Un último quince de marzo

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«Darcy... Perdóname.

Realmente tenía deseos de soñar con una vida feliz a tu lado. Quería estudiar, trabajar, ser siempre tuya. Quería creer que todo eso era posible, pero ya no puedo... No puedo levantarme todos los días sabiendo que serás lo único bueno en mi día y ya ni siquiera nos vemos seguido... Te extraño, extraño a mis amigos y a mi madre... ser la persona de la que te enamoraste. Discúlpame, pero me duele recibir todos los días los golpes de mi padre, que traiga a casa a una mujer diferente a diario, estar estancada, no tener dinero y no progresar... que tú seas lo único bueno... No debería ser así.

Apenas me he dado cuenta de que sí... Te amo, Jake. Y amé cada maravilloso segundo a tu lado... Lo sé porque me imaginé siempre contigo y sonreí. Me has hecho tan feliz... Gracias por todo... Supongo que no todas las historias terminan como quisiéramos...

¿Podrías imaginar que el aire que golpea tu rostro... soy yo? Por favor... Déjame ser motivo de tus suspiros una vez más,... ser libre...

Te amo, Jake

Tuya siempre

Angel, Libertad»

La lluvia caía con fuerza, ya todos me habían dejado en la oscuridad del cementerio. No los culpaba, hacía demasiado frío para seguir leyendo un mismo epitafio. Y es que todo había sucedido tan rápido... Supongo que amarrarse una soga al cuello es menos escalofriante que vivir con el miedo a jamás ser enteramente feliz.

—Angélica, yo no pude hacerte feliz. Nuestro amor no fue más fuerte que el dolor, no fui tu esperanza ni tu luz, no fui tu salvador... —susurré mientras las frías gotas de agua recorrían mi rostro y pegaban mis mechones de cabello a mi frente—. ¡Pero tampoco tiene sentido! ¡¿Por qué, Angélica?! ¡Decidiste terminar con esto sin preguntar mi opinión! —grité apretando mis puños—. ¡Yo quería ir contigo hasta el final! Pero la culpa fue mía por quererte más de lo que debía. ¿Y si nos hubiésemos conocido en otras circunstancias, habría sido mejor? ¡Yo te necesito! ¡Te necesitaba! ¡Te quería! ¡Te amaba, maldita sea! —Miré la tumba frente a mí con un intento de odio en los ojos pero me di cuenta de que no podía culparla. Era demasiado cruel de mi parte gritarle en ese tono.

»Angel, libertad,... vuelve... —supliqué con un hilo de voz—. Vuelve a reír a gritos, baila torpe conmigo, conversemos de madrugada, vuelve a besarme, sonríeme y dime que sí... hay esperanzas aún... Vuelve a alegrarme el día, déjame tomar tu mano y abrazarte una vez más... ¡Había tanto que quería decirte! —exclamé y solté un sollozo que desgarró mi garganta y vació un hoyo en mi pecho—. Angel, no te vayas... Vuelve a escucharme, déjame ayudarte, quiero hacerte feliz... Aunque el miedo muerda y el frío queme... Todavía existía fuego en tu mirada...

Y lloré... lloré como nunca antes lo había hecho, susurrando su nombre mil veces, abrazando su tumba, repitiéndome que quizá... valió la pena para mí pero no para ella.

***

Un día cualquiera después, revisaba algunas obras de Dumas en la sección de clásicos cuando tomé entre mis manos "Los tres mosqueteros" y una muchacha de largo cabello rubio con las puntas pintadas de verde, pantaloncillos cortos y rasgados, además de una camiseta con el estampado de los Rolling Stones, se me acercó y mirando el libro que sostenía dijo:

—Los tres... ¿mosqueros? ¿De moscas?... —Se acercó más a mí permitiéndome sentir el fascinante de su cabello—. ¡Ah, no! ¡Mosqueteros! —Rió.

"Angélica,... ella reía igual que tú."

Cierta conocidaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora