Capítulo 8

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—Sé que la tomaste tú —susurró Luna, acusándome por cuarta vez en la mañana de robar su pulsera favorita

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—Sé que la tomaste tú —susurró Luna, acusándome por cuarta vez en la mañana de robar su pulsera favorita.

No había dejado de hablar sobre la maldita prenda todo el camino en el autobús hacia la escuela de cocina. ¿Tenía yo la culpa de que fuese una desorganizada sin par? Incluso durante la clase, se dedicó a molestar con el mismo tema mientras intentaba que su salsa Bechamel no se quemara. El profesor había propuesto como ejercicio práctico la realización de un asado de pavo en equipos de cuatro estudiantes. Por supuesto, los "compañeros" de Luna la habían marginado con escaso disimulo. Y como eran un poco idiotas, le encargaron la salsa al pensar que era algo inútil; desconociendo que la Bechamel era la protagonista del plato.

—Cualquiera puede asar un pavo —comentó el profesor más tarde—. Pero no todos saben hacer una salsa como esta. Muchas felicidades, señorita Vance.

Luna sonrió con discreta satisfacción, pero yo sabía que en su mente estaba haciendo su baile ridículo de las mañanas. Distraído con el recuerdo de su lencería roja, y preguntándome de qué color sería la que llevaba puesta, pasé un paño limpio por la mesa. Odiaba estarme adaptando al papel de asistente que ella me había impuesto, pero muy a mi pesar lo estaba haciendo. Conocía muchas cosas sobre cocina que un ángel de mi categoría no debería saber, y para colmo, ya limpiaba sin que me lo pidiera.

Lo peor del caso, y lo que más me molestaba, era que cada vez me parecía más atractiva. Sam y la estúpida hoja que había encontrado en la biblioteca de Lucifer tenían la culpa. Si no me hubiese enterado de que estaba prohibido acostarme con ella, la intención no me hubiese cruzado por la mente ni en medio de otro diluvio. No estaría obsesionado con la idea de acariciar la curva de su cintura, o de darle un apretón a su trasero. Malditos coros celestiales. Seguí limpiando antes de cometer una locura. Luna sería capaz de golpearme con la sartén si me atrevía.

Tarareaba con buen humor la canción "You're crazy" de la banda de los ochenta Guns and Roses solo por molestarla, cuando el señor Cebollas se acercó a nuestra mesa. El título "Estás loca" le quedaba como un guante. Algo tenía que hacer para equilibrar la balanza de la humillación, aunque nada se comparaba con el hecho de estarle limpiando la mesa de trabajo en clases mientras ella coqueteaba con Cebollas. Le dirigí una sonrisa burlona mientras elevaba un poco el tono de mi murmullo y le hacía un guiño de complicidad. Esta vez no olía al preciado condimento, sino que se había bañado con alguna apestosa colonia barata. ¿No era suficiente castigo cuidar de Luna? ¿Ahora también tendría que soportar el aroma peculiar del muñeco Ken? La vida era muy injusta conmigo. Yo era un buen ángel caído que no hacía daño a nadie.

Comenzaba a preguntarme por qué la obedecía. El vínculo no me obligaba a cumplir al pie de la letra sus caprichos, sino a proteger su vida. Y ahí estaba yo, vestido con un delantal y un gorro ridículos, con un paño de cocina en la mano mientras fregaba. Maldita humana. Todas esas noches en que tenía miedo de los demonios y se acurrucaba contra mi pecho, fueron borradas ante la visión del inútil muñeco Ken. Esperaba que se le quemara la salsa mientras hablaba con él, así aprendería.

Un demonio entre recetas [I]PRONTO EN FÍSICODonde viven las historias. Descúbrelo ahora