Cuando la puerta del elegante carruaje se cerró tras Horatio, él se sentó frente a Marian. Ella miraba con curiosidad el maletín que él portaba, el cual era de un tamaño considerable.
Una leve sacudida y el sonido de los cascos fue el indicativo de que ya estaban rumbo a la academia.
―Marian, ¿me haces el favor de mirar hacia la calle? Me voy a cambiar.
―¿Cómo? ―interpeló abriendo sus ojos y su boca, en una expresión que era una mezcla de sorpresa y escándalo.
―¿Querías que pasara a mi casa, me cambiara de ropa y desde ahí partir de a la academia? ―preguntó sereno e impertérrito ante la reacción de Marian―. En honor al pragmatismo, tengo ropa de civil en este maletín. No seas exagerada, no es la primera vez que me ves en paños menores ―bromeó.
―La última vez fue cuando tenías diez, Horatio. No seas ridículo, es evidente que no es lo mismo.
―Por eso mismo, mira hacia la calle. Tu bonete protegerá mi virtud de tu curiosidad.
―Idiota ―masculló y centró su atención al exterior.
Horatio lanzó una risita masculina, pensando en que sí, los nervios lo ponían idiota. Era un extraño mecanismo de defensa, que lo protegía de mirarla embobado. Por lo general, él actuaba con seriedad y solemnidad, pero cuando se trataba de Marian, no podía evitar sacarla de sus casillas.
Sí, era un verdadero idiota.
Tenía que serlo. Si la trataba con cariño, su corazón empezaba a latir con fuerza y sentía esas horrorosas ganas de abrazarla, besarla y prometerle el cielo, el mar y la tierra.
Pero un policía no podía hacer nada de eso. Con suerte podía ofrecer una vida austera, lejos de los lujos a los que ella, la hija de un vizconde, estaba habituada.
«Deja de pensar», se reprendió otra vez Horatio, al tiempo que se quitaba la chaqueta.
Marian veía las calles pasar, iban hacia el barrio de Newington y atravesaban el puente Westminster. Escuchaba atenta el sonido del maletín al abrirse, el frufrú de la ropa. De pronto, le llegó una ínfima brisa que traía consigo el aroma que sintió minutos atrás, y que se volvió más intenso. Ella cerró los ojos, era tan agradable, cotidiano y seguro. Era imposible olvidarlo. Ella siempre pensó que la presencia de Horatio tenía algo especial. Marian era una de las pocas que podía diferenciarlo de su gemelo, Justin. De niños, por más que intentaban hacerle jugarretas, no podían engañarla.
Ese aroma lo delataba, no importaba cuánto tiempo pasara.
Debía admitir que los años y las distintas ocupaciones habían distanciado a sus familiares y amigos ―mas no el genuino cariño―, pero ella era la que se había alejado más, al punto de solo asistir a las celebraciones. No quería preocupar a sus seres queridos durante esos años de duelo y dolor, y prefirió involucrarse a tiempo completo de la academia, hasta llegar a dirigirla.
El dolor se fue, pero había pasado demasiado tiempo.
―¡Maldición! ―masculló Horatio. Marian, por mero impulso, miró en dirección a su primo.
Claramente no tenía diez años.
―Mira la calle, Marian ―Horatio ordenó con suavidad al notar que Marian se había ruborizado.
Ella obedeció al instante. Él esbozó una sonrisa socarrona, Marian no había visto gran cosa, solo estaba con la camisa suelta y el pantalón desabotonado, en una posición ridícula; encorvado y con las rodillas flectadas.
―Pensé que te había pasado algo malo. Por eso miré ―explicó―... y no maldigas frente a una dama.
―Cuesta ponerse los pantalones en un espacio tan estrecho ―respondió, adecentando su camisa en el pantalón ya abotonado―. Disculpa mi exabrupto verbal, a veces olvido que eres una dama.
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[A LA VENTA EN AMAZON ] Y de pronto, el amor
Romance[A LA VENTA EN AMAZON - SOLO 3 CAPÍTULOS DISPONIBLES] Serie Herederos del Diablo 3 SAFE CREATIVE 2111119774190 ★NOVELA PROTEGIDA POR DERECHOS DE AUTOR ©. Queda rigurosamente prohibida, sin autorización escrita de la titular del Copyright, bajo las...