Allí sentada en el césped, la suave brisa marina movía mis ondas castañas, mis ojos cafés cerrados imaginaba escenas. Pequeñas ilusiones muertas con el paso de los años, volaban a través de mi imaginación. El lejano sonido de las olas rompiendo en las musgosas rocas de una playa remota, el sonido de las hojas de la pradera y el sonido del collar de un perro contaban una de las más hermosas historias jamás contadas. Me levanté del césped y me dirigí a la chirriante puerta del jardín trasero. El traje blanco con florecillas es empujado por la brisa al igual que mi corta melena. Caminé por la floral pradera hasta llegar a un caminito estrecho de tierra y piedras que llevaba a una playa de arena rubia. En el cielo planean gaviotas en busca de comida, algunas simplemente volaban. A medida que caminaba, las pequeñas hierbas iban desapareciendo, la marrón tierra iba transformándose en una suave y amarillenta arena.
Me deshice de mis zapatos abiertos, siendo mis pies recibidos por esa masa de arena caliente, proseguí caminando a lo largo de la tranquila playa, cerca de la orilla. Mis pies eran mojados por el agua de las olas. La playa estaba completamente desierta a excepción de mi. En mis manos cargaba una pequeña libreta de bocetos y un lápiz viejo. Mis ojos recorren la playa en busca de una buena localización para sentarse a dibujar y disfrutar de la brisa. Me detuve extrañada delante de una gran roca grisácea. Una tabla Blanca reposaba en aquella roca tan peculiar, a su lado, una mochila. Busqué con la mirada al propietario, pero no había nadie por los alrededores.
La tabla llamó mi atención, pues siempre me había interesado aprender a hacer surf. La imagen de la tabla y la mochila reposando en la roca me maravilló, esa imagen es tan sencilla, pura. La amé. Me senté un par de metros hacia atrás y comencé a dibujar. Mi lápiz se desenvolvió delicadamente por el papel dando caricias, sombras por aquí, otras por allá. Conseguí terminar el boceto en un par de minutos, era sencillo sin mucha complicación, pero para mi era maravilloso.
Unas ondas rubias como sol asomaron por un lado de la grisácea roca. Me levanté de
la arena dejando el lápiz y el cuaderno donde estaba sentada. Pude alcanzar ver a un chico rubio con tatuajes en el cuello, lleva puesto un neopreno azul cielo y blanco hueso. El chico se acerca lentamente interrogandome con sus ojos azules y verdes. Se dirigió hacia la mochila, la abrió y sacó una camiseta blanca arrugada de tiros, unos pantalones vaqueros negros y lo que parecía ropa interior.
Mientras yo lo seguía con la mirada admirando como se quitaba su neopreno azul y blanco, dejando ver su torso bien cuidado y lleno de tinta negra que formaban preciosos dibujos. Volvió a mirar en mi dirección pero esta vez con algo de picardía en sus ojos.
Te importa mirar a otro lado. Yo se que no estoy mal y que te interese ver mi pistola, pero ahora mismo tengo un poco de prisa.- dice mostrando su perfecta sonrisa desbordada de picardía.
Dios mío qué vergüenza pensé, la sangre me subió a los mofletes. Quería que se
abriera un agujero en la arena y desaparecer por este. Ahora parecía un tomate con los ojos como platos por lo que me acaban de decir, me giré sobre mis talones cogí mis zapatos y sin formular una sola palabra desaparecí de su vista lo más rápido que pude. Volví a recorrer el mismo camino de antes llegando a una Casa Blanca de dos plantas, bastante grande. Entré y me dirigí á mi pequeño refugio, mi bella floral habitación. Atenea mi pequeña husky de un par de meses me recibió dando saltitos de alegría.
El resto de la tarde me la pase acostada en mi esponjosa cama leyendo un libro, La belleza del mundo.
La casa estaba en un silencio ensordecedor, mis padres estaban trabajando, mi hermana Nora estaba en casa de su mejor amiga Tayri y mi hermano Ilias vive en Grecia junto con la familia de mi padre. Por lo tanto en casa solo estaba mi pequeña Atenea y yo. Me daba un poco miedo estar yo sola en casa, porque mi mente imaginaba cosas escalofriantes y escabrosas por eso muchas veces llamaba alguna de mis amigas o salía al jardín a leer allí, pero no se que me da más miedo si estar dentro de mi casa sola asustandome de cada ruido que escucho o estar en el jardín trasero mirando el pinar donde las sombras de sus copas crean el efecto óptico de una persona mirándote a lo lejos. Al final me puse a estudiar filosofía y a terminar unos ejercicios de griego clásico que mandaron para el día siguiente. Todo estaba tranquilo y oscuro afuera lo que implica que ya es de noche, miré el reloj de mi móvil, las 10:30. En la planta baja comenzaron a escucharse unas voces y unos ruidos extraños. Será un asesino, quizás son ladrones, o son demonios pensaba, cogí a Atenea, apague las luces y nos escondimos bajo las mantas de mi cama. Escuchaba pasos, unos suaves y otros fuertes, cada vez más cerca. Por un momento los pasos se detuvieron enfrente de mi puerta, el corazón quería salirse de mi pecho, mi cuerpo comenzó a temblar y a sudar por el miedo y el calor que tenía. Atenea comenzó a ladrar y yo intenté que se callara pero no me hacía caso. La cachorra salió de debajo de las mantas y saltó de la cama. Genial ahora el demonio, el asesino o ladrón te harán daño Atenea, la puerta se abrió y la perrita paró de ladrar, Mierda.
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La Sonrisa Del Mar [PAUSADA]
Roman d'amour- Joder Mar, tienes la sonrisa más bonita del mundo.- dice acercándose peligrosamente a mi.