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Londres, 6 de mayo de 1841.
En el 4 de Whitehall, el inspector de la Policía Metropolitana ―más conocida como la Policía de Peel o Scotland Yard―, Horatio Montgomery, se sentaba frente a su diminuto escritorio en su más diminuta y espartana oficina. Estaba cansado. Sacó su reloj de bolsillo y miró la hora. Su turno llevaba seis horas y faltaban seis más.
Se refregó la cara, y desordenó sus cabellos ígneos y ondulados. Estaba harto.
«¡Hasta cuándo tengo que insistir que nadie debe tocar nada en el lugar!», bramó en su interior. Había tardado demasiado tiempo en hallar un indicio que fuera provechoso, pero ya se encontraba en un nuevo callejón sin salida para resolver esa ola de robos en Petticoat Lane.
Muchos de sus compañeros eran unos ineptos. Estaba seguro de que perdían pistas preciosas por su negligencia. Entraban en tropel, movían objetos, pisaban sin cuidado, no contenían a los curiosos.
Entendía que todos procedían de manera diferente, pero al no haber directrices claras, todo se volvía un estropicio. Aun así, agradecía cuando se encontraba con los antiguos agentes de Bow Street, los cuales tenían más experiencia investigativa, pero no eran numerosos.
«Paciencia».
Se reclinó en su incómoda silla que era muy pequeña para su tamaño. A la mayoría de sus compañeros le sacaba dos cabezas de altura. Lo malo de ser tan alto era que delataba su presencia en la calle apenas iniciaba una persecución de un delincuente. Tampoco le facilitaba la tarea su uniforme azul, el cual era un real incordio. La policía era mal vista en todas partes y pocas veces la gente colaboraba, y con razón, ellos eran meros vigilantes, solo actuaban cuando el delito era flagrante.
Miró de soslayo la pila de papeles correspondiente a informes que debía leer de sus subalternos y también debía redactar los propios. La parte aburrida de su ascenso. Resopló y se enderezó.
―A trabajar como esclavo ―masculló tomando el primer informe. No era una exageración; jornadas de doce horas, siete días a la semana. Sin días de descanso, sin vacaciones y si quería tener unas semanas libres, debían ser sin goce de sueldo.
Golpearon la puerta de su diminuta oficina y la puerta se abrió. Horatio alzó la vista, era el oficial Lewis.
―Inspector Montgomery, una señora... perdón, mujer... dama...
―Decídase, Lewis. No tengo todo el día ―espetó severo.
―Supongo que es una dama... creo ―titubeó Lewis, nervioso. Era nuevo agente en la fuerza y el inspector siempre le pareció intimidante.
―Asumo que le preguntó el nombre a la visitante, Lewis.
―Sí, dijo ser la señorita Witney y solicitó una entrevista solo con usted.
―Hágala pasar, Lewis ―ordenó Horatio, marcial y sin evidenciar su curiosidad. Conocía a tres señoritas Witney.
Eran sus primas y, efectivamente, eran damas. Se trataba de las honorables hijas del vizconde Rothbury, su tío político.
―Como ordene... inspector ―dijo Lewis y salió raudo, cerrando la puerta tras de sí.
Horatio era un hombre ligado a la aristocracia, mas no pertenecía del todo a ella. Su padre, August, un abogado residente en Cragside, había enviudado cuando su esposa Agatha falleció dando a luz a gemelos; Justin y Horatio.
Cuatro años después, en 1818, el destino unió a August con su amor de infancia, Minerva, quien en ese entonces era la marquesa de Somerton. Ella tenía dos hijos; Frank y Ernest, y había sido abandonada por su esposo, dejándola en la más vergonzosa miseria.
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[A LA VENTA EN AMAZON ] Y de pronto, el amor
Romance[A LA VENTA EN AMAZON - SOLO 3 CAPÍTULOS DISPONIBLES] Serie Herederos del Diablo 3 SAFE CREATIVE 2111119774190 ★NOVELA PROTEGIDA POR DERECHOS DE AUTOR ©. Queda rigurosamente prohibida, sin autorización escrita de la titular del Copyright, bajo las...