En Navidad no existen las medias tintas. Puedes amarla y mirar el mundo a través de ella durante un tiempo que crees insuficiente o puedes odiarla y contar los días para que el mundo vuelva a su forma natural, sin luces ni decoraciones estrafalarias dominándolo, y con una cuenta bancaria que ya no reluzca por sus números rojos. Pero, si algo tenemos claro, es que todos partimos del primero de los extremos. Nadie que la detesta nació detestándola; la ames o no la ames, un día la quisiste de una manera desorbitada, tanto que no entendías por qué diciembre duraba tan poco. Porque de niño todo se vive con una intensidad que solo el tiempo es capaz de apaciguar, de quebrarla en mil añicos para que no puedas reconstruirla o para que, si lo haces, nada sepa igual.
La Navidad es bonita, sí, pero se esconde detrás de un velo que cuando los años pesan a veces es difícil de retirar. Y cualquiera que se colara en el piso de aquella calle abarrotada de Madrid aseguraría que ninguno de sus inquilinos se había animado a levantar dicho velo, que eran de ese gremio de la sociedad que había aprendido a desamar la Navidad. Ni abeto artificial con una infinidad de bolas multicolores, ni portal de Belén, ni muñequitos de cualquiera de los tamaños decorando cada rincón de la casa, ni duendes, ni botas navideñas con sus nombres grabados en la tela... Ni rastro de la época tan aclamada por la que transitaban, tan solo era un hogar sin resplandores apabullantes alrededor, uno muy típico de cualquier mes del año que no fuera ese.
El calendario pegado al frigorífico de la cocina indicaba el día trece de diciembre y Samantha, sentada en una de las butacas de la pequeña barra americana, observaba cómo Flavio tachaba el doce del mismo mes y rellenaba lo dispuesto para el día de hoy. Con una letra pequeña y asquerosamente bonita anotó: ver las luces de Navidad. Gracias a que llevaba las gafas puestas alcanzó a leerlo con claridad y, a pesar de que su novio no había compartido con ella la intención de realizar ese plan navideño, no objetó nada más, tan solo mojó la magdalena en el descafeinado que se estaba tomando y...
-Joder...
Cuando estaba a punto de hincarle el diente a esa irresistible bollería que ella misma había cocinado, el pastelito se deshizo de una vez y cayó dentro de su bebida, salpicándole la cara. Odiaba sobremanera que ocurriera eso, pero es que odiaba aún más lo que sucedería después.
-Pásame una cuchara, Fla -le pidió.
El chico acató sus órdenes y dejó sobre la barra americana una cuchara, pero no era la cuchara, su cuchara, la cucharilla que utilizaba siempre para el café porque era una maniática de tres pares de cojones. Cucharilla que Flavio no desconocía. ¿Pero qué hacía dándole una diferente?
-¡Flavio! -exclamó en un tono infantil, pero sin dejar de sonar malhumorada. Él, que seguía clavado al calendario como si hubiera un sinfín de cosas que realizar ese lunes cualquiera, se dio la vuelta en el acto.
-¿Qué?
Le mostró la cuchara mientras alzaba una ceja más que la otra, semblante que a pesar del tiempo seguía enterneciendo a su novio.
-Esta no es mi cuchara.
-¿Me vas a hacer fregar tu cucharilla?
Pues nada, tomar ese descafeinado con una cuchara que no fuera la suya era sinónimo de empezar el día con el pie izquierdo. Rezongó y se terminó el desayuno entre suspiros desesperantes y un mal presagio por el día que se le venía encima, que no era más de lo que Flavio había anotado en el calendario. Dejó la taza y la cuchara indeseada sobre el fregadero (junto a la deseada) y volvió a releer lo que había escrito el chico: ver las luces de Navidad. A ese plan le seguían otros tantos más domésticos: ir al super, poner la lavadora de color, ¿ir al gimnasio? Y esa interrogación enseguida tuvo respuesta: una gruesa línea de boli bic sobre ella se encargó de borrarla del calendario. Ni de coña iban a ir al gimnasio...
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All I want for Christmas is... you
Фанфик¿Qué sucede cuando lo más bonito de la Navidad tiene muy poco que ver con ella? ¿Acaso es eso estar enamorada? ¿Que te importe más con quién compartirla que su llegada? ¿Sentir que sobran los regalos si hay dos brazos que te envuelven? Quizá sí. Sí...