirizados.

Los brazos de Eris se cubrieron de humo negro mientras rodeaba al dios del sueño como una pantera a su presa.

—Solo una mordida —musitó dejando la manzana en su mano—. Y su don será mío.

—¿Cómo puedes estar tan segura de que no lo verá venir?

—No puede predecir algo que no acontecerá en la vigilia. Nadie te atrapará, Hipnos. Tienes mi palabra. —Trazó una cruz en su pecho, luego mordió su labio—. Un toque más.

Puso su dedo en la manzana y el color dorado se volvió rojizo y corriente. Apolo no podía sospechar nada. Hipnos suspiró y guardó la fruta. Una puerta al mundo onírico se abrió frente a él y se despidió de Eris con solo un asentimiento de cabeza.

El Juego estaba por comenzar, y la diosa de la discordia estaba deseosa de algo de caos.

La Maldición de CasandraDonde viven las historias. Descúbrelo ahora