《 diez 》

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La noche del cuarto día de vacaciones en aquella hermosa playa de aguas claras y arena lisa, donde la pequeña adolescente de dieciséis años esperaba tener una caminata junto a su novia, tomadas de la mano y mirándose con amor, surgía de manera totalmente distinta.

Lisa se encontraba en las penumbras de la cabaña, sentada y abrazada a sus piernas sobre la cama de su habitación y la de su novia, llorando de forma desconsolada desde hacía casi más de dos horas, desde que su amada Jennie le había gritado y se había marchado hacia quién sabe dónde, pidiéndole que no le siguiera.

Aquella chica, Rosé, era la culpable de todo. Lisa se reprendía a sí misma y odiaba por aquel día que llegaron al lugar, por haber aceptado entregar su número y compartir mensajes con la dicha castaña, pues, cuando Jennie descubrió los mensajes, se alteró de gran manera, y entre tantos regaños e insultos, mencionó algo referente a su relación con aquella chica, y eso fue lo que le hizo caer en cuenta de todo: Rosé era su ex-novia. Esa de la cual Jennie guardaba su foto en un retrato impecable e intacto, y quien sabe cuánto otros más, esos por los que Lisa se sintió poca cosa. Y en esos momentos no dejaba de pensar en que la mayor podría estar llorando o pasándola mal también por el estado en el que le vio salir, pero no por ella, sino por Rosé.

Su llanto no cesó hasta que, debido al cansancio, sus ojos se cerraron y cayó ante el sueño. A la mañana siguiente, sintió una fría brisa causarle escalofrío en su piel. No sintió el calor de su novia de siempre en las mañanas, porque al parecer esta aún no se había aparecido ni en la habitación, ni en la cabaña. Su mente se abrumó en preocupación y aún sin desayunar ni enjuagarse salió en busca de Jennie, sin tener idea realmente a qué lugar recurrir. Pero entonces le vio. Aquella cabellera castaña a pocos metros, hablando animadamente con un señor de ventas, e inmediatamente fue con ella.

—¡Lisa, hola! —saludó sonriendo ampliamente. Lisa mordió su labio inferior al percibirse de lo hermosa que era, envidiándole—. Justo iba de camino a verte porque...

—¿Dónde está Jennie-eonni? —le interrumpió abruptamente al preguntar, de pronto molesta. Rosé abrió sus ojos en respuesta antes de volver a entrecerrarlos al sonreír.

—Era por eso que iba a buscarte —cantó y tomó su mano para guiarle, haciéndole sentir asqueada.

No caminaron mucho para llegar a la cabaña de la castaña, un poco más pequeña que la suya. Al entrar, Lisa corrió y sintió sus ojos humedecerse al ver a su novia recostada en la cama de la habitación de Rosé, en buen estado y durmiendo plácidamente, tan hermosa como siempre le gustaba verle cada mañana. Apretó los puños al advertir que esa mañana no había sido ella, sino otra quien vio su bello rostro al amanecer.

—La traje aquí anoche, ya que no sabía dónde se estaban quedando —la voz de Rosé le hizo salir de su trance y voltear. Esta le miraba desde la puerta, con sus brazos cruzados y recostada al marco de la misma, viéndole con un semblante tranquilo—. Estaba en un bar con mis amigos, y cuando la vi no podía siquiera caminar sin agarrarse de algo por lo ebria que estaba. Cuando la traje, me gritó cosas que no logré entender, y tiempo después se quedó dormida —contó. Lisa miró a su novia una vez más, analizando los hechos que Rosé le contaba—. De verdad se veía mal... ¿Sucedió algo entre ustedes? O tal vez es porque yo...

—¿Qué quieres de ella? —preguntó Lisa, nuevamente, interrumpiéndole. Atacándole con tono venenoso que utilizó.

—Nada, Lisa —afirmó con seguridad, más aun sin lograr convencer a la menor, que se quemaba en celos y odio.

—¡¿Qué demonios quieres de ella?! —Gritó enfurecida, acercándose peligrosamente a la castaña, quien mantuvo su postura serena.

—No quiero nada de ella, Lisa, entiende, yo sólo...

—¿Por qué estás aquí, Rosé? —Cuestionó menos exaltada ahora que estaban mucho más cerca.

—Por ti.

—¡No trates de engañarme! ¡¿A qué rayos viniste?! ¡¡Aléjate de nosotras!!

