Una corta introducción de mi vida.

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Es increíble como la vida a veces se empeña en regalarte malas experiencias, tantas que el dolor crece en tu interior y te obliga a pasar noches bajo la angustia del insomnio. Yo había olvidado ese sentimiento de tristeza años atrás, no obstante, toda la estabilidad que había podido restaurar con el tiempo, se destruyó en el instante que encontré a mi abuela muerta en su propia cama.

Aunque, para explicar cómo llegué a ese momento, primero debo haceros un breve recorrido por mi vida.

Tenía seis años cuando mis padres decidieron poner fin a su matrimonio y, por aquel entonces, no me imaginé lo que aquello significaría en mi vida. Tal vez, observarlos pelearse por mi custodia forjó mi personalidad con el paso del tiempo y comencé a centrarme en las actividades extraescolares donde mis abuelos me llevaban para que huyera de los continuos chantajes que mis progenitores me inducían para hacerme elegir.

Primero fueron los talleres de teatro de la escuela, dónde me percaté de que tenía un miedo atroz a hablar en público; seguidamente, cuando mi abuela me observó quedarme petrificada vestida de Caperucita, me cambiaron a natación, era buena en ello, sin embargo, mi padre, quien por aquel entonces tenía totalmente prohibido acercarse a mí, no se le ocurrió mejor idea que venir a ver mis entrenamientos todos los días.

Yo no comprendía la gravedad del asunto y la ilusión me cubría al reconocer sus ojos negros y el olor a tabaco que siempre desprendía. Me decía que me extrañaba, que no podía vivir sin ver mi carita de felicidad y me prometía que algún día me llevaría con él. Pero mi abuelo acabó encontrándonos charlando en las gradas y el rostro del hombre que había hecho nuestras vidas imposibles, acabó tintado de sangre por culpa de los puños del padre de su ex esposa.

Aquel evento consiguió que mi madre y yo tuvieramos que huir, mis abuelos no estaban muy seguros de que aquello fuera lo mejor para mi bienestar, no obstante, vivir con la mujer que me había regalado la vida era mejor opción que ser acosada por un hombre alcohólico que trataba de llevarme con él a otro país.

Mamá no era mejor, pues aunque era cierto que ella nunca había intentado hacerme daño físicamente, sus problemas mentales, sumados a negarse a tomar su medicación, me perjudicaron. Se negó a llevarme a la escuela, pasé días sola en casa y tuve que convivir con la gran cantidad de novios que tenía por mes. Dormía tranquila, como la niña que era, aún así, hubieron veces en la que algunos de aquellos hombres se dedicaron a entrar a mi habitación y se recostaban a mi lado hasta que mi madre los sacaba de allí.

Mis abuelos nunca se cansaron de protegerme de la mala familia en la que me había tocado nacer y, tras contarles cómo un novio de mi madre le había roto el labio, no tardaron en venir a por mí.

—¡No os la podéis llevar! ¡Es mi hija!

Los gritos de mi madre se grabaron en mi corazón aquella noche de invierno, era navidad y el frío del diminuto departamento me pareció más agobiante que nunca. Mis abuelos habían entrado en nuestro desestructurado hogar y exigieron saber dónde estaba para poder marcharme con ellos. Mamá se negó a darles ningún tipo de respuesta, pero mi abuela abrió cada puerta y se horrorizó al fijarse en cómo tiritaba dentro del armario.

—¡Tu hija no puede vivir en estas condiciones!—Mi abuelo siempre había sido un hombre duro, acostumbrado a no mostrar ningún tipo de sentimiento, no obstante, aquella situación le producía tanta pena que sus ojos se encontraban llenos de lágrimas.

—¡Ella es mía! ¡Vivirá como yo diga!

Sus palabras cruzaron el salón conforme mi abuela me ponía mi gran chaquetón y me apretaba contra su falda para que no viera la escena que tenía frente a mis ojos. Apreté con fuerza la tela de su ropa al sentir como mamá trataba de tirar hacia mí, sus sollozos me aterrizaron y me giró con fuerza para que pudiera analizar su rostro por última vez.

Habitantes de humoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora