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- Deje de llamarme de una manera tan cercana, no somos nada.

- Acabo de salvarla de ser descubierta por los buitres que ahí allí dentro.

El carruaje iba más lento de lo que esperaba Evelyn. Después de aquella charla en la calle, Gilson y Eve no se dirigieron la palabra, al contrario, mantuvieron las miradas conectadas a una cercanía poco prudente. Bristol estuvo a punto de caer rendido con esos labios que lo llamaban, lo tentaban... Sin embargo, su carruaje llegó a tiempo para que no cometiera ninguna locura y en la oscuridad de su interior, él enfrente de ella, podía sentir el acelerado pulso de la pequeña Evelyn. Se notaba lo agitada que estaba después de aquel tenso momento donde ambos se dieron cuenta de que, a pesar de todo, se deseaban y de eso Gilson no tenía duda ninguna.

- Será mejor que me deje en la esquina, no es adecuado que pare enfrente de mi casa.

- ¿Le molesta que descubran que se ha escapado? O ¿además que la descubran llegando conmigo?

- Mi padre se volvería loco y si se debe enterar, que sea por el primer motivo, no porque usted haya estado involucrado.

- No lo estoy por gusto. Protejo su honor.

- Y se lo agradezco, pero si pretende que este siga intacto debe de dejarme donde le dije.

- Con una sola condición Evelyn.

- Le dije que no me tratara así.

- Disculpe mi Lady, pero creo que hemos tenido los suficientes encuentros como para poder tutearla.

- Pues no lo quiero.

- Lo quiera o no, no voy a dejar de ser yo mismo, por lo que debe de conformarse con lo que le toca. – Vio sus ojos brillar y tuvo que aguantar el aliento para no soltar un suspiro. Estaba volviéndolo loco. – Sé lo que siente cuando estamos juntos y no es la única. Deme la oportunidad de acortejarla como el conde Kinghorne. No es justo que todos puedan tener una oportunidad y yo no.

- ¿Es necesario que le repita el por qué no puede tenerla?

- Es usted mayor para decidir si darle su corazón a ese iceberg o a otro hombre.

- Soy una mujer que no es libre en palabra. Mi padre, al igual que todos los Lores con sus hijas en esta sociedad, son los encargados de forjar los matrimonios. Si fuera por mí, no me casaría con ninguno de los que piden mi mano.

- ¿Y si fuera yo quién la pidiera?

Eve se quedó sin palabras al escuchar aquella propuesta. La tensión volvió a palparse en el ambiente, dentro de aquel pequeño espacio oscuro.

- Evelyn, si fuera yo quien tuviera esa oportunidad... ¿Serías capaz de dármela?

- Mi padre no le dejará tenerla.

- Hablo de usted. – Sus ojos se conectaron en la penumbra. – Tiene razón la gente al decir que los ojos son el espejo del alma. – Susurró.

- Lord Bristol, ¿qué pretende con todo esto? Ya no comprendo nada de lo que estamos hablando.

- Todo se resume en dos cosas, cariño. Una, usted es merecedora de un lugar mejor que el que le ofrece el conde Kinghorne y cualquiera estaría dispuesto a dárselo; yo el primero. – Hizo una pausa y se inclinó hasta apoyar sus codos en sus rodillas, teniendo el rostro de Evelyn más cerca de lo demás. – Y dos... Usted está dispuesta a recibir todo lo que yo puedo ofrecerle, empezando por resolver todas las dudas que cada día le hacen ser como es.

- ¿Y cómo soy?

- Una joven deseosa de descubrir los placeres que la vida es capaz de dar. – Con su mano acarició la mejilla de Eve y con ello, una electricidad lo recorrió de arriba abajo. – Y yo estoy dispuesto a enseñarte con pelos y señales cada uno, sin dejarme nada atrás.

El susurro de una caricia #1Donde viven las historias. Descúbrelo ahora