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GENEVIEVE
He sido distraída y ciega para un montón de situaciones dentro de mi propia vida, sobre todo para asuntos que involucren al romance, porque, aceptándolo, jamás podría darme cuenta de una infidelidad hacia mí. Quizás por eso Aurelia me regañaba tanto, debido a que notaba lo mucho yo misma solía pasar las cosas por alto con tal de no dañar a mi supuesta felicidad.
Cuando era niña, tras que me encontraran llorando perdida a las orillas de la costa y me llevaran a ese mugroso orfanato, yo fingía que sí tenía una familia esperando por mí. Jamás me consideré una huérfana, al igual que los otros niños famélicos que apenas si se animaban a jugar o aprender. Por eso es que me consideraron una niña malcriada, ya que nunca dejé de escaparme o de desobedecer a las reglas de las monjas que afirmaban criarnos.
Mil y un veces me repitieron que yo no tenía padres ni familia alguna.
Y mil y un veces yo los hice rabiar.
Por esa razón me dijeron que estaba loca, demente, que era una niña que se quedaría sin hogar y así habría sido si yo no me hubiese animado a escapar una última vez. Tenía las intenciones de buscar quién era yo en realidad, porque me negué a aceptar la amnesia que me había envuelto en un golpe tras despertar en medio de una playa fría y sucia. Pero, al llegar a Shizelden, mi suerte cambió y, tras acostumbrarme a despertar repleta de hollín, pretendí que ya había encontrado mi verdadero propósito.
Me convertí en una conformista.
Pero, después de que mi nombre fuese parte de los resultados del Catálogo de Selección y fuese traída hasta el Norte luego de pasar mi vida dentro de Ettelhal, conocí un nuevo estilo de vida y un Escarlata que cambió a mi percepción. Admito que es un hombre inusual, porque juraba con vida que los de la Élite preferirían morir antes que perder su título.
Y, por algún motivo, Alexis pretendió ser Isham para acercarse a mí. Yo lo descubrí no por mera casualidad, sino porque ese hombre de ojos ámbar es todo lo que nunca me hubiese atrevido conocer.
...También porque fue muy poco cuidadoso con su identidad. ¿En verdad esperaba que me tragara el cuento de que es un sirviente y no me preguntara qué demonios sucedía con el ausente sultán? Me ofende que piense que soy una verdadera estúpida.
O quizás creyó que, al ser una plebeya, le tendría demasiado miedo y preferiría estar con un sirviente que, con un Escarlata, y como apenas sé escribir y leer, sería ignorante de la monarquía.
Debería estar molesta con él y decirle que ya sé de su pequeño jueguito, aunque la verdad es que no he podido rechazarlo. No puedo, porque me agrada su compañía y me gusta tratarlo sin necesidad de ser formar con él. Me gusta él y yo soy una tonta en cuanto temas del amor se trata, por lo que he decidido que le seguiré la corriente hasta que se anime a hacer algo al respecto.
