Abrí los ojos, cansado, y miré al techo. El mismo techo de todos los días. El olor a tostadas se filtraba por debajo de la puerta, y los canturreos de mi madre inundaban el silencio de la casa.
Me revolví entre las mantas, antes de abrir por completo los ojos y suspirar. Tras cinco minutos me decidí por levantarme, con el peso de un profundo sueño y un cansancio abismal.
Al salir de mi habitación, caminé escaleras abajo, entrando a la cocina y viendo a mi madre.
-Buenos días- Saludé sin muchas ganas, sentándome en la mesa y apoyando la cabeza en ella.
-¡Buenos días hijo! ¿Como ha despertado hoy mi tesoro? Te he preparado el desayuno, come y prepárate, yo tengo que ir a trabajar- Me ordenó antes de dejar mi plato frente a mí y darme un beso en la cabeza, antes de dirigirse a la puerta- ¡Chao chao!
No me despedí, nunca lo hacía. Levanté la cabeza y miré las tostadas, las detestaba. Comencé a comer sin hambre, no me sabían a nada.
Cuando terminé de comer, miré el reloj de la pared, el cual marcaban las siete y diez. Me puse en pie y dejé la vajilla sucia en el fregadero, para luego encaminarme al baño. Me comencé a lavar los dientes antes de mirarme al espejo. ¿De qué color sería mi pelo? ¿O mis ojos? Parecían los de un muerto, cansados y sin vida. Escupí el enjuague bucal y luego caminé a mi habitación. ¿Que ropa me pondría? No importaba, toda era igual, no se diferenciaban en nada. Agarré lo primero que vi y me lo puse. Preparé mi mochila y cogí mi teléfono y los auriculares.
-Quizá...Hoy no vaya al instituto.
Cuántas veces habrá pasado ese pensamiento por mi cabeza. Al final siempre acababa yendo, aunque no sabía porqué. Salí de casa y puse rumbo a la escuela. Iba rodeado de otros chicos, hablando y riendo, todos con vida propia y objetivos, ¿Cómo verían ellos el mundo? Todos tenían presente sus metas, yo no tenía ninguna aparte de comer y dormir. ¿Porque seguía estudiando? Suponía que porque no quería darle un disgusto a mi madre, o porque tener unos estudios es necesario. Al final acabaré cogiendo la carrera más simple y aburrida que vea, de todas formas, todas eran iguales.
Cuando el instituto se presentaba ante mí, agaché la cabeza, listo para ver a los demás viviendo su alegre y apasionada vida. Quería saber de qué color era el pelo de la más popular de clase. O de qué color era el uniforme del equipo de fútbol. O de qué color era la mochila del profesor de matemáticas. Al final, todo me parecía de la misma tonalidad.
Nadie me dirigía una palabra, aunque no les culpaba. Yo mismo me había alejado de todo el mundo. No me gustaba la gente, ni el instituto, ni estudiar. Al final todo consistía en sentarme en una silla y tomar apuntes, estudiar y hacer un examen, aprobar por los pelos. Ese era el ciclo, ya no cambiaba.
Me senté en mi mesa, y miré por la ventana. El grupo de animadoras estaba practicando el baile para el partido de aquella noche. Me preguntaba cómo sería tener una afición. Siempre descartaba la idea de tener un hobby, ninguno me atraía, nada me gustaba.
-¡William! Atienda a la clase- Una llamada a la realidad por parte del profesor de lengua. Un señor duro y tosco. Aunque trabajador y dedicado a su familia.
-Perdón- Respondí sin ánimo en mi voz, antes de mirar a la pizarra.
Literatura, una razón más para querer irme de allí. Ninguna materia me interesaba. ¿Como era eso siquiera posible? Nada en el instituto lograba llamarme la atención, todo me parecía igual de inútil y aburrido. Quizá ese era mi problema, nunca trataba de sacarle lo bueno a las cosas. Aún así, tampoco tenía el ojo puesto en ninguna carrera ni profesión. ¿Mi vida no tenía sentido? Una vida sin metas no era vida. Aparentemente, todo el mundo tiene objetivos, por pequeños que sean, tienen una razón de ser. ¿Puede ser que, si alguien no tiene razón para vivir, no vive? No lo sabía, si era así, entonces yo llevaba mucho tiempo muerto.
El timbre sonó, y la siguiente clase se acercaba. Una hora más escuchando hablar a alguien que solo está ahí porque le pagan. ¿Acaso alguien ha querido ser profesor? La mayoría parecen cansados de enseñar a chicos que, o se ríen de ellos o no prestan atención, eran muy pocos los que de verdad parecían aplicados. ¿Sería que esos pocos son por los que siguen dando clase? Menuda mierda de profesión, siempre me pareció de las peores. Es un trabajo que te desgasta tanto que, tarde o temprano, lo acabarás odiando. Parecía el trabajo perfecto para mí, alguien muerto no puede decaer más.
Pasaron el resto de horas, hasta que llegó el recreo. Me quedé sentado en mi pupitre, no quería bajar al patio, no m gustaba el ruido que había.
-William, ¿Hoy tampoco bajarás?-Me preguntó uno de mis compañeros, a lo que simplemente negué con la cabeza.
Él se fue y me dejó solo. Me puse los auriculares y comencé a escuchar música a la vez que comía. Un simple acto que me quitaba el hambre, pero no me satisfacía. Me preguntaba que pasaría si no comía, quizá tuviese ganas de comer, eso sería bueno, tendría ganas de algo. Sin embargo, nunca lo probaba. Solía pensar en cosas y luego no hacerlas, en eso consistía mi vida.
Otras tres horas en clase, y por fin llegó la hora de irse a casa. Me fui lo más rápido que pude de aquel lugar, escapando de la vida de los demás.
Mientras caminaba, siempre miraba al suelo, no me gustaba levantar la cabeza, me hacía sentir inseguro. Entonces, un niño chocó conmigo. El pequeño me miró con sus grandes ojos y sonrió, dejando ver que le faltaba una paleta.
-¡Lo siento señor!-Sus eses eran zetas, y sus ojos, los cuales parecían brillantes, rápidamente se viraron a ver de nuevo su camino. Me preguntaba de qué color serían.
Caminé y caminé, rodeado de un mundo gris que me aprisionaba, aunque no sabía de qué. Todo parecía ir tan bien, que muchas veces me preguntaba si algo cambiaría si yo no estuviera. "Claro que no", todo seguiría su curso, yo no era más que otra diminuta persona sin ninguna repercusión en nadie. No era nada.
Llegué a casa, cerré la puerta y me tiré en el sofá. Había un silencio sepulcral. Mamá estaba en el trabajo. Ella se esforzaba por mantenernos, y aún así sentía que le daría igual si yo no estaba, aunque me hubiera repetido miles de veces que sin mi, se moriría.
Me puse en pie y dejé las cosas en mi habitación. No tenía hambre, nunca tenía hambre. Me tumbé en mi cama, como esperando a algo que nunca llegaba. Lo mismo todos los días. Acabé por dormirme.
Al despertarme, seguía sin haber un solo ruido más que el de los vecinos. Una mudanza, pensé. Odiaba tener vecinos nuevos. Me levanté y fui al baño. Me miré en el espejo. El mismo rostro muerto, sin color. Desearía que mis ojos fueran verdes, o azules. Y mi pelo, rubio como el de mi madre. Pero eran grises, todo era gris. Me quité la ropa y me metí en la bañera, antes de coger el pequeño cuchillo que siempre dejaba escondido. Lo miré, y luego a mí brazo. Cuántas veces habrá pasado el pensamiento de suicidarme por mi cabeza. Coloqué la hoja en mi antebrazo, antes de apretar. El dolor provocó que apretara los dientes, antes de que saliera la sangre. Siempre quise saber de qué color era. Dicen que la sangre es roja como las rosas. Entonces, me detuve y lágrimas comenzaron a resbalar por mis mejillas, pero no eran por el dolor. Mi pecho estaba hundido, y me costaba respirar. Tiré el arma al otro lado del baño, antes de encogerse y llorar aún más. Me daba miedo morir, era por eso por lo que aún no me había suicidado. Tenía miedo de morir. Aunque no tuviera una razón para vivir, el hecho de desaparecer y dejar de existir, me asustaba.
No recuerdo cuánto estuve llorando, solo sé que al parar, no quedaban lágrimas que sacar, y la sangre se había secado. Con dificultad me puse en pie y dejé que el agua me limpiase. Después salí y con algunas tiritas escondí la herida, antes de envolverla con papel. Sin secarme, me dirigí a mí cuarto, donde me tumbé en la cama y cerré los ojos. Mi vida no tenía sentido, solo soy un accidente más en este mundo. Se dice que la gente con depresión no consigue ver los colores.
Me desperté, y vi el mismo techo de todos los días. Y el aroma a tostadas se filtraba por debajo de la puerta. Sin embargo, mi madre no cantaba.
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Colores
Teen FictionUn chico con depresión que no ve color ni vida en ningún lado. Una nueva alumna, brillante como el sol.