Lisa se había dejado llevar por todos esos sentimientos que poco a poco se fueron acumulando entre aquel día del retrato, otros más, de la noche anterior y ese mismo día, haciendo que explotase de nuevo en cuanto Rosé mencionó querer 'ayudarle' y le jaló del cabello de forma brusca y agresiva, sacudiendo su cabeza un par de veces, pero Rosé fue mucho más hábil en el momento y sin mucha lucha le hizo soltarle, y a la vez, le cacheteó de tal forma que le hizo tambalear y caer de trasero en el piso de madera de la cabaña. Los ojos de la rubiecilla llenos de lágrimas amargas.

—Sé que ustedes dos no deben llevar una relación sana, Lisa —habló de nuevo la castaña, sin cohibirse ante la mirada en llamas de la menor.

—No es así —sollozó.

—Sí lo es. Yo lo sé, lo sé porque una vez ocupé tu lugar al lado de Jennie, y sé que ella es capaz de tales cosas como el asesinato con tal de...

—¡Cállate! —Lisa volvió a irrumpir, ajena a la realidad en las palabras de Rosé. Cabizbaja, y frotando su mejilla anteriormente bofeteada, habló con un tono más bajo—. Tú no lo entiendes, tú nunca la amaste como yo lo hago, así que no hables sin tener siquiera una idea de nosotras, y... por favor, déjanos en paz.

Esa fue la última frase de su discusión. Rosé salió de la habitación sin decir nada, dejándole sola junto a su amada para que así pudiesen regresar en cuanto esta despertara, lo cual sucedió casi una hora después, que Jennie abrió sus ojos debido a los roces que Lisa proporcionaba a su mano con sus dedos entrelazados. La menor sintió su mundo volver a la vida al tener de nuevo sus ojos sobre los suyos, los cuales volvieron a llenarse de lágrimas que no se permitió soltar.

—¿Qué hora es, Lisa? —preguntó la mayor al incorporarse en la cama, soltándose del agarre de su novia de forma sutil para acomodar su cabello.

—Cerca de las nueve, eonni —informó sin apartar su mirada de esta.

—Me duele la cabeza —se quejó, frotando sus cienes, y entonces Lisa ofreció su mano para ayudarle a levantarse.

—Vamos a nuestra cabaña, eonni, tienes que darte una ducha y después haré sopa para la jaqueca —Jennie le sonrió y cedió, poniéndose de pie para pasar su brazo por los hombros de su pequeña.

—Gracias, bebé.

Así que, pronto salieron de la habitación, y Lisa agradeció no haberse encontrado con Rosé en ninguna parte del camino, pues su corazón aún ardía por todas las emociones a las cuales se enfrentó esa mañana. Al estar de nuevo en su estancia, la de cabellos negros entró a la ducha, rechazando su ayuda puesto que aseguraba encontrarse mejor, y así pues, Lisa se dispuso a preparar algo para bajar el dolor de cabeza de su novia. El tiempo entonces transcurrió bastante lento, y su mente no hizo más que divagar en lo acontecido, en preguntarse cuáles eran las intenciones de Rosé, y cuál era el pesar de Jennie, qué sentía por ella, porqué se hubo puesto tan mal al enterarse de que Rosé se encontraba en el mismo lugar que ellas luego de haber pasado muchos años en Estados Unidos, como se lo mencionó una vez. Pero las respuestas se tardaron mucho en llegar y pronto escuchó su nombre ser llamado por la dulce voz de su novia, a la cual acudió llevando lo que había preparado.

Jennie le recibió con una sonrisa y un casto y suave beso en los labios, viéndose más despierta luego de haberse duchado, con su cabello aún húmedo y la fragancia del jabón de vainilla endulzando su olfato. Sirvieron todo en la mesa del comedor, y se dispusieron a comer, para sorpresa de Lisa, su novia estaba realmente hambrienta y la mayor parte fue devorado por ella.

Lisa miró de reojo a su novia mientras bebía de su jugo de naranja y entonces se encontró a la mayor viéndole de una poderosa manera, con tal dulzura y amor en sus pupilas, que alborotó todo en ella y le hizo tocer pese a ser tomada por sorpresa, lo cual ocasionó una risa divertida en la mayor, y una sonrisa tímida en ella.

—Sabes que te amo, ¿verdad, bebé? —musitó con total suavidad y sinceridad.

—Lo sé, eonni.

—¿Y mi bebé me ama a mi? —preguntó con una amplia sonrisa, la cual Lisa no pudo corresponde del todo.

—Y-yo también te amo, eonni —murmuró, pero aún con un volumen que Jennie fue capaz de escuchar, y sin notar la inseguridad en su hablar.

Porque Lisa en ese momento dudó. Dudó del amor que le prometía Jennie, y asimismo, del que ella sentía también.

Sins | JenlisaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora