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El café era un excelente regalo para Cho Sang-woo cada que iba a la facultad dónde él ejercía su profesión como un impecable, pero estricto docente. En la gran escuela SNU.

Sang-woo reconocía con mucho orgullo que era un gran profesional. Muchos docentes aún se le acercaban para pedirle consejos o preguntar algo que no era del todo claro. Era rígido, claro, él no tenía pelos en la lengua. Aunque fuera catalogado a veces como poco sutil e incluso muy 'negativo' ante la realidad, Sang-woo no le tomaba importancia a esas opiniones. Él estaba seguro de lo que era como hombre y profesional.

Sabía que su inteligencia y elegancia lo había hecho llegar hasta donde estaba. ¿Qué razón había de negarlo?

Al llegar a la facultad de administración, Sang-woo fue recibido por algunos estudiantes que lo saludaron con cortesía a lo que él respondió con una sonrisa apenas visible para la vista de otros.

Al llegar a su impecable oficina respiro el suave olor a menta y se sintió como en su propia casa. Su lugar favorito. Su hábitat.
Depósito su portafolio en su escritorio mientras tomaba su café y planeó de manera general que haría ese día. Pensó en las juntas de la dirección, del consejo técnico, asesoría de tesis, tutorías y nada parecía interferir en su principal trabajo: Dar sus clases.

Las clases de Sang-woo requerían un grado de concentración y preparación muy especial. Tanto que muchos alumnos lo consideraban una inminencia terrible y un terror en los parciales y finales.
Era exigente y estricto, le gustaba que todo fuera de acuerdo a lo planeado, no sé tentaba el corazón cuando veía que alguien necesitaba ayuda; fácilmente con su bolígrafo rojo sobresaltaba la mala nota y continuaba con el siguiente alumno.
Pocos eran los que soportaban su ritmo y solo algunos tenían la dicha de presumir sus buenas notas con el temible docente Sang-woo.

Tampoco era sorpresa que cada que entrara al aula, todos callarán en automático como unos robots y sacarán sus libros para comenzar a estudiar.

Podía sonar un poco cruel, pero lo disfrutaba. Amaba sentirse importante así como temido. Era inexplicable aquel sentimiento de poder. Lo tomaba como un halago a su profesión que le había costado más que sudor y sangre.

Tomó el último sorbo de su café negro y tiro el vaso directamente a la basura. Busco en su portafolio lo que necesitaría para su próxima clase y se imaginó cuántos alumnos iban a faltar a su clase por la última tarea.

Cuando pensó que ya era momento de marcharse, el sonido del teléfono de su oficina lo impidió y le obligó a contestarlo.

— ¿Si?

— Sang-woo, las clases aún no inician. — Era el director de la facultad: Oh Il-nam.

— Faltan diez minutos para que inicie la jornada.

La risa del anciano se escuchó del otro lado.

— Lo sé, solo que me gusta bromear contigo. Parece que nunca sonríes.

Puso sus ojos en blanco y esperó impaciente a escuchar la petición de su director.

— No te quito mucho tiempo. Quiero que termines la clase antes de lo normal y vengas a mi oficina. Es un asunto que debo arreglar únicamente contigo.

— ¿Conmigo? — Preguntó. No recordaba haber hecho algo malo, al menos que un alumno poco disciplinado lo hubiera acusado.

— Sé que no te gusta interrumpir tus clases. Pero está vez necesito tu ayuda mas que nada. — Aseguro Il-nam con una voz más seria. — Te espero.

El anciano colgó la el teléfono y dejo a Sang-woo con la incertidumbre de lo que podría tratarse. Aunque, fuera lo que fuera, podría superarlo. No sabía cómo, pero él siempre tenía la solución.

𝑻𝒐𝒖𝒄𝒉 𝒚𝒐𝒖, 𝒕𝒐𝒏𝒊𝒈𝒉𝒕Donde viven las historias. Descúbrelo ahora