De noche, Madrid era el hielo personificado, era lo más parecido a estar en el Polo Norte, aunque ninguno de los dos hubiese pisado nunca aquellos lares, pero podían imaginarlo bajo unas temperaturas tan gélidas. El reloj ajustado a la muñeca de Flavio tan solo marcaba las seis y media de la tarde, hora en la que la oscuridad de la noche absorbía la ciudad y miles y miles de curiosos transitaban las principales calles de la capital en busca de regalos o, como en el caso de ellos, a la espera del ansiando encendido de luces.
Uno de los mayores inconvenientes de la Navidad, y en época postpandemia lo es aún más, es la aglomeración de personas por dondequiera que vayas. Es asfixiante y agotador, es capaz de consumir las ganas de salir tan siquiera a la esquina. Por eso, los ánimos de Samantha iban menguando a medida que avanzaba por esas calles abarrotadas de personas con andares desbocados y desenfrenados, como si el mundo fuera a acabarse y tuvieran que buscar un refugio de inmediato para salvarse. Con Flavio a su lado muchas veces tenía esa sensación: que todo a su alrededor iba a desmoronarse y a ella le importaba una mierda. Porque estaba él, ahí, entrelazando sus dedos entre los de ella, guiando sus pasos hacia una dirección que ya había olvidado por estar observándolo a él, abriéndose entre la multitud de gente que lograba agotar su dosis de sociabilizar.
Y eso exactamente ocurría ahora.
La mano izquierda de Flavio se encajaba en la suya a la perfección, cerrada en un puño que atrapaba la palma de su mano con fuerza para que no se le escapara y acabaran desperdigados entre el gentío. Él se adelantaba, lideraba el andar apresurado que trazaban en el corazón enloquecido de Madrid, buscando cualquier mínimo hueco entre la multitud para avanzar con cierta libertad, sin codazos ni empujones inesperados arremetiendo contra ellos. Su pelo ya no permanecía mojado, pero, de igual forma, Samantha podía ensimismarse admirando su belleza, su ceño fruncido por saberse agobiado entre tanto bullicio, su cuerpo erguido y fundido en un jersey estrecho de color beige que la arrastraba con delicadeza sin minimizar su ritmo, su ojos apenas perceptibles por culpa de la iluminación del alrededor que le obligaba a achicarlos... Solo así, solo deteniéndose a apreciarlo, lograba que la ansiedad de un mundo inmerso en el espíritu navideño pasara a un segundo plano. Se calmaba.
-No vamos a llegar -lamentó el chico, de repente, mirando su reloj. -Ya son las y media.
-Las luces no se van a fundir, Flavio. No llegaremos en el momento exacto del encendido, pero podremos verlas.
-Yo quería ver cómo se encendían...
-No es nada del otro mundo, ¿eh?
Detuvo sus pasos, tajante. Se dio la vuelta y descansó su vista en ella en busca de una respuesta que pudiera tranquilizarlo. Y ella pudo descubrir antes de que abriera la boca lo que iba a preguntarle. Estaba claro.
-¿Tú ya las hah visto? ¿Cuándo? ¿Cómo? ¿Con quién? ¿Sin mí?
Y mientras la gente seguía su curso a una velocidad vertiginosa y el reloj seguía contando los minutos, él solo le prestaba importancia a ella y a lo que quería escuchar de su boca.
-Sí, las vi el año pasado contigo, idiota. Y las he visto toda mi vida al igual que lo has hecho tú, idiota. Y no me parece nada del otro mundo, sin más. Son luces que se encienden y mucha gente grabándolas como si fuera lo más bomba que hayan visto en su vida. Luces. Luces, hijo, luces.
Achicó su mirada oscura detrás de los cristales algo sucios de sus gafas, regañándola a través de ella, y continuó con el camino, esquivando a más personas que entorpecían su progreso a lo largo de Madrid. Sus manos seguían unidas y, a pesar de que él le daba la espalda para abrirse paso entre la gente, alcanzó a oír lo que dijo después.
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All I want for Christmas is... you
Fanfic¿Qué sucede cuando lo más bonito de la Navidad tiene muy poco que ver con ella? ¿Acaso es eso estar enamorada? ¿Que te importe más con quién compartirla que su llegada? ¿Sentir que sobran los regalos si hay dos brazos que te envuelven? Quizá sí. Sí...