Parte M

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Candy, durante el día, había recibido la visita de su hermana amiga Annie, la cual al segundo de verse, se le dijo emocionadamente:

— Annie, no vas a creerlo. ¡Voy a casarme!

La morena ojo azul, mirando la manera en que sus manos eran sujetas, sonrió con la rubia a la que le compartieron:

— ¿Ah sí? Pues no eres la única

— ¿A qué te refieres? — hubo inquirido Candy,

— ¡Que yo también voy a casarme!

— ¡¿En serio?! —, los ojos verdes de la rubia expresaron verdadera sorpresa; en cambio, los azules.

— Candy — la recriminaron, — vamos a hacerlo juntas.

— ¡¿En serio?! — volvió a expresar la joven White.

Esa actitud hizo que la señorita Brigther reflejara consternación y preguntara:

— ¿Estás bien? Tienes un poco de fiebre —, la morena había colocado su mano en la frente blanca de la rubia que dijo:

— Excelente, sólo que...

Tomadas de una mano, las dos jóvenes se condujeron al interior del hogar.

La sala, por seguir siendo ocupada por los niños, no pudieron usar, sino...

— Tenemos que seguir con la decoración de la capilla. ¿Terminaste con las flores?

— Honestamente... no — dijo Candy siguiendo el camino que su hermana de crianza llevaba.

Al arribar adonde se celebraría su unión, Annie, habiendo soltado a Candy, se dirigió hacia una mesa donde efectivamente el arreglo se había quedado pendiente.

Divisado sí lo que ya había colgado, Candy se acercó para prestar atención a las flores que estaban a su encargo.

Al verlas, la joven White se asombró al acordarse de que esa labor manual la había aprendido de una enferma que trabajara para el teatro, y que fuera precisamente la mamá de Charlie, el amigo de infancia de Terry y por éste presentados.

Sorprendida, la futura novia tomó el papel y comenzó a hacer una flor, que posteriormente, puso en la oreja de su hermana, a la cual halagó:

— Te verás hermosa vestida de novia.

— No más que tú.

El ramillete que la morena tomara se lo entregó a Candy, que divertida, se hizo del brazo de Annie y la jaló para caminar como comúnmente lo hace una pareja yendo hacia el altar.

Ahí, la rubia, habiendo fingido una ronca voz, dijo:

— Señorita Annie Brighter, ¿acepta usted a Archibald Cornwell como su esposo?

— Sí, acepto — respondió la novia que oía de la otra que siguió de cómica:

— Y usted, ¿Terry Granchester acepta por esposa a Candice White? —, siendo inmediata la respuesta de la misma Candy y que consistió en: — ¿Te imaginaste esto, Annie?

— ¿Qué, Candy?

— Tú y yo, a punto de casarnos, y con... ellos.

— ¿Y por qué no? Tú llevas años comprometida con Terry y...

— ¿Años dices?

— Bueno, después de aquel horrible evento que provocara Eliza, tú y él formalizaron su relación y se prometieron a que hasta este punto llegarían.

— ¿Entonces...?

— ¿No lo recuerdas?

— Lo de Susana sí, pero...

— ¿Susana? — inquirió Annie. — ¿Quién es Susana?

Candy, por los siguientes instantes permaneció callada para preguntarse lo mismo.

— ¿Susana?

— Sí, ese nombre dijiste.

— Pues no —, la rubia hizo esfuerzos por pensar en aquella, sin embargo, fracasaba: — No sé quién sea.

— Entonces, ¿por qué la nombraste?

Pensándolo, y con ramillete en la mano, la joven White caminó de nuevo hacia la mesa para dejarlo, y volver a tomar un pedazo de papel y hacer una nueva flor.

Annie que la siguiera, la vio negando con la cabeza y confesando:

— No. Ni idea tengo por qué dije ese nombre. ¿La conoceríamos en algún determinado lugar?

— Al menos yo no — aclaró la morena.

— Ni yo tampoco. ¿Qué haremos? — preguntó la rubia olvidándose así del asunto, y oyendo de su hermana:

— Tú las flores porque todavía nos faltan las cadenas de la parte trasera; mientras que yo iré por los pequeños que serán nuestros pajes y practicar con ellos nuestras entradas nupciales.

De esa manera, entretenidas, las jóvenes pasaron el resto del día.

Al atardecer, Archie fue por su novia, no perdiéndose la oportunidad de saludar a la gran familia, ni mucho menos a su querida prima, con la cual enviaba saludos al novio.

No sabiendo en verdad de él o de su ubicación, Candy usaba lo leído en su carta para decir:

— Pronto estará aquí y podrás saludarlo en persona.

— Por cierto, Albert me ha informado que también pronto estará con nosotros.

— ¡¿De verdad?! — la rubia proyectó felicidad. — Me dará mucho gusto verlo.

— Ya lo creo. Todos no lo vemos desde el Colegio.

— ¡¿En serio?!

— Así es. Ahora, entra a casa —, al estar afuera por ir acompañarlos, — y nos vemos después.

Con la noticia reciente y con el anhelo de verlos, Candy ingresó a su hogar, donde los niños se disponían a darse su respectivo baño para después reunirse a cenar.

Debido a la emoción, la rubia se dispensó y fue a su recámara para seguir ordenando algunas cosas; y posteriormente dormir, soñar y despertarse al otro día con una grata sorpresa.

OTRA NAVIDAD EN EL HOGAR DE PONYDonde viven las historias. Descúbrelo ahora