/ Capítulo 5 /

9.8K 579 328
                                    

DAREL

Si había algo que debía de tener en cuenta era que no podía apartar mis ojos del cuerpo de Jennifer. De su cuerpo. Era hermoso. Perfecto. Divino. Mucho más de lo que yo había imaginado en mis pensamientos impuros cuando terminaba masturbándome pensando en cómo sería verla encima de mí. Gimiendo mi nombre. Cabalgándome. Montándome.

Desde el mismo instante en el que ella había chocado contra mi pecho, desde que su aroma entró por mis fosas nasales, no he dejado de observarla. De mirarla. De seguir cada paso suyo. Como un psicópata.

Estaba desnuda ante nosotros. Esposada, pero desnuda. Y sí, joder, tal vez no deberíamos esposarla como si fuera una prisionera, pero necesitábamos que estuviera dispuesta para los tres. Queríamos tomarnos nuestro tiempo con ella. Queríamos contemplarla, admirarla. Ver sus curvas, joder.

Ya luego permitiríamos que ella nos mandoneé, que nos dé sus órdenes. Y nosotros, como fieles súbditos que éramos hacia ella, obedeceríamos. Pero por el momento, nosotros queríamos tenerlos. Ella lo tendrá cuando nos cabalgue a los tres. A nuestros tres miembros erectos como una puta torre.

La piel de Jennifer estaba rosada por la excitación. Su cabello rubio estaba despeinado por los movimientos que habíamos hecho hacia ella. Su pecho subía y bajaba, respiraba con irregularidad. Sus ojos no se apartaron de mí, mirándome con intriga y sorpresa.

Miré sus pechos, no eran grandes, pero tampoco pequeños. Pero de igual forma, sea el tamaño que sean, sabría que serían perfectos. Eran hermosas. Preciosas. Las había tocado, las había lamido. Y me sentí en el puto paraíso mientras lo hacía. Su sabor me deleitó, de tal forma que no quise dejarlas nunca.

—¿Sabes qué es una tonfa, Jennifer? —pregunté. Con una sonrisa pícara.

Jennifer tenía las piernas separadas, y mis ojos no pudieron evitar dirigirse a su feminidad. Tenía unas inmensas ganas de frotar mi maldito miembro duro—que, por cierto, ya me estaba doliendo como nunca— contra su intimidad. Y odiaba a Archer por haber logrado ello. Él había hecho lo que yo estaba esperando por cinco putos años.

—¿Qué...qué es una tonfa...?—dijo Jennifer.

Jail soltó una carcajada.

—Entre tonfas y tonfas, el semen se agota—Jennifer alzó una ceja sin entender—. Uy, bueno. Olviden eso.

Yo solo rodeé los ojos.

—Dijimos que la pistola solo sería para lubricar, Jennifer—dijo Archer dirigiéndose a la mesa y abriendo nuestra mochila para sacar la tonfa—. No mentimos cuando dijimos ello.

Archer se acercó para darme la tonfa. La agarré y miré a Jennifer con diversión.

—¿Lista para volver a abrir las piernas?—pausé por unos momentos mientras me dirigía hacia ella y besé su piernas. Y acto seguido, sonreí.

Podría masturbarme con el olor de Jennifer todo un año, y no me saciaría nunca.

—¿Qué...qué vas a hacer con ello?

Toqué su pierna con la tonfa, ella se endureció al sentir el metal rozar contra su piel.

—Nada malo. Nada que no te guste, Jennifer—susurré separando lentamente sus piernas con la tonfa. La respiración de Jennifer era agitada y ver cómo sus pechos subían y bajaban, me ponían más duro que una puta roca. Traté de mantener mi compostura—. Dime, Jennifer. ¿Sabes cuánto mide una tonfa?

Ella se quedó en silencio. Jail soltó otra pequeña risa.

—No te asustes, Jenny, pero mide sesenta y un centímetros. No es nada peligroso como para tener miedo ¿a qué no?

Suspiros enrejados (+18)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